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"Es
también un triste resultado de la sociedad y la civilización humana el hecho de
conocer con precisión nuestra edad y la de nuestros seres queridos, y saber
exactamente que al cabo de determinados años concluirá de modo necesario mi
juventud o la suya, etc., etc., que necesariamente envejeceré o envejecerán,
moriré o morirán, porque, puesto que la vida humana no puede durar más que
determinado tiempo, y conozco efectivamente la edad que tienen o que tengo, veo con toda claridad que dentro de un
tiempo preciso ellos o yo no podremos
seguir viviendo, o gozando de nuestra juventud, etc., etc. Tratemos de pensar
en lo que significa no tener una idea precisa de la propia edad, que es lo
natural, y que se observa aún con frecuencia entre las gentes del campo, y
veremos cuánto disminuyen los males habituales e infaltables que el tiempo
aporta a nuestra vida, porque desaparece esa previsión segura que determina el
mal y lo anticipa en grandísima medida, al hacernos conscientes del momento en
que necesariamente tendrán que acabarse tales y cuales ventajas de esta o
aquella edad, de las que ahora gozo, etc. Cuando eso no existe, la idea confusa
de nuestra inevitable decadencia y muerte ya no es capaz de entristecernos
tanto, ni de disipar las ilusiones que en nuestras sucesivas edades nos
consuelan. Y observemos cuán terrible es para un viejo de ochenta años, por
ejemplo, el saber con seguridad que al cabo de diez años a lo sumo se habrá
muerto, por lo que su situación es comparable con la de un condenado, y se
reduce infinitamente ese gran don que nos ha hecho la naturaleza al ocultarnos
la hora precisa de nuestra muerte, cuyo conocimiento exacto bastaría para
paralizarnos de terror, y desalentarnos para toda nuestra vida. [...] (20 de enero de 1820) [...]
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Toda la filosofía es por completo inactiva, y
un pueblo de filósofos perfectos no sería capaz de llevar a cabo acción alguna.
En este sentido sostengo que la filosofía nunca ha provocado, ni ha podido
provocar, revolución alguna, o cambio o empresa, etc., pública o privada; más
aún, por su propia naturaleza ha tenido que suprimirlos, como entre los
romanos, los griegos, etc. La semifilosofía, en cambio, es compatible con la
acción y puede incluso provocarla. Así, la filosofía habrá podido provocar
inmediata o mediatamente la revolución en Francia, en España, etc., porque la
multitud, y el común de los hombres, incluso los hombres instruidos, nunca ha
sido en Francia ni en ninguna otra parte perfectamente filósofa, sino sólo a
medias. Pues bien, la semifilosofía es madre de errores, y ella misma es
errónea; no es pura verdad ni razón, pues ésta no podría provocar alteración
alguna. Y esos errores semifilosóficos pueden ser vitales sobre todo cuando
sustituyen a otros errores debido a su peculiar carácter humillante, como los
que se derivan de una ignorancia barbárica, y ya no natural; pueden ser incluso
contrarios a los dictámenes y a las creencias de la naturaleza, ya sea ésta
primitiva o se encuentre reducida a estado social, etc. Así pues, los errores
de la semifilosofía pueden servir para curar errores más antivitales, aunque en
definitiva también éstos deriven de la filosofía, es decir de la corrupción
provocada por el exceso de civilización, que siempre es inseparable del
correspondiente exceso de las luces, del que incluso en gran parte deriva. Y en
efecto la semifilosofía es el motor del poco de vida y movimiento que hoy existe
en el pueblo. Miserable motor, porque, aunque se trate de un error, y no sea
perfectamente racional, no está basado en la naturaleza, como los errores y
motores de la vida antigua, o infantil, o salvaje, etc.: sino, por el
contrario, en definitiva, en la razón, en el saber, en creencias o
conocimientos no naturales y contrarios a la naturaleza: y es más
imperfectamente racional y verdadera, que irracional y falsa. De forma que
también tiende a la razón, y por tanto a la muerte, a la destrucción, y a la inacción.
Y más tarde o más temprano alcanza esa meta, porque tal es su esencia, al
contrario de los errores naturales. Y la acción presente sólo puede ser
efímera, y acabará en la inacción, dada la naturaleza finita de todo impulso,
de todo cambio provocado en las naciones por principios y fuentes filosóficos,
es decir por principios de razón y no de naturaleza inherente sustancial y
originariamente al hombre. Por lo demás, la semifilosofía, no ya la filosofía
perfecta, provocaba o permitía que subsistiera el amor a la patria y las
acciones que de éste se derivan, en Catón, en Cicerón, en Tácito, Lucano,
Trasea Peto, Helvidio Prisco, así como en los otros antiguos filósofos y
patriotas al mismo tiempo. Por lo demás, se sabe bien cuáles fueron los efectos
de los progresos y perfeccionamientos de la filosofía entre los romanos.
Observad, además, que el movimiento y el
fervor que hoy provoca la semifilosofía va perdiendo permanentemente, y por
fuerza, instigadores y promotores, etc. , a medida que con la experiencia, etc.,
éstos se van perfeccionando en la filosofía, y dejan de ser semifilósofos para
ser, o llegar a ser poco a poco, filósofos. (17
de enero de 1821) [...]
109
El
efecto más claro, y casi la suma de los efectos que el conocimiento y la
experiencia de los hombres produce en un hombre de espíritu selecto y elevado
consiste, sin duda alguna, en que éste se vuelve sumamente indulgente ante
cualquier debilidad, pequeñez, tontería, ignorancia, estupidez, maldad, vicio y
defecto de los otros, tanto natural como adquirido, y por grande y excesivo que
resulte; mientras que antes de ese conocimiento era por demás severo ante esas
cosas; y también se vuelve muy propenso a apreciar y alabar la menor virtud y
los méritos más ínfimos, que antes de dicha experiencia solía despreciar, pasar
por alto, considerarlos indignos de alabanza, y casi confundirlos o no
distinguirlos de las imperfecciones; en suma, se vuelve muy propenso a valorar,
y suele hacerlo, al tiempo que pierde casi todo hábito y tendencia a despreciar
y pasar por alto, como si se hubiera olvidado de esas cosas, o sea todo lo
contrario de antes. Tan escaso es el valor de los hombres. Y de ello puede
deducirse y juzgar exactamente cuánto valen realmente los hombres y cuánto hay
de verdadera virtud en ellos. (28 de
septiembre de 1823)".
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