viernes, 11 de septiembre de 2015

"Aquí tienes tu vida".- Eyvind Johnson (1900-1976)


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 "Adquiere y pide prestados libros. A veces se queda leyendo en la cama después de hacerse la cena, de freír el tocino o la morcilla o de recalentar las tortitas que le han dado en su casa. Siempre queda una hora más o menos en la que puede hacer lo que desea. Preferiría -a menudo- salir, encontrarse con alguien, tocar a una chica, mirarla, su instinto joven le impulsa a ello. Pero no se puede salir cuando uno es tan tonto. Él lee porque el saber es un gran poder; por esta escalera subirás, amigo mío.
 -Sería mucho mejor si la gente no supiera leer -dijo Larsson en su época comunicativa-. Ahora sólo salen diablos socialistas de toda esta patochada.
 Había leído libros de indios, no precisamente porque el conocimiento acerca de los indios -el conocimiento de los indios que proporcionaban los libros de indios- dieran algún poder, en esto no había pensado, no, pero porque era otra clase de vida y, en las praderas, la gente, por lo visto, no tiene que trabajar en serrerías. También conocía bastante bien Nueva York a través de Nat Pinkerton en su vehículo y, con su fino oído, oye el susurro de una bomba en el aire; pero esto no es un problema para él, no necesita reflexionar mucho, simplemente salta del carruaje. Y cuando la bomba estalla, el gran detective y héroe va a parar, felizmente, encima de una fila de colchones que, por alguna razón, han sacado a airear precisamente este día y precisamente en la Quinta Avenida. Olof está pensando un rato en el cochero, en qué le deberá pasar. Piensa en América. Le gustaría estar allí. También había leído, tiempo atrás, la novela de Esmeralda, la bella mujer de Australia, y colecciones enteras de viejas revistas, folletín tras folletín, hasta que zumbaba tanto en el papel como en la cabeza. Y luego Marryat, sí, y Julio Verne, hasta llegar a Strindberg. En cierto modo era precoz. Por lo menos, cuando se trataba de escoger. Se puede decir que se acercaba serpenteando a los libros esenciales. No se encontraban listos para que él los leyera: tenía que descubrirlos de muchas maneras. Pedía prestados libros a personas que conocía; y ellos le daban novelas de piratas. Él tenía que decir que eran muy buenas y dignas de ser leídas, para poder pedir prestados otros, mejores. Siempre había algún libro que le gustaba. Saboreaba la literatura sueca en bocados muy pequeños. Los libros son realmente caros.
 Alguna vez había ido a la biblioteca del pueblo. Allí le habían puesto libros infantiles en las manos, a pesar de desear él otra cosa. Pero, de todas maneras, había encontrado bastantes libros, sí, hubieran podido durar mucho tiempo, razonó, si le hubieran dejado escoger lo que quería. Leía libros sobre la tierra, el espacio, el hombre y los animales. Tuvo una disputa con una chica que trabajaba allí, repartiendo el poder. Fue un día este invierno. Usted puede irse a la porra, le gruñó a la chica, él que ya tenía tantos conocimientos, que sabía que el hombre desciende del mono, y que sabía desde hacía mucho tiempo, sí, desde siempre, le parecía, cómo se hacen los niños, y que pensaba empezar a leer a Nietzsche. Le hubiera gustado volver allí, ir curioseando entre los estantes, pero luego su ropa estaba en tal mal estado que no podía ir allí vestido así. Y el otro traje, el de la comunión, estaba en casa. Pero él estaba aprendiendo alemán.
 -Aprende el inglés, porque es lo único que sirve en América, y en el mar -le aconsejó Julio, el cortador.
 Pero Olof aprendía alemán, y era como estudiar a escondidas. Por alguna razón no les gustaba que estudiara idiomas. Quizá les daba miedo de alguna manera. Lo notaba a menudo: su miedo de que él adquiriese algo que ellos estaban demasiado cansados para alcanzar. Estaba echado en la cama más o menos una hora leyendo página tras página de una gramática alemana y otra francesa, sin obtener ningún resultado en realidad. Leía también cuando estaba en casa los domingos. Pero, de todos modos, no salía adelante. Además, en el barracón querían apagar la luz después de irse a la cama. Mañana será otro día, decían. Y él lo notaba también: que mañana sería otro día.
 No, su lectura no daba mucho resultado. Era sólo una huida, una huida precipitada, ciega, de la realidad. Y él pensaba: Ella será pura. Estaba soñando en la mujer: la mujer pura y buena, en el futuro".    

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