"Quien observe con cierta indiferencia lo que ocurre en torno a nosotros, habrá de admitir que el mundo es sacudido por una violenta ráfaga de desesperación y oscuridad, inexplicable amor. (Es una especie de opiáceo amor vitae, el que explica la música predilecta de los jóvenes, hecha de ritmos percusivos, iterativos, monótona e inmersa en un anonimato total: la vida tomada tal como es, sin predicados). Dejando aparte tan opinable significado del funéreo tantán que nos acompaña, todo el resto escapa a cualquier justificación. Se diría que el hombre está descontento de sí, que es incapaz de dar un sentido, un contenido, al hecho de estar en el mundo.
Que no venga sociólogos, teólogos, urbanistas y marxistas a explicar semejante fenómeno. Por lo que a mí respecta, no tengo soluciones personales que proponer ; pero cuando me encuentro frente a las más tétricas Casandras, hago valer una simple hipótesis mía. Probablemente el mundo está desollándose, despellejándose de infinitas fealdades morales que nosotros, los viejos, habíamos creído sagrados e inviolables tabúes. Y ahora la nueva piel, demasiado sutil, irritable, no es ya protectora; y lo será aún menos cuando se haga tabla rasa de las muchas bellezas naturales que podían hacer menos dura la vida.
La vieja cultura nos había enseñado que se debía oponer un resuelto no a la vida irreflexiva, al estado bravío, de manantial; pero como quiera que la negación se halla en la raíz de todo ascetismo antisocial, muchos teólogos admitieron que el rigor podía ser moderado por la utilidad. Algunos llegaron incluso a creer que lo útil (la riqueza) tal vez fuese signo indudable de predilección por parte de Dios. Pero después han surgido ya millones de hombres que no piensan ya nada de todo esto. Un gran escobazo debería abatir un modus vivendi que no estaba hecho sólo de papel, de reglas y convencionalismos, sino también del oscuro trabajo, del sacrificio de inmensos pueblos de hormigas humanas. Y así pues, ¿se acabaría el mundo? Pues digamos que sí, aunque añadiendo que se puede imaginar otro que el hombre podría embellecer no sólo con sus manos sino por el simple hecho de vivir, de existir. Lo sé; y al llegar a este punto hemos dado un estupendo salto en el reino de la Utopía. Pero sin utopías, el hombre apenas sería un animal más ingenioso y más feliz que muchos otros.
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Tal vez nunca ha sido más fuerte el intento del hombre por proponerse como un fin a sí mismo. Todo el meollo del problema está aquí. Millones de seres humanos aspiran al amor, pero la palabra es pronunciada sólo en las más sucias sedes de la publicística.
Periódicos y libros, dépliants y almanaques, visiones acampadas en una tela o en un vidrio, sonidos hermanados para darnos una impresión física motora, dinámica; noticias y nociones arrojadas sobre nosotros a manos llenas, constituyen un vociferante abracadabra que debería decir al hombre solo: también estamos nosotros, no estás solo.
Hoy los individuos -una infinidad- exigen representarse, existir, explotar individualmente; piden vivir su propia vida en el plano que les es posible a ellos: el de las emociones y el de las sensaciones. Y en este plano no son posibles delegaciones privilegiadas: el hombre corriente tiene los mismos derechos que el hombre de excepción, y puede incluso hacerse la ilusión de que su barrenamiento de la couche vital es más auténtico que el del hombre de estudio. Pero al hombre-masa le corresponde el mal de masa, al que no escapa ninguno de nosotros.
Y el lado más peligroso de la vida actual es el disolverse del sentimiento de la responsabilidad individual. La soledad de masa ha hecho vana toda diferencia entre el dentro y el fuera.
Como quiera que nuestro tiempo ha sustituido la contemplación por la excitación y el número no es ya el secreto de las leyes divinas, sino el objeto de la estadística, no veo por qué no se deban sacar las debidas conclusiones de las cambiadas condiciones de vida del hombre que fue llamado sapiens y faber (y después ludens y que ahora es destruens), en beneficio del inmenso todos-ninguno que estamos camino de formar.
Lo que ocurre en el mundo llamado civil a partir del Iluminismo (pero ahora cada vez en más rápida escalation) es el total desinterés por el sentido de la vida. Lo cual, sin embargo no contrasta con el darse trabajo. Se llena el vacío con lo inútil. El hombre no tiene ya mucho interés por la Humanidad. El hombre se aburre espantosamente".
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