miércoles, 2 de septiembre de 2015

"Seminario sobre la juventud".- Aldo Busi (1948)


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El retrato de Madame D'Orian

 "Luego se lo cuento de golpe:
-¡Tengo la sífilis!
-Yo he tenido dos abortos: uno a los diecinueve años y otro a los veintiuno.
 Y ambos añadimos:
-Ah, bon.
Y nos echamos a reír y comienza inmediatamente la fiesta: vaciamos la nevera, descorchamos la botella de champagne -que nos gusta tan poco a ella como a mí- y comenzamos a entrar en detalles.
 Yo:
-Hablemos de tus abortos.
 Ella:
 -Bueno. El veinticinco de mayo de mil novecientos cincuenta y ocho conozco a un español, tan tímido como yo; lo conozco por la tarde y por la noche estoy ya... Todo lo que recuerdo es un gran dolor, y luego el miedo, el miedo de que mi madre llegara a saberlo. Suzanne me acompaña a visitar a una mujer, muy competente, una profesional; pero yo quería tener el niño, habría querido tenerlo. Pero él se larga, vuelve a España... y yo acababa de empezar a trabajar en París; significaba regresar a casa, madre soltera, en aquel ambiente. No, no, mejor abortar, insistía Suzanne. Aborto y Suzanne me envía un año a Londres, a perfeccionar el inglés, llega incluso a ponerse en contacto con mi familia, va a conocerlos, les convence de que me dejen ir, asegurándoles que a la vuelta recuperaré mi puesto de trabajo y ganaré mucho más. Y así es como me fui con los Bentley. Pero soporté un año de remordimientos y de agotamiento; de no haber sido por Suzanne, no sé, no sé.
 Yo:
 -El primero. ¿Y el segundo?
 A esta pregunta, Arlette se levanta del borde de la cama y comienza a describir círculos en torno a mi jergón inundado por la luz del ventanal abierto de par en par, como si estuviera buscando algo. Pero no lo encuentra: estaba sin duda buscando una nueva versión, o tal vez corregir la primera declaración. Como si se esforzara por oír sus palabras, el sonido que producían, pero ya habían volado fuera. Da un golpecito a la jaulita, que comienza a oscilar, oigo dos suspiros, veo que mueve la cabeza y enciende con mano temblorosa un cigarrillo. Debo asistir a la habitual pantomima de los discursos de niña idiota de las colonias antes de que empiece de nuevo.
 -Vuelvo a trabajar. El español regresa a París. Se presenta cuando hace sólo dos días que he vuelto al trabajo porque, dice, quiere saber si es varón o hembra, y luego desaparecerá para siempre. Yo no le digo nada a Suzanne, la cual no me habría permitido volver a verle; así que él telefonea a la oficina y, como siempre, Suzanne está allí, en la mesa de enfrente, hojeando un libro de contabilidad y hablando de abejas y de polen; yo hago como si nada, y me parece que el corazón me va a estallar, no sé qué hacer, digo únicamente: "Sí", a todas las preguntas que me hace. Quería volverle a ver por el daño que me había hecho, sobre todo porque se había ido de ese modo; por el contrario, me lo callo todo y cuando hago el amor, bien... lo desprecio por su cobardía, pero...
 -Te gustaba hacer el amor con él...
 -Exacto. Me hacía enloquecer. Gritaba.
 -No me mires así, Arlette, yo no tengo que emular a nadie, y mucho menos a ese Pablo.
 -¿Qué quieres decir?
 -Quiero decir que yo no tengo que hacer el amor contigo, simplemente porque sexualmente las mujeres me dejan indiferente. Y nada más, no hay nada personal en ello. Pero me mirabas como si quisieras que yo me planteara el problema de si alguna vez conseguiré hacerte enloquecer como el español. Te acabo de decir que tengo un sifiloma anal y tú lo borras de un plumazo y te inventas una pugna entre machos.
 -Pero una cosa no excluye la otra.
 -Bueno, para mí la excluye.
 -Pablo también era homosexual. Él era...
 -...
-... soltaba fuego por las narices...
-Un Minotauro. ¡Pero qué tipo tan ridículo!
-Ridículo lo serás tú -dice Arlette, mirándome furiosa".

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