XI.- La revolución de Julio
Jornada del 26
"Las Ordenanzas, fechadas en 25 de julio, fueron insertadas en el Monitor del 26. Se había guardado tan rigurosamente el secreto que ni el mariscal duque de Ragusa, comandante general de la guardia, ni Mangin, prefecto de policía, tuvieron conocimiento de ellas. El prefecto del Sena conoció las ordenanzas por el Monitor, de la misma manera que el subsecretario de Estado de la Guerra; y sin embargo eran estas autoridades las que disponían de las diferentes fuerzas armadas. El príncipe de Polignac, encargado interinamente de la cartera de Bourmont, estaba tan lejos de ocuparse de este pequeño asunto de las Ordenanzas que pasó la jornada del 26 presidiendo una subasta en el Ministerio de la Guerra.
El rey marchó de caza el 26, antes que el Monitor llegara a Saint-Cloud, y hasta medianoche no volvió a Rambouillet.
Al fin, el duque de Ragusa recibió este billete del príncipe de Polignac:
"Vuestra Excelencia tiene ya conocimiento de las medidas extraordinarias que el rey, en su sabiduría y sus sentimientos de amor hacia su pueblo, ha juzgado necesario tomar para el mantenimiento de los derechos de la corona y del orden público. En tan importantes circunstancias Su Majestad cuenta con su celo para asegurar el orden y la tranquilidad en todo el distrito de su mando."
Esta audacia de los más débiles hombres que existieron jamás contra la fuerza que iba a arrollar a un imperio no se explica más que por una especie de alucinación, resultado de los consejos de una miserable camarilla que desapareció en el momento de peligro. Los redactores de los diarios políticos, después de haber consultado con Dupin, Odilon, Barrot, Barthe y Merilhou, se decidieron a publicar sus hojas sin autorización, a fin de hacerlas recoger y denunciar la ilegalidad de las Ordenanzas. Al efecto se reunieron en el despacho de El Nacional, donde Thiers redactó una protesta que fue firmada por cuarenta y cuatro redactores, y que apareció, el 27 por la mañana, en El nacional y El Tiempo.
Al anochecer se reunieron algunos diputados en casa de Laborde y convinieron en encontrarse al día siguiente en casa de Casimiro Perier. Allí apareció por primera vez uno de los tres poderes que iban a ocupar la escena: la monarquía estaba en la Cámara; la usurpación, en el Palais Royal; la República, en el Ayuntamiento. Se echaron piedras al carruaje de Polignac. El rey, a quien el duque de Ragusa vio en Saint-Cloud, después de volver de Rambouillet, preguntó a éste noticias de París.
-El papel ha bajado -contestó éste.
-¿Cuánto? -preguntó el delfín.
-Tres francos -respondió el mariscal.
-Ya subirá -replicó el delfín.
Y cada cual se fue por su lado.
Jornada del 27
La jornada de este día comenzó mal. El rey confió el mando de París al duque de Ragusa, lo cual significaba apoyarse en la mala fortuna. A la una el mariscal fue a instalarse en el estado mayor de la guardia, en la Plaza del Carrousel. Mangin mandó que se apoderaran de la imprenta de El Nacional. Mignet y Thiers, creyendo la partida perdida, desaparecieron durante dos días. Thiers fue a ocultarse en el valle de Montmorency.
En El Tiempo la cosa tomó un carácter más serio: el verdadero héroe de los periodistas fue indudablemente Coste. En la redacción de El tiempo tuvo lugar una discusión constitucional entre Baude y un comisario de policía. El fiscal de París expidió cuarenta y cuatro citaciones contra los firmantes de la protesta de los periodistas. Hacia las dos la fracción monárquica de la revolución se reunió en casa de Perier, como se había convenido la víspera, pero no se acordó nada. Los diputados se citaron para el día siguiente, 28, en casa de Audry de Puyravault. Perier, hombre de orden y rico, que no quería caer en manos del pueblo y que no dejaba de alimentar aún la esperanza de un arreglo con la legitimidad, dijo a Schonen con firmeza:
-Nos perdéis saliéndoos de la legitimidad y nos hacéis perder una soberbia posición.
Este espíritu de legalidad dominaba en todas partes. Perier pertenecía a aquella clase burguesa que se había constituido en heredera del pueblo y del soldado. Tenía valor y precisión en las ideas; se lanzó valientemente al torrente revolucionario para contenerlo; pero le preocupaban demasiado su salud y su vida.
-¿Qué quiere usted hacer de un hombre -me decía Decazes- que se está siempre mirando la lengua en un espejo?"
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