miércoles, 10 de agosto de 2016

"Finisterre. Sobre viajes, travesías, navegaciones y naufragios".- Fernando Sánchez Dragó (1936) y otros autores

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Con la vida en los talones (Una reflexión sobre el viaje)

 "Cabría recapitular y encerrar cuanto hasta aquí llevo dicho -mi filosofía del viaje- en una especie de decálogo cuyos preceptos se resumirían y expresarían así:
 1) intenta siempre el salto a lo desconocido, aunque caigas de cabeza y te desnuques;
 2) el viaje es un fin y no un medio: muévete sin meta;
 3) no viajes nunca desde algo ni hacia algo, sino a través de algo;
 4) procura seguir en tu viaje un camino de perfección (quizá la fórmula ruborice a lo que Leonardo Sciascia denomina cretinos de izquierda y yo neoconformismo progresista, pero probablemente -como decía Machado- hora es de escuchar / las viejas palabras / que han de volver a sonar... Y no nos olvidemos de que perfección y diversión no son actividades reñidas, sino lo contrario);
 5) viaja a solas o, en el peor de los casos, si así lo exige tu ley (tu karma), llévate como compañero de viaje a una persona del otro sexo (aquí tendría que perderme por los vericuetos del yin y del yang, de la complementariedad de lo masculino y lo femenino, y de las razones metafísicas de la esfera. No voy a hacerlo, pero sí me gustaría recordar de pasada que los homúnculos tienen un sexo unidimensional, mientras los superhombres -admitiendo que los haya, y yo lo admito- son siempre mental, sentimental y sensorialmente hermafroditas;
 6) no viajes en línea recta: sigue el esquema sin sistema del laberinto (y procura que el trazado de ese laberinto refleje e ilumine, como una mancha de Rorschard, tu laberinto interior),
 7) ¡ultreya!, imitando la intención y el grito de los peregrinos jacobeos al distinguir las torres de Compostela desde la cumbre del monte del Gozo (lo que significa, como los gallegos saben: ¡más allá! Y volviéndote cuando te apetezca -y en contra de lo que nos enseñan Lot y Orfeo- para mirar atrás, pero sin que la nostalgia de Sodoma ni el amor de Eurídice ni la lealtad de Penélope te desvíen un ápice de tu camino);
 8) recuerda que la vida y la muerte son viajes, y que -en consecuencia- ni vivir ni morir es necesario: navegar, sí (la polar es lo importante, decían nuestros mayores);
 9) el viaje es el arte del encuentro y, en última instancia, del encuentro contigo mismo, y
 10) no le digas tu cantar sino a quien contigo va.
 Conste que con esta especie de Tablas de la Ley no pretendo dar consejos ni formular mandamientos, sino reducir a la raspa mi concepción del viaje. La mía, he dicho. Cada cual con la suya y arrieros somos.
 ¿Punto final? Todavía no. Me queda lo más importante: un corolario o evidencia nacida de la experiencia  -de mi experiencia- que forzosamente debo mencionar para que no cojee el edificio. Cuando se viaja de la forma que he descrito, y además con paciencia, fáusticamente, sin prisa ni pausa, el viajero termina por darse de bruces con la transrealidad (es decir: descubre que los molinos son o pueden ser gigantes) y empieza a viajar casi exclusivamente por el seno de ella, sin conceder más que una ligera atención, entre distraída e irónica o divertida, a los datos de la realidad convencional. Y esa transrealidad, diferente para cada persona y a menudo de difícil o imposible traslación al prójimo, no es sino la sombra chinesca o imagen  exterior de la realidad psíquica  de cada persona: de don Quijote, del buen Sancho, de Cide Hamete Benengeli y de Miguel de Cervantes Saavedra, que para los cuatro (y para todos) hay sitio de sobra encima de la superficie de la tierra, y no digamos debajo, aunque también haya, por suerte (ahí la linfa y el teatro o cueva platónica de la transrealidad), muchas más cosas de las que en opinión de Hamlet veía Horacio.
 Supongo que toda esta macana de la transrealidad suscitará la sonrisilla de costumbre en los escépticos de turno y materialistas de corazón pálido, pero -mal que les pese... y les pesa, les pesa- quien ha visto, ha visto, y que se atrevan a quitarle lo bailado". 

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