martes, 10 de noviembre de 2015

"Ébano".- Ryszard Kapuscinski (1932-2007)

 
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Conferencia sobre Ruanda
 
 "Señoras y señores: el tema de nuestra conferencia no es otro que Ruanda, un país pequeño, tanto, que en muchos mapas que encontrarán ustedes en los libros dedicados a África está señalado con un insignificante punto. [...] Ruanda es un país montañoso. África se caracteriza más bien por sus llanuras y altiplanos; en Ruanda, sin embargo, no hay más que montañas y más montañas. Se elevan hasta alcanzar cotas de dos mil y tres mil metros, e incluso más altas. Por eso el país a menudo recibe el nombre del Tíbet de África, y no sólo a causa del paisaje, sino también debido a su singularidad, diferencia, otredad. Esa otredad, aparte de la geografía, también atañe a la sociedad. A saber: mientras la población de los países africanos es, por regla general, multitribal (en el Congo viven trescientas tribus, doscientas cincuenta en Nigeria, etc.), Ruanda está habitada por una sola comunidad, un solo pueblo, el banyaruanda, que se divide en tres castas tradicionales: la de los propietarios de rebaños, tutsis (14 por ciento de la población); la de los agricultores, hutus (85 por ciento), y la de los jornaleros y criados, twa (1 por ciento). Este sistema de castas (con ciertas analogías con la India) se formó siglos atrás: aún hoy sigue abierta la discusión de si tal cosa se produjo en el siglo XII o sólo en el XV, dado que no existen fuentes escritas al respecto. Lo cierto es que durante siglos existió allí un reino gobernado por un monarca que recibía el nombre de mwami y que procedía de la casta tutsi.
 Protegido por las montañas, el reino era un país cerrado: no mantenía relaciones con nadie. Los banyaruanda no organizaban expediciones de conquista, ni -como en su tiempo los japoneses- dejaban entrar extranjeros en su territorio (de ahí que no conociesen, por ejemplo, el tráfico de esclavos, que era el azote de otros pueblos africanos). El primer europeo que llegó hasta Ruanda, en 1894, era un viajero y oficial alemán, el conde G. A. von Götzen. Cabe añadir que ocho años antes, los imperios coloniales, al repartirse África en la conferencia de Berlín, habían concedido Ruanda precisamente a los alemanes, decisión sobre la cual no se informó a ningún ruandés, ni tan siquiera al rey. Durante años, los banyaruanda vivieron como un pueblo colonizado, sin saber una palabra de ello. En años posteriores, los alemanes no manifestaron gran interés por esta colonia suya y después de la Primera Guerra Mundial la perdieron a favor de Bélgica. Durante mucho tiempo, tampoco los belgas se mostraron muy activos. Ruanda estaba situada muy lejos de las costas, a más de mil quinientos kilómetros, pero, sobre todo, el país no representaba ningún valor, dado que no se habían encontrado en él materias primas importantes. Gracias a ello, el ancestral sistema social de los banyaruanda, instalado en aquella fortaleza de alta montaña, pudo conservarse en su forma primigenia hasta la segunda mitad del siglo XX. Dicho sistema tenía muchos rasgos parecidos al feudalismo europeo. Gobernaba el país un monarca rodeado por un grupo de aristócratas y por gran número de nobles de alcurnia. Todos ellos formaban la casta dominante, la de los tutsis. Su mayor riqueza -en realidad, su única riqueza- la constituía el ganado: los cebúes, una raza bovina que se caracteriza por la belleza de sus cuernos, largos, estilizados y en forma de sable. No se los mataba: eran sagrados, intocables. Los tutsi se alimentaban de su leche y de su sangre (se la sacaban pinchando con lanzas las arterias del cuello y la recogían en unas vasijas previamente lavadas con orina de vaca). Todo eso lo hacían los hombres, pues el acceso a los cebúes estaba vetado a las mujeres.
 La vaca era la medida de todo: de la riqueza, del prestigio, del poder. Cuantas más vacas poseía, más rico era su dueño. Cuanto más rico era, más poder tenía. Era el rey quien poseía más cabezas y sus rebaños disfrutaban de especial atención. [...] El tutsi se sienta en el umbral de su choza y contempla sus rebaños paciendo en la pendiente de la montaña. Esta visión lo llena de orgullo y felicidad. Los tutsi no son pastores ni nómadas, ni siquiera ganaderos. Son dueños de los rebaños, son la casta dominante, la aristocracia.
 Los hutus, en cambio, forman la casta, mucho más numerosa, de los agricultores (en la India se les llama wajshya). Entre tutsi y hutus dominaban unas relaciones feudales: el tutsi era el señor y el hutu, su vasallo. Los hutus eran clientes de los tutsis. Eran agricultores que vivían de cultivar la tierra. Entregaban al señor parte de sus cosechas a cambio de protección y de una vaca, que recibían en usufructo (los tutsi tenían el monopolio: los hutus podían tener una vaca sólo si la arrendaban a su señor). Todo igual que en el feudalismo: la misma dependencia, las mismas costumbres, la misma explotación.
 Paulatinamente, a mediados del siglo XX, crece un conflicto dramático entre las dos castas. Lo que se disputan es la tierra. Ruanda es pequeña, montañosa y muy densamente poblada.  Como sucede a menudo en África, también en Ruanda llega a producirse una lucha entre los que viven de criar ganado y los que cultivan la tierra".  

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