lunes, 3 de julio de 2017

"Tratado del origen y arte de escribir bien".-Fray Luis de Olod (s. XVIII)


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Capítulo XV: De la buena crianza civil y christiana que han de dar los Maestros a los discípulos
VI.-De cómo han de jugar o divertirse los discípulos

«No hay donde las pasiones queden más libres que en el juego ni donde se encienden más fácilmente. En el juego (según dice el V.P. Murillo) se descubre el natural de cada uno sin disfraz. Los inciviles y mal criados demuestran lo que son en los movimientos que hacen y palabras que dicen; y quien en el trato parecía dulce y afable, el juego le demuestra bronco, descortés e intratable. Es por otra parte indispensable que los muchachos jueguen y se diviertan para que conserven mejor la salud corporal y la viveza de sus potencias; pues si estuviesen continuamente aplicados perderían, con la salud del cuerpo, la viveza de sus potencias porque el espíritu humano es como la tierra que para llevar buen fruto quiere estar con descanso y sin trabajo. Y así, enseñando la experiencia que los muchachos, después de un moderado juego, se aplican más ávida y gustosamente a los estudios; [...] Y por esto será la mayor destreza de un maestro el divertirles con fructuosas ocupaciones.
 Deben, pues, los maestros ser muy prudentes en esta materia porque si dexan jugar mucho a los discípulos, después aborrecen el estudio y, si no los dexan jugar y recrear, pierden entrambas saludes. [...] Los juegos, pues, y entretenimientos de los niños christianos han de ser honestos y a su tiempo, con sus iguales en calidad y edad; y aquellos son mejores para gente moza en que se haga algún exercicio corporal para aumentar más las fuerzas y también la salud, como es: el juego de marro y el de los bolos, barra y pelota; y para diversión de asiento el axedrez, damas, oca y trompillos, etc. Pero les será muy dañoso, y no han de permitir los maestros, el que jueguen los discípulos a los dados, a los naypes, al billart, etc. porque estos juegos no son a propósito para conservar la salud y son juegos que suelen ser la perdición de los hombres y, una vez aficionados a estos juegos, pierden el tiempo en ellos, los bienes que tienen, la devoción de las cosas santas y la conciencia, maldiciendo, jurando, blasfemando y haciendo embustes, fraudes y engaños.
 Por esto dixo Platón que a los niños desde los primeros años se les han de connaturalizar las buenas costumbres porque si se ocupan en juegos impropios, o menos decentes, nunca saldrán virtuosos. [...] Por lo que deben desvelarse mucho los maestros que los juegos que para su diversión les permiten sean siempre honestos y nunca incentivos de sus pasiones, procurando también con grande cuidado, que sea por poco tiempo, sin pasión y por divertimento y que, si algo apostan, sea únicamente aquello cuya pérdida no pueda afligirles, teniendo el maestro siempre la mira a que se diviertan de tal modo que el mismo juego sirva y contribuya a su buena educación.
 Acuérdense que un hombre de bien jamás ha de jugar sino por diversión y luego que la pasión domina en el juego ya no es diversión sino un exercicio penoso y nocivo. Sobrado ardor en el juego y conocida ansia en ganar son, por lo ordinario, el origen de muchas acciones descomedidas, groseras y aun villanas; pues si un tahúr se despeña contra la razón y la ley, el que goza sobradamente en el lucro, ofende a quien pierde y ocasiona disgustos, desayres y enemistades; eviten, pues, con cuidado todos esos excesos; estén siempre sobre sí mismos en el juego. Un poco de frialdad y alegre indiferencia está bien en el juego, quando juegue en él gente de garbo y civil; la política y la modestia, todo lo hermosean.
 No dexen de afearles los clamores súbitos y los insultos de júbilo e indignación, según la suerte del juego. Háganse ley de ceder siempre a su compañero la primacía, asiento y elección; pues como no hay cosa más decente, ni que haga mayor honra, que el ceder generosamente estas pequeñas ventajas; de ahí el hombre de buena crianza adquiere estimación con la gente civil a poco gasto. La disputa, la temeridad, el ardor y la impaciencia en el juego son de gente ordinaria, pero la cortesanía tiene un no sé qué de noble, que atrae y satisface. No hay cosa más ridícula que volverse con indignación contra los instrumentos del juego y querer atribuir a ellos los efectos de nuestra inhabilidad y desventura. Hablando siempre con mucho respeto y circunspección y evitando la aspereza, así en la voz como en los gestos; acostumbrándose a ser civiles, graciosos y afables en el juego y lo serán en todo lo demás.

VII.-De las buenas compañías que han de tener los discípulos

El primer lazo que arma el diablo a la salvación de los jóvenes es el hacerles que encuentren con malas compañías y, por esto, importará mucho que quando los niños tendrán otros de su edad para estudiar, jugar y divertirse, esté el maestro muy vigilante con qué género de compañías se han de juntar y entretenerse, apartándoles de las ruines y depravadas costumbres. Al modo que dice la Sagrada Escritura de Sara, que viendo a su único hijo Isaac jugar con su medio hermano Ismael, hijo de Agar esclava, no paró ni sosegó hasta apartarle de su compañía [...] porque echó de ver, como dice San Gerónimo, que el juego de Ismael era hacer idolillos o provocándole a cosas indecentes y malas.
 En este tiempo que los niños comienzan a entrar en el mundo les son las malas compañías más dañosas y peligrosas de lo que se puede pensar; porque el mundo abunda de ellas y es imposible el que no tropiecen con ellas a menudo; y de otra parte, no tienen todavía bastante conducta para evitarlas, ni fortaleza para resistirlas. Los malos los rodean incesantemente para atraerlos a sí, como se lee en los Proverbios: [...] Dícenles que es menester hacer como los demás; la complacencia los mueve; la vergüenza les estorva el contradecir; de suerte que se hallan vencidos y pervertidos en poco tiempo y no hay cosa más perniciosa que las malas compañías.
 Experiencia es muy clara que, sin saber la inclinación de una persona ni su vida, en viendo la compañía que trae, luego se dice quién es. En Roma era Catilina tan infame, según escribe dél Salustio, que, con ser mancebo tan noble, cada padre vedaba a su hijo juntarse con él: porque como le tenían por vicioso y disoluto, pegaba tiña de malas costumbres a quantos trataba; con todo ese recato, dice Plutarco, que destruyó la flor de la juventud romana. [...]
 Los muchachos deben ser apartados de las malas compañías porque son peste que los infecta y principalmente los aduladores o lisongeros; porque estos son los más pestilentes, y los que más presto precipitan a la juventud, porque alaban lo que es malo y con eso se arrojan a los vicios. Y acabo esta plática con aquella doctrina de San Pablo: Nescitis quia modicum fermetum totam massam corrumpit. Que una poca de levadura corrompe mucha masa. Y así del luxurioso se pegan torpezas; del iracundo, venganzas; del comedor, glotonerías; y del soverbio, vanidades y locuras. Y con esto se ve quan perniciosas son las malas compañías.»
 

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