jueves, 25 de agosto de 2016

"Guía y avisos de forasteros que vienen a la Corte".- Antonio Liñán y Verdugo (s. XVII)


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Novela y escarmiento trece

 "Tenía un hidalgo honrado, que vivía en esta Corte, dos hijos pequeños; el uno de ellos inclinóse a los estudios y habiéndolos proseguido en la Compañía de Jesús y en sus seminarios y colegios, que tanto fruto han hecho a toda la cristiandad, perseveró en ellos, graduóse, tomó estado y vivió y acabó con opinión de varón de virtud. El otro, que echó por otro camino, comenzó a profesar amistad y admitir en su compañía a un mozuelo, hijo de un hombre común, de un oficio tan baladí que le paso en silencio. Aficionósele de verle una fiesta en la tarde jugar las armas en la plazuela de Antón Martín, y sin poderlo remediar el maestro y ayo que lo criaban, le hizo llamar a casa y tomó lecciones de la esgrima, y él que la tenía buena en la lengua, le comenzó a enseñar otras lecciones de distraerse, ir de noche a casa de mujeres, comer golosinas, echar pullas, dar matracas y de ahí vino a enseñarle a hacer llaves falsas para los escritorios  de su padre, a coger las piezas de plata, las joyas de oro, a dar cuchilladas de noche, a azotar mujercillas, huir de la justicia, comer en bodegones, sacar fiado, estar toda la noche en la casa del juego, toda la mañana en casa de la mujercilla deshonesta y toda la tarde en la comedia. ¿En qué había de parar esta vida y qué fin habían de tener estos pasos? Hicieron no sé qué agravio a su amigote dos cortesanos ricos y mozos, tomó la causa por suya, buscáronlos una noche con una gavilla de bellacos y, bien o mal muerto, mataron al uno; no osó volver a la casa de su padre el hijo del hijodalgo, ni se atrevió a parecer en mucho tiempo en la Corte. Habíase encenagado con una mujercilla el otro ruin amigo, salióse con ella y fuéronse la vuelta de Córdoba. Allí la puso en el lugar más deshonesto que pudo y le obligó a comer de lo que ella le daba: sobre no sé qué agravio, que la hizo otra tal como ella, necesitó al pobre mancebo a cortarla la cara: fuéronse a Málaga, y allí no corriendo los tiempos como ellos pensaron, topáronse con otro amigo peor que el primero, que también comía al tercer día: era más práctico en la tierra, enseñóles no sé qué casas de hombres ricos y entre los dos y la mujercilla escalaron una noche una de ellas y robáronla. Andaba ya la justicia con vislumbres y asombros de dar con ellos y tomaron la derrota para Sevilla, y estando ya a pocas leguas de la ciudad festeando en una venta sobre la paga de lo que habían comido, el hijo del hidalgo se atravesó y le tiró un almirez y, por darle a él, le dio a la mujer y la mató. Prendiólos la Hermandad y puestos presos en Sevilla, los de Málaga, que andaban en su seguimiento, dieron con ellos en la cárcel; reconociólos el dueño de la hacienda robada en Málaga: acumularónle al mozuelo la muerte de Madrid, que no faltó en la plaza de San Francisco quien diese soplo: pusiéronle en el tormento, confesó la verdad. Yo estaba entonces a unos negocios en Sevilla y vi a la mujercilla azotarla y a él ahorcarlo y hacerle cuartos, y decía el pregón no menos que por homicida y a él por rufián y escalador de casas. Veis aquí a un mozo, hijo de un padre de buena sangre, criado en su casa con ayo y maestro, que en esto se dice si era rico y si tenía harto regalo, y por criarse con libertad y pegarse a ruines amigos, paró en la horca. Yo conté a algunas personas que se hallaron presentes a verle ajusticiar de cuán buena gente era y con el regalo que se había criado, y se hacían un mar de lástimas y decían que dieran sus haciendas para librarlo si sus delitos fueran tales que tuviera lugar la misericordia en la justicia.
 -Grande compasión me ha hecho -dijo Don Diego- ese pobre mozo; bastantemente me habéis espantado las orejas para que no traiga a mis hermanos a la Corte y también para que si mi fortuna fuere tal que tomare aquí estado, procure mirar con un amor entrañable de padre, y un desvelo y atención cristiana, cómo crío mis hijos y mis hijas si me los diere Dios.
 -Pues, para acabaros de obligar de una vez -replicó Leonardo- a esa paternal prevención, para que si os casáredes en Corte y tuviéredes hijas miréis por ellas, os quiero escarmentar con otra lástima mayor que la pasada".  

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