Motivos de consuelo ante el aumento de la falta de dinero
"¡Dinero! ¡Qué invento más horrible! Eres la auténtica desgracia del mundo. Sin tu magia, ningún ladrón o héroe sería capaz de concentrar el corazón de numerosas provincias en el asedio de una capital ni mantener innumerables ejércitos para maldición de sus vecinos. Tú fuiste el medio con el que él se apropió de los rebaños de sus fieles vecinos, de su cosecha y de sus hijos y para desgracia del mundo futuro mandó vigilar en profundas bóvedas el sudor de millones de pobres súbditos. Antes de que fueses inventado no existían tributos ni un ejército permanente. El pastor daba gustoso un cabrito de su rebaño; el viñador, un cubo de vino de su cepa; el agricultor, el diezmo de todo lo que cultivaba pues tenía suficiente para sí y disfrutaba del sacrificio que hacía de su abundancia. El señor estaba contento de prestar su campo y de recibir a cambio tanto como necesitaba para sí y sus amigos. Se hubiese asombrado si su gañán, por el poder mágico del dinero, hubiera querido sacrificar toda la cosecha de cincuenta años para portazgo o para comprar vino.
¡Qué criatura más inhumana y ridícula habría sido en aquella época un avaro, cuando todavía no se conocía tu magia: el arte de poseer la fortuna de cientos de conciudadanos en una escritura de papel! Su tesoro lo hubiesen tenido que constituir montañas de grano, innumerables rebaños. ¿Hubiese muerto de hambre entre estas riquezas, le habría podido dar algo a los pobres, hubiera tenido que cargarle las necesidades del Estado al inferior? Se hubiese quemado al desalmado sobre su montón de grano. ¿Y quién hubiese querido preservar de los gusanos sus provisiones, a sus rebaños de las plagas y a él mismo de la venganza de sus vecinos?
Antes de que tú vinieras, la caridad era la virtud más común, si se la puede llamar una virtud, consecuencia natural de bienes perecederos. "Ven a mi casa -le decía el rico al pobre y reanimate con mi cerveza y como de mi pan. De todas formas se estropea y la cosecha está otra vez a la puerta. ¿Acaso he de ahorrar para los gusanos y dejar que vivas en la miseria?" Así hablaba el alemán cuando renegaba del dinero romano y poseía todas las virtudes en la caridad.
Antes de que llegases, la diferencia de clases y el ansia de elevarse no era grande entre los hombres. Ahora, al Cielo le cuesta empobrecer a un rico, a no ser que ocurra un milagro, porque ha transformado sus frutos en metal duro y lo guarda entre innumerables deudores. Antes vivía agradecido con su rebaño y sus graneros bajo el inmediato temor de que cayese un rayo y lleno de sentimiento rogaba a la Providencia divina para que le defendiera a él y a todos sus vecinos de una calamidad general.
Antes de que vinieras existía en el mundo libertad. Ningún poder podía subírsele a la cabeza al más débil de forma inadvertida y fija; ningún juez podía ser sobornado en secreto ni necesitaba dejarse sobornar; ningún pendenciero podía llevar adelante un pleito más allá de lo que alcanzase su forraje; ningún loco podía ir con una carreta de grano a la audiencia, ni ningún bribón caer en la tentación de defender más procesos para otros de los que precisaba su necesidad y alimento diario. Las grandes enemistades no duraban más que hasta que se consumían las provisiones de guerra, siendo el hambre un emisario de paz seguro.
Antes de que llegases, no se sabía nada de vicios ni necedades extrañas. Ni Alemania podía ser consumida en Francia ni las cosechas de Westfalia eran enviadas a cambio de vino y café. El que estaba satisfecho no podía exigir más y satisfechos estaban todos los países a quienes el Cielo les dio ganado y forraje. Todos amaban su propio campo y su patria porque no podían viajar de otra forma más que como un mendigo a costa de la hospitalidad de la gente, y si quería viajar con un gran séquito era rechazado como un enemigo.
Antes de que llegaras, el terrateniente era un miembro de la nación. Se conocía la fortuna de todos y la aplicación del Código Penal tenía lugar según una relación visible. Se podía medir la justicia de cada uno con la balanza en la mano, determinar la igualdad del hombre por una asignación fija del número de campos y evitar para siempre que nadie reuniera dos herencias. No se conocía gente rica, esos traidores de la libertad humana: el hombre desconocía el medio para contraer deudas y tener en secreto a mil deudores como esclavos. Los hijos no podían mandar a tasar el campo paterno ni exigir la herencia que según ley les habría de restituir el valor de la misma por partes iguales. [...]
Antes de que vinieras, la inteligencia y la fuerza, inclinaciones naturales de los animales y los hombres, decidían el destino de los pueblos. Los pequeños comerciantes no dominaban con su dinero sobre los más valientes, y el acceso a los más altos consejeros no se podía abrir tan silenciosamente a cambio de una tonelada de cecina como de una tonelada de oro".
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