Capítulo III.- Cómo Guzmán de Alfarache fue reprehendido de un pobre jurisperito y lo que más le pasó mendicando
"Una fiesta de los primeros días de septiembre, como a la una de la tarde, salí por la ciudad con un calor tan grande que no lo puedo encarecer, creyendo que quien me oyera pedir a tal hora pensara obligarme gran hambre y me favorecieran con algo. Quise ver lo que a tales horas podía sacar, sólo por curiosidad.
Anduve
algunas calles y casas. De ninguna saqué más de malas palabras, enviándome con
mal. Así llegué a una donde toqué con el palo a la puerta. No me respondieron.
Batí segunda y tercera vez: tampoco.
Vuelvo a llamar algo recio, por ser la casa grande.
Un
bellacón mozo de cocina, que debía de estar fregando, púsose a una ventana y
echóme por cima un gran pailón de agua hirviendo y, cuando la tuve a cuestas,
dice muy de espacio:
-¡Agua va! ¡Guardaos debajo!
Comencé a gritar, dando voces que me habían
muerto. Verdad es que me escaldaron, mas no tanto como lo acriminaba. Con
aquello hice gente. Cada uno decía lo que le parecía; unos que fue mal hecho,
otros que yo tenía la culpa, que si no tenía gana de dormir, que dejara los
otros dormidos. Algunos me consolaron, y entre los más piadosos junté alguna
moneda, con que me fui a enjugar y reposar.
Iba entre mí diciendo: "¿Quién me hizo
tan curioso, sacando el río de su madre? ¿Cuándo podré reportarme? ¿Cuándo
escarmentaré? ¿Cuándo me contentaré con lo necesario sin querer saber más de lo
que me conviene? ¿Cuál demonio me engañó y sacó del ordinario curso, haciendo
más que los otros?"
Llegaba cerca de mi casa, y junto a ella vivía
un viejo de casi setenta años de pobre, porque nació de padres del oficio y se
lo dejaron por herencia, con que pasó su vida. Era natural cordobés: dígolo
para que sepáis que era tinto en lana. Trájolo su madre al pecho a Roma el año
del Jubileo. Cuando me vio pasar de aquella manera, hecho un estropajo, mojado,
sucio, lleno de grasa, berzas y garbanzos, me preguntó el suceso. Yo se lo
conté y él no podía tener la risa, y dijo:
-Tú, Guzmanejo, bien me temo no seas otro
Benitillo: como te hierve la sangre, antes quieres ser maestro que discípulo.
¿No vees que haces mal en exceder de la costumbre? Pues por ser de mi país y
muchacho, te quiero dotrinar en lo que debes hacer. Siéntate y considera que no
se ha de pedir por la siesta el verano, y menos en las casas de hombres nobles
que en las de los oficiales: es hora desacomodada, reposan todos o quieren
reposar, dales pesadumbre que nadie los despierte y se enfadan mucho con
importunidades. En llamando a una puerta dos veces, o no están en casa o no lo
quieren estar, pues no responden. Pasa de largo y no te detengas, que perdiendo
tiempo no se gana dinero. No abras puerta cerrada: pide sin abrirla ni entrar
dentro, que acontece abriendo, descuidados de lo que sucede, salir un perro que
se lleva media nalga en un bocado; y no sé cómo nos conocen, que aun dellos
estamos odiados. Y si perro faltare, no faltará un mozo desesperado diciendo lo
que no quieras oír, si acaso con eso poco se contenta. Cuando pidas, no te rías
ni mudes tono; procura hacer la voz de enfermo, aunque puedas vender salud,
llevando el rostro parejo con los ojos, la boca justa y la cabeza baja.
Friégate las mañanas el rostro con un paño, antes liento que mojado, porque no
salgas limpio ni sucio; y en los vestidos echa remiendos, aunque sea sobre
sano, y de color diferente, que importa mucho ver a un pobre más remendado que
limpio, pero no asqueroso. Aconteceráte algunas veces llegar a pedir limosna y
el hombre quitarse un guante y echar mano a la faltriquera, que te alegrarás
pensando que es para darte limosna, y verásle sacar un lienzo de narices con
que se las limpia. No por eso te ensañes ni lo gruñas, que por ventura estará
otro a su lado que te la quiera dar y, viéndote soberbio, te la quite. Donde
fueres bien recebido, acude cada día, que augmentando la devoción, crece tu
caudal. Y no te apartes de su puerta sin rezar por sus difuntos y rogar a Dios
que le encamine sus cosas en bien. Responde con humildad a las malas palabras y
con blandas a las ásperas, que eres español y por nuestra soberbia siendo
malquistos, en toda parte somos aborrecidos, y quien ha de sacar dinero de
ajena bolsa, más conviene rogar que reñir, orar que renegar, y la becerra mansa
mama de madre ajena y de la suya. Donde no te dieren limosna, responde con
devoción: "¡Loado sea Dios! Él se lo dé a vuestras mercedes con mucha
salud, paz y contento desta casa, para que lo den a los pobres." Esta
treta me valió muchos dineros, porque respondiéndoles con tal blandura y las
manos puestas, levantándolas con los ojos al cielo, me volvían a llamar y daban
lo que tenían.
Demás desto, enseñóme a fingir lepra, hacer
llagas, hinchar una pierna, tullir un brazo, teñir el color del rostro, alterar
todo el cuerpo y otros primores curiosos del arte, a fin que no se nos dijese
que, pues teníamos fuerzas y salud, que trabajásemos. Hízome muchas amistades.
Tenía secretos curiosos de naturaleza con que se valía. Nada escondió de mí,
porque le parecía capaz y entonces comenzaba; y como ya él estaba el pie puesto
en el estribo para la sepultura, quiso dejar capellán que rogase a Dios por él.
Así fue, que luego se murió".
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