lunes, 22 de agosto de 2016

"Orlando furioso".- Ludovico Ariosto (1474-1533)


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 Canto IV

 "A pesar de que el disimular es reprensible la mayoría de las veces porque indica mala condición en quien lo usa, ocurre, sin embargo, que más de una vez ha producido evidentes beneficios e incluso ha evitado daños, querellas y muertes; pues lo cierto es que no siempre conversamos con verdaderos amigos en esta vida mortal, más intranquila que serena y llena de envidia; después de las largas pruebas y trabajos que hay que hacer para encontrar uno de aquellos en quien depositar los secretos y las penas del corazón, ¿qué conducta debería seguir la hermosa amiga de Ruggiero con aquel Brunel tan poco puro y tan poco sincero sobre cuya astucia y disimulo ya le había advertido de antemano la maga? Disimular a su vez era lo conveniente con aquel que podría ser tenido por padre de la mentira; y como dije antes no apartar los ojos de sus manos tan diestras y rapaces. [...]

 Canto V

 Todos los animales que viven sobre la tierra viven felices  y en paz o, si entre ellos se origina alguna disputa, jamás el macho ataca a la hembra; la osa vaga segura por la selva con el oso; la leona yace confiada junto al león y la loba no siente temor alguno hacia el lobo, igual que la vaca tampoco lo tiene hacia el toro. ¿Qué abominable peste, qué Mejera ha venido, pues, a enturbiar el corazón del hombre? ¿Por qué apreciamos con frecuencia que el marido prodiga las más despreciables injurias a su mujer y deja impresas en su rostro las huellas de su mano atrevida, incluso empapa de llanto, y no sólo de llanto sino también de sangre derramada por una ira absurda, el lecho nupcial?
 En mi opinión todo esto es criminal y detestable; y por ello jamás tendré por un ser humano, sino por un espíritu infernal revestido de forma humana, a aquel que se rebela contra la naturaleza o contra Dios y hiere el rostro de una débil mujer o se atreve a arrancarle un solo cabello y mucho más al que le quita la vida valiéndose del veneno, de la cuerda o del acero.
 De este talante debían de ser los dos ladrones que Reinaldo puso en fuga y que habían conducido a la doncella hasta un valle tan sombrío  y desierto para hacerla desaparecer de entre los mortales. [...]

 Canto VI

 ¡Desgraciado del hombre que se confía en que, obrando mal, sus malas acciones han de permanecer siempre ocultas! Pues el aire o la misma tierra que encubra su delito acabarán por hacerlo patente a falta de alguna persona que lo descubra; y Dios mismo permite algunas veces que el pecador, guiado por su propia conciencia pecadora, incluso después de haber conseguido su perdón, se descubra a sí mismo, bien por imprudencia o por casualidad. El miserable Polineso había creído que su crimen quedaría totalmente encubierto haciendo desaparecer a Dalinda, su única cómplice, y única persona que podía revelarlo; y añadiendo un segundo crimen al primero, precipitó el funesto desenlace que bien podía haber diferido e incluso evitado. Pero él mismo aceleró su muerte al no contener su impaciencia y perdió a la vez amigos, vida, hacienda y sobre todo el honor, que fue el principal castigo de su maldad. [...]

 Canto VII

 Quien marcha lejos de su patria  suele ver cosas que considera increíbles; y cuando de vuelta las refiere, nadie quiere darle crédito y le tachan de embustero ya que el necio vulgo no quiere nunca dar fe de aquello que no puede ver y tocar clara y llanamente. Por ello sé que los inexpertos darán poca credibilidad a lo que voy a narrar en este canto. Pero, sea poco o mucho lo que consiga, ciertamente no importa pues no me dirijo a la chusma grosera e ignorante sino a los que, con vuestra preclara inteligencia, no consideréis como falso un relato. A vos sólo dedico mis fatigados desvelos esperando que sabréis recompensarlos".

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