domingo, 20 de septiembre de 2015

"Ensayos éticos".- George E. Moore (1873-1958)


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IV.- El valor de la religión
 
 "Es bien sabido, pienso, que actualmente un gran número de personas cree en Dios. Y también es sabido que mucha gente no cree que exista Dios alguno. Cada grupo, el de los creyentes y el de los no creyentes, el cristiano y el agnóstico, sabe, en  general, que el otro grupo es muy numeroso. Hace algún tiempo hubo cierta controversia, no pequeña por cierto, entre esas facciones. Bradlaugh y Huxley, por mencionar dos nombres conocidos, atacaron vigorosamente a los creyentes, y Matthew Arnold procuró realizar, lo mejor que pudo, las tareas de arbitraje.
 En este momento la cuestión de si Dios existe o no, parece haber dejado de suscitar el interés de la gente. Se siguen publicando, sin duda, libros sobre ambas posturas, Huxley y Matthew Arnold siguen teniendo lectores; pero, en general, ningún lado parece especialmente ansioso por convencer al otro. Dudo que los cristianos piensen nunca en cuántos no creyentes hay. Y éstos, por su parte, también han dejado de cuestionar el derecho de los demás a creer y el suyo propio a no creer. En general estas grandes diferencias de opinión ya no suscitan desavenencias: usted no sabe siquiera si su vecino es cristiano o no creyente; ni ve razón alguna para preguntárselo, aunque se le ocurriera.
 Ahora bien, no siempre ha habido esta indiferencia sobre la cuestión: fue, en tiempos, una cuestión de vida o muerte. Quizás he exagerado el actual estado de tolerancia; si alguno de ustedes lo cree así, entonces aún hay esperanza de que manifieste más interés del que esperaba en lo que tengo que decir. Porque mi intención es debatir de nuevo la antigua controversia; plantearle, en la medida de mis posibilidades, qué argumentos válidos hay para responder a la pregunta: ¿debemos creer en Dios?
 Mi máxima expectativa al respecto es aclarar los temas de los que depende nuestra respuesta a esta cuestión; porque me parece que ambas partes emplean, muchas veces, falsos argumentos; y me parece que si éstos pudieran desestimarse, la diferencia de opinión resultante, que antes he señalado, podría desaparecer. Por mi parte, comparto la opinión que, como he dicho, parece ser la de la mayoría de las personas a juzgar por sus acciones; la opinión de que esta diferencia entre cristianos y no creyentes reviste poca importancia práctica. En cuestiones de mucha más importancia, en cuestiones morales, ambas partes coinciden en la mayoría de cosas, además de en la citada opinión; y en la práctica coinciden aún más. De todas formas, mientras haya muchas personas que todavía afirmen que "Dios existe", y haya otras que respondan "no veo razón alguna para pensar que existe", habrá la peligrosa posibilidad de que ello desencadene una acción hostil.
 Esta diferencia, me permito recordar una vez más, fue en el pasado fuente inagotable de violencia y persecuciones; y por ello no es probable, pero sí posible, que estas situaciones se volviesen a producir. Especialmente si la mayoría de cristianos se da cuenta del gran número de personas que discrepa de sus creencias y de cuán profunda es esta discrepancia, el tranquilo estado de cosas actual puede sufrir una gran alteración. Sea como fuera, pienso que es deseable llegar a un acuerdo y, si ello no es posible, que cada lado sepa, al menos, qué términos justificarían la creencia o la no creencia. Mi intención es, precisamente, establecer estos términos.
 He lanzado la cuestión ¿debemos creer en Dios?, y en parte la he formulado de esta manera porque, dejando de lado la importancia que tenga o no, es ésta una cuestión que muchas personas se plantean en un momento u otro y a la que deben encontrar una respuesta personal. La respuesta que den influirá poco en su conducta futura: probablemente se acostumbrarán a ella; la considerarán como una cuestión del momento y se olvidarán totalmente de que alguna vez fue algo importante para ellos. Para otros, sin embargo, aunque la respuesta no influya demasiado en su conducta, sí que repercutirá en su felicidad. Y cuando alguien se plantea esta cuestión por primera vez, en ese preciso momento desea encontrar una respuesta, aunque una vez hallada deje de pensar en ella. Sin duda es provechoso ayudarles a encontrar la respuesta correcta.
 La discusión interesará a quienes se han planteado la pregunta, mientras que aquéllos cuyo hábito les ha convencido de su propia respuesta la rechazarán. Es más, quienes determinarán la respuesta habitual que se dará en el futuro son los que ahora se plantean la cuestión.
 Así pues, ¿debemos creer en Dios? Pueden decirme que discutir esta cuestión no es discutir acerca del valor de la religión. Religión es una palabra muy vaga y algunos estarán de acuerdo con Matthew Arnold en que no implica una creencia en un Dios personal. Yo, por mi parte, discrepo. Pienso que, en general, se entiende que implica tal creencia aunque, por supuesto, incluye muchas cosas más. Pero mi objetivo no es discutir el significado de una palabra. Si usted piensa que he empleado mal el término religión, no tengo inconveniente en disculparme. La cuestión que quisiera discutir es el valor de la creencia en un Dios personal. Esta cuestión, dejando de lado cualquier otro significado más amplio de religión, es verdaderamente muy seria para mucha gente".


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