lunes, 23 de noviembre de 2015

"Cumboto (Cuento de siete leguas)".- Ramón Díaz Sánchez (1903-1968)


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Tercera Parte: Hágase la luz

 VII.- Hágase la luz

 "Se detuvo para mirarme. Luego me preguntó:
 -¿Se dio usted cuenta de la manera como me recibió su... patrón? Su... patrón -añadió con visible reticencia- sólo sabe de mí que soy un mulato, que desciendo de esclavos de su familia. Al verme debió preguntarse: "¿Cómo es que éste anda suelto por ahí?" Él ignora que poseo un grado universitario, que hablo varios idiomas y que he publicado un libro sobre enfermedades tropicales. Nada de esto le importa. Para él no paso de ser un ladrón. Le he robado algo que le pertenece: mi vida, mi destino.
 El coche corría raudamente por el camino, arrastrado por los veloces caballos. Los aldeanos nos miraban con sorpresa y al verme al lado de aquel señor tan elegantemente vestido, no dejarían de reflexionar: "¡Qué negro tan parejero!" Esto ya me era indiferente. La conversación de mi compañero me cautivaba. Era médico. [...]
 Entraba ahora en otro orden de confidencias. Su padre -era cierto y no lo negaba- había querido casarse con una blanca por mejorar la raza, "para emancipar a sus hijos", como decía. Él hizo lo mismo. Después de haber vivido horas inefables al verse reproducido en dos hijos blancos, de crespos rubios como el lino, su último niño nació negro. [...]
 Para explicarme estos desoladores fenómenos hablóme de ciertas teorías biológicas, de los caracteres hereditarios, del pigmento y del corte de los cabellos. Confusamente recuerdo haberle oído palabras como éstas: homocigotos y heterocigotos. Habló también de la herencia espiritual y de la patológica. De la ascendencia española dijo cosas impresionantes en ambos sentidos: su blancura racial es muy discutible; los españoles, sin embargo, son los más impertinentes en sus prejuicios. Nada habían hecho por la verdadera civilización, salvo regar por el mundo sus curas sectarios y sucios. Poco a poco se había puesto feroz, pero con una ferocidad serpentina, hipodérmica.
 -Estas cosas me entristecen por los otros, no por mí. Yo, con marcharme de nuevo a cualquiera de esas ciudades donde he vivido -París, Berlín, Roma- tengo para poner un muro de olvido definitivo entre mi persona y la bárbara maldad de mis compatriotas. Ellos no podrán libertarse de sí mismos. Son frívolos, ineptos, idiotas. En una sociedad menesterosa y servil, cuyos miembros aprecian más lo que heredan que lo que conquistan, todos se enorgullecen de ser vástagos; ninguno aspira a ser tronco. He sufrido humillaciones de los tipos más divertidos. He sido llamado negro en todos los tonos. Los más educados me lo dicen discretamente, entre sonrisitas de amable espiritualidad y amable veneno; los más valerosos, en mi propia casa. Algunos han tenido que emborracharse antes, o fingirse borrachos, para darse valor. Entre nosotros son poquísimos los que tienen valor sin estar borrachos. He sido, pues, desdeñado por mujerzuelas de nombres ilustres que se esconden  en los desvanes con sus criados pero que se sienten deshonradas si responden al saludo de un "negro". Mozalbetes indignos, ladronzuelos, falsarios, petardistas, chulos de bellos perfiles y cabello ondulante me han mirado por encima del hombro. Pero esto no es lo más gracioso. Descendientes de negros en los que todavía se advierten  los estigmas de la raza, se apresuran a desdeñarme para que no se les sospeche de no sé qué monstruosa complicidad. Vaya usted a la capital y verá pasar por su lado a miles de blancos en cuyos rasgos se delata el ancestro negro. Todos lo tienen, porque durante la Colonia las damas blancas no hallaban con quien distraer el ocio de las siestas, sino con sus siervos negros... Sin embargo, todos lo ocultan.
 Su sonrisa vagaba como una avispa. Después de una pausa añadió:
 -¿No se ha puesto usted a observar a su patrón? Hágalo y no se descuide. Usted es negro pero sano. No le digo que lo abandone... Es un desdichado que necesita quien lo proteja. Su madre estuvo loca. ¿Vive todavía? Entre sus antepasados debió haber sífilis, mal de Nápoles, como decían antes; quizá beodos, tal vez algún "negro" descuido..."   

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