jueves, 26 de noviembre de 2015

"El maestro de piedra".- David Pownall (1938)


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XIX

 "-No te dejes el cordero para lo último. Está bueno caliente, aunque también frío. Entre un plato y otro es absurdo. Come con apetito y no te preocupes por el desorden. A mí me parece un buen lema para un masón. Eres mi invitado, Herbert Haroldson. No estaría bien que te insultase o te criticase. Si lo hago, recuerda, por favor, que es parte esencial de lo que digo y que no me produce ningún placer. En un momento dado, todos somos imbéciles. Lo que importa es cuándo surge ese momento. Algunos de nosotros somos imbéciles cuando dormimos; tú lo eres en los momentos cruciales. Intentar ganarse el favor del rey con la maqueta del Segundo Estilo de Emersión de Seersach fue una imprudencia. Para empezar, no contaste conmigo: un movimiento poco aconsejable. Yo vi la maqueta, naturalmente, porque me consultaron. No me quedé horrorizado, como los nobles y los obispos, ni me rasqué la cabeza con expresión estúpida. Mi opinión, que le expresé al rey en una breve misiva, se limitó a que la idea me parecía absurda, sin base alguna. No se apreciaban ninguno de los principios que nos han transmitido los antiguos. Carecía de las proporciones armoniosas de la divina aritmética. Era algo brutal, sin ningún refinamiento, el producto de un intelecto extraño. Una aberración, según mi sucinto veredicto. El flamenco y su acólito se han dejado seducir temporalmente por la arquitectura de la Naturaleza: eso les dije. Perdonadlos porque no saben lo que hacen.
 Me lanzas miradas furibundas, Herbert. Primero te llamo acólito, cuando tú te consideras un creador con la categoría de genio -Seersach lo es, y su Segundo Estilo, magnífico-, y después confieso haber suplicado que te perdonaran. ¡Inadmisible! Tanto como tu estúpida ambición. No eres un cantero de primera clase. Hace diez años que realizaste el último trabajo de calidad. La mayoría de las obras para las que te han contratado quedaron abortadas antes de terminarse o ni siquiera se llegaron a iniciar. La definición que más se ajusta a ti es la de mercenario, como les ocurre a las nueve décimas partes de los de nuestra profesión. No sientas demasiada vergüenza. Guarda un poco más para adelante, porque vas a necesitarla.
 Pero, ¿por qué habría de respetar más de lo estrictamente necesario un mercenario, aun en compañía de un genio, al romano Vitruvio, al griego Pitias, a los egipcios anónimos y sus pirámides e incluso los números? La historia sirve para consumirla, no para imitarla. ¿Por qué copiar las viejas formas cuando el mundo rebosa de formas que podemos permutar? Lo que estoy construyendo aquí, por ejemplo... ¿qué objetivo persigo con ello? ¿Agradar? ¿Hay algo en el aire que me dicte las proporciones entre la altura y la anchura? Cuando lo miro no veo una geometría lúcida, sino una confusión sin sentido, una gelatina. A veces tengo la esperanza de que se caiga para empezar de nuevo. Lo mismo le ocurre al rey. Le gustaría que el estado de Inglaterra se desmoronase para empezar de cero. Ninguno de los dos realizaremos nuestro sueño. Tendremos que continuar con la gelatina. Hans Seersach, que Dios lo tenga en su gloria, no hubiera hecho lo mismo. ¿Sabes que se ahogó en un abrevadero del mercado de Maastricht hace unas semanas? Sí, derrama unas lágrimas por él. Ese flamenco tenía una imaginación prodigiosa. Si hubiera visto a Federico, el sacro emperador romano (que no tenía nada de sacro ni romano) antes de que ese magnífico hereje muriese, es posible que el Segundo Estilo hubiese llegado a florecer, pero su nueva maqueta cayó en manos de los arquitectos del emperador, nuestros hermanos albigenses, y lo mataron para conservar su puesto. Hans Seersach era un hombre peligrosamente brillante. Le he dedicado un poema. Si quieres llorar mientras comes, ten cuidado con los huesos pequeños del pollo o te atragantarás. [...]
 Muchacho, cuando veo unos ojos como los tuyos desbordantes de lágrimas me gustaría salir corriendo y destrozar todo cuanto he construido. Ningún edificio puede ser tan elocuente como la aflicción de los jóvenes. Sé que tu futuro está echado a perder. En el fondo de tu corazón acariciabas la idea de que este mundo estaba cambiando para adaptarse a tus necesidades. El llanto equivale a la aceptación. Tú aceptas la muerte del gran talento y yo también. No sirvo para ser el masón del rey. No valgo ni la décima parte que tu héroe; pero conozco la gelatina y las formas que nadan en su interior sin llegar a hacerse realidad. No me desprecies demasiado. No odies a los hermanos alemanes que acabaron con tu amigo en Maastricht. No aceptamos el mundo tal y como es. Construir no es un acto de aceptación, sino de cambio; pero sólo cambiaremos lo que se encuentre dentro del miasma, no algo que se concrete fuera".  

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