IV.- El valor de la religión
"Es
bien sabido, pienso, que actualmente un gran número de personas cree en Dios. Y
también es sabido que mucha gente no cree que exista Dios alguno. Cada grupo,
el de los creyentes y el de los no creyentes, el cristiano y el agnóstico,
sabe, en general, que el otro grupo es
muy numeroso. Hace algún tiempo hubo cierta controversia, no pequeña por
cierto, entre esas facciones. Bradlaugh y Huxley, por mencionar dos nombres
conocidos, atacaron vigorosamente a los creyentes, y Matthew Arnold procuró
realizar, lo mejor que pudo, las tareas de arbitraje.
En
este momento la cuestión de si Dios existe o no, parece haber dejado de
suscitar el interés de la gente. Se siguen publicando, sin duda, libros sobre
ambas posturas, Huxley y Matthew Arnold siguen teniendo lectores; pero, en
general, ningún lado parece especialmente ansioso por convencer al otro. Dudo
que los cristianos piensen nunca en cuántos no creyentes hay. Y éstos, por su
parte, también han dejado de cuestionar el derecho de los demás a creer y el
suyo propio a no creer. En general estas grandes diferencias de opinión ya no
suscitan desavenencias: usted no sabe siquiera si su vecino es cristiano o no
creyente; ni ve razón alguna para preguntárselo, aunque se le ocurriera.
Ahora bien, no siempre ha habido esta
indiferencia sobre la cuestión: fue, en tiempos, una cuestión de vida o muerte.
Quizás he exagerado el actual estado de tolerancia; si alguno de ustedes lo
cree así, entonces aún hay esperanza de que manifieste más interés del que
esperaba en lo que tengo que decir. Porque mi intención es debatir de nuevo la
antigua controversia; plantearle, en la medida de mis posibilidades, qué
argumentos válidos hay para responder a la pregunta: ¿debemos creer en Dios?
Mi
máxima expectativa al respecto es aclarar los temas de los que depende nuestra
respuesta a esta cuestión; porque me parece que ambas partes emplean, muchas
veces, falsos argumentos; y me parece que si éstos pudieran desestimarse, la
diferencia de opinión resultante, que antes he señalado, podría desaparecer.
Por mi parte, comparto la opinión que, como he dicho, parece ser la de la
mayoría de las personas a juzgar por sus acciones; la opinión de que esta
diferencia entre cristianos y no creyentes reviste poca importancia práctica.
En cuestiones de mucha más importancia, en cuestiones morales, ambas partes
coinciden en la mayoría de cosas, además de en la citada opinión; y en la
práctica coinciden aún más. De todas formas, mientras haya muchas personas que
todavía afirmen que "Dios existe", y haya otras que respondan
"no veo razón alguna para pensar que existe", habrá la peligrosa
posibilidad de que ello desencadene una acción hostil.
Esta diferencia, me permito recordar una vez
más, fue en el pasado fuente inagotable de violencia y persecuciones; y por
ello no es probable, pero sí posible, que estas situaciones se volviesen a
producir. Especialmente si la mayoría de cristianos se da cuenta del gran
número de personas que discrepa de sus creencias y de cuán profunda es esta
discrepancia, el tranquilo estado de cosas actual puede sufrir una gran
alteración. Sea como fuera, pienso que es deseable llegar a un acuerdo y, si
ello no es posible, que cada lado sepa, al menos, qué términos justificarían la
creencia o la no creencia. Mi intención es, precisamente, establecer estos
términos.
He
lanzado la cuestión ¿debemos creer en Dios?, y en parte la he formulado de esta
manera porque, dejando de lado la importancia que tenga o no, es ésta una
cuestión que muchas personas se plantean en un momento u otro y a la que deben
encontrar una respuesta personal. La respuesta que den influirá poco en su
conducta futura: probablemente se acostumbrarán a ella; la considerarán como
una cuestión del momento y se olvidarán totalmente de que alguna vez fue algo
importante para ellos. Para otros, sin embargo, aunque la respuesta no influya
demasiado en su conducta, sí que repercutirá en su felicidad. Y cuando alguien
se plantea esta cuestión por primera vez, en ese preciso momento desea
encontrar una respuesta, aunque una vez hallada deje de pensar en ella. Sin
duda es provechoso ayudarles a encontrar la respuesta correcta.
La
discusión interesará a quienes se han planteado la pregunta, mientras que
aquéllos cuyo hábito les ha convencido de su propia respuesta la rechazarán. Es
más, quienes determinarán la respuesta habitual que se dará en el futuro son
los que ahora se plantean la cuestión.
Así pues, ¿debemos creer en Dios? Pueden
decirme que discutir esta cuestión no es discutir acerca del valor de la
religión. Religión es una palabra muy vaga y algunos estarán de acuerdo con
Matthew Arnold en que no implica una creencia en un Dios personal. Yo, por mi
parte, discrepo. Pienso que, en general, se entiende que implica tal creencia
aunque, por supuesto, incluye muchas cosas más. Pero mi objetivo no es discutir
el significado de una palabra. Si usted piensa que he empleado mal el término
religión, no tengo inconveniente en disculparme. La cuestión que quisiera
discutir es el valor de la creencia en un Dios personal. Esta cuestión, dejando
de lado cualquier otro significado más amplio de religión, es verdaderamente
muy seria para mucha gente".
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