Gornemans de Gorhaut, su maestro (vs. 1305-1698)
"-A fe mía, eso está muy bien, me gusta mucho -dice el prohombre-. Decidme, si no os molesta, ¿qué necesidad os trae por aquí?
-Señor, mi madre me enseñó a que me dirigiera a los prohombres allí donde los viera, y que creyera lo que dicen, porque aquél que les cree buen provecho alcanza.
Y el noble responde:
-Buen hermano, bendita sea vuestra madre, que tan bien os aconsejó; ¿pero queréis decirme algo más?
-Sí.
-¿Y qué es?
-Sólo esto: que me alberguéis esta noche.
-De muy buena gana -dice el prohombre-, pero tenéis que otorgarme un don del que recibiréis muy grandes beneficios.
-¿Cuál?
-Que seguiréis los consejos de vuestra madre y los míos.
-A fe mía, lo otorgo.
-Desmontad, pues.
Y desmonta. Uno de los dos pajes que allí estaban se encarga de su caballo, y el otro le desarmó, y quedó en su tosco atuendo, con las abarcas y la cota de ciervo mal hecha y mal tallada que su madre le había dado. El prohombre se hace calzar las espuelas de cortante acero que habían traído los pajes, monta en su caballo, se cuelga el escudo al cuello y tomando la lanza dice:
-Amigo, aprended ahora el uso de las armas, y fijaos bien en cómo se debe llevar la lanza y cómo aguijar y retener el caballo.
Luego despliega la enseña y le muestra cómo se debe coger el escudo. Lo echa un poco hacia delante, hasta unirlo al cuello del caballo, coloca la lanza en el borrén y pica al caballo, que valía cien marcos y que corría más alegre, veloz y poderoso que ninguno. El prohombre sabía mucho de escudos, caballos y lanzas, pues lo había aprendido desde su niñez, y agradó mucho al joven, que ya deseaba hacer pronto lo que él ejecutaba. Cuando hubo hecho su muestra con precisión y elegancia ante el joven, que había prestado mucha atención, se volvió hacia él con la lanza levantada, y le preguntó:
-Amigo, ¿sabríais vos manejar así la lanza y el escudo y aguijar y conducir el caballo?
Y él responde sin dudar que no querría vivir un solo día más ni poseer bien alguno hasta que lo sepa hacer igual.
-El que quiera esforzarse y entender, buen amigo amable, puede aprender lo que ignora -dice el prohombre-. A todos los oficios les conviene corazón y esfuerzo y costumbre; estas tres cosas determinan el aprendizaje, y puesto que vos no lo hicisteis, y a nadie visteis hacerlo, si no lo sabéis, no por ello merecéis vergüenza y menosprecio.
Lo hizo montar entonces, y él llevó desde el primer momento el escudo y la lanza con tanta destreza como si hubiera pasado todos los días de su vida en guerras y torneos, y recorriendo toda la tierra buscando batallas y aventuras. Era que le venía de naturaleza, y cuando la naturaleza lo propicia y el corazón se da por completo a ello, no hay obstáculo posible al esfuerzo de la naturaleza y el corazón. En todo se desenvolvía tan bien que el señor del castillo estaba muy complacido, y se decía para sí que de haber pasado toda su vida aplicado y ocupado con las armas, no lo habría hecho mejor. Cuando el muchacho hubo dado sus vueltas volvió hacia él con la lanza en alto, tal como le había visto hacer, y dijo:
-Señor, ¿lo he hecho bien? ¿Creéis que debo esforzarme más, si quiero conseguirlo? Nunca vieron mis ojos nada que tanto anhelase. ¡Cuánto quisiera saber lo que vos!
-Amigo, si ponéis corazón, lo sabréis, y nada tendrá que inquietaros.
El prohombre montó tres veces y en tres veces le enseñó cuanto pudo sobre las armas, y otras tantas lo hizo montar. La última le dijo:
-Amigo, si os encontrarais con un caballero y os atacara, ¿qué haríais?
-Lo atacaría a mi vez.
-¿Y si quebrara vuestra lanza?
-Después de eso no podría hacer sino correrle a puñetazos.
-Amigo, no hagáis eso.
-Entonces, ¿qué he de hacer?
-Debes requerirle que esgrima la espada".
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: