miércoles, 5 de julio de 2017

"Siddharta".- Hermann Hesse (1877-1962)


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Segunda parte: Kamala

«Kamala exclamó riendo:
 -No, querido, no me basta. Tienes que ir vestido con ropas elegantes y debes llevar finos zapatos y mucho dinero encima, y traer también regalos para Kamala. ¿Vas aprendiendo? ¿Te fijas, samana del bosque?
 -Naturalmente, me fijo -repuso Siddharta-. ¿Cómo podría desatender las palabras de esa boca? Tus labios son como un higo recién abierto, Kamala. También mi boca es roja y fresca y hará juego con la tuya, lo verás. Pero, dime, bella Kamala, ¿no temes ni siquiera un poco al samana del bosque, que ha venido a aprender el amor?
 -¿Cómo podría tener miedo de un samana? ¿De un necio samana del bosque, que habita con los chacales y que todavía desconoce lo que es una mujer?
 -¡Ah! Pero el samana es fuerte y no se arredra ante nada. Podría forzarte, bella muchacha. Robarte, hacerte daño.
 -No, samana, no temo nada de eso. ¿Alguna vez un samana o un brahmán ha temido que alguien le pudiera robar su sabiduría, su devoción o su profundidad de pensamiento? No, pues es suyo, y sólo da lo que quiere dar y a quien quiere. Lo mismo, exactamente, pasa con Kamala y las alegrías del amor. La boca de Kamala es bonita y encarnada, pero intenta besarla contra la voluntad de Kamala, y no disfrutarás ni una sola gota de la dulzura que sabe dar. Tú tienes facilidad para aprender, Siddharta, pues aprende también esto: el amor se puede suplicar, comprar, recibir como obsequio, encontrar en la calle, ¡pero no se puede robar! El camino que te has imaginado es erróneo. Sería una lástima que un joven tan agraciado como tú, empezara tan mal.
 Siddharta se inclinó sonriendo y contestó:
 -¡Sería una lástima! ¡Tienes razón! ¡Sería una verdadera lástima! ¡No, de tu boca no se debe perder ni una sola gota de dulzura, ni tú de la mía! Quedamos, pues, así, en que Siddharta volverá cuando tenga lo que le falta: vestidos, zapatos, dinero. Pero antes, bella Kamala, ¿no podrías darme un pequeño consejo, todavía?
 -¿Un consejo? ¿Por qué no? ¿Quién se negaría a dar un consejo a un pobre e ignorante samana que viene de los chacales del bosque?
 -Dime, pues, querida Kamala: ¿dónde debo ir para encontrar rápidamente esas cosas?
 -Amigo, eso es lo que muchos quisieran saber. Debes hacer lo que has aprendido y exigir por ello dinero, vestidos y zapatos. De otra forma, un pobre no logra tener dinero. ¿Qué sabes hacer?
 -Sé pensar. Esperar. Ayunar.
 -¿Nada más?
 -Nada más... Pues sí, también sé hacer poesías. ¿Quieres darme un beso por una poesía?
 -Si me gusta la poesía, sí. ¿Cómo se llama?
[...]
 Kamala aplaudió tan fuerte que sus pulseras de oro resonaron argentinas.
 -Me gustan tus versos, moreno samana. Y, en verdad, no pierdo nada, si te doy un beso.
 Con los ojos le atrajo; Siddharta inclinó el rostro sobre el de Kamala y depositó su boca sobre la del higo recién abierto. El beso de Kamala fue largo; con profundo asombro, Siddharta se dio cuenta de que le enseñaba, pues era sabia; le dominaba, le rechazaba, le atraía, y tras el primer beso le esperaba una larga sucesión de besos bien ordenados, bien probados, cada uno distinto del siguiente. Respiró profundamente y en ese momento sintióse sorprendido como un niño ante la abundancia de cosas nuevas y dignas de aprender que se descubrían ante sus ojos.
 -Tus versos son muy bellos -exclamó Kamala-; si yo fuera rica te los pagaría a precio de oro. Pero te será difícil ganar con versos tanto dinero como el que tú necesitas. Pues necesitarás mucho si quieres ser amigo de Kamala.
 -¡Cómo sabes besar, Kamala! -balbució Siddharta.
 -Sí, eso lo sé hacer; por ello no me faltan vestidos ni zapatos ni pulseras ni otras cosas bonitas. ¿Pero qué será de ti? ¿No sabes otra cosa que pensar, ayunar y hacer poesías?
 -También sé las canciones de los sacrificios -comentó Siddharta-, pero ya no las quiero cantar. También conozco las fórmulas mágicas, pero ya no las quiero pronunciar. He leído las escrituras...
 -¡Alto! -le interrumpió Kamala-. ¿Sabes leer? ¿Sabes escribir?
 -Sí, naturalmente. Hay muchos que saben.
 -La mayoría, no. Tampoco yo lo sé. Es muy interesante que sepas leer y escribir, muy interesante. También te servirán las fórmulas mágicas.
 En ese instante entró corriendo una sirvienta y dijo unas palabras al oído de su ama.
 -Tengo visita -exclamó Kamala-. ¡Date prisa! ¡Vete, Siddharta, nadie debe encontrarte por aquí, no lo olvides! Mañana te veré de nuevo. 
[...]
 Contento, hizo lo que se le había mandado. [...] De repente, se le encendió el orgullo. Ya no era un samana, ya no debía pedir limosnas. Arrojó el pastel de arroz a un perro y se quedó sin comer.
 "La vida que se vive en este mundo es simple -reflexionó Siddharta-. Cuando todavía era un samana todo era difícil, y al final desesperado. Ahora todo es fácil, tan sencillo como las enseñanzas en el arte de besar que me ofrece Kamala. Necesito vestidos y dinero, nada más; son dos metas pequeñas y cercanas, que no quitan el sueño."
 [...] en la casa de Kamala se presentó al día siguiente. [...] Siddharta replicó:
 -Ayer te conté que sé pensar, esperar y ayunar y tú encontraste que todo ello no servía para nada. Sin embargo, sirve para mucho, Kamala, ya lo verás. Te darás cuenta de que los ignorantes samanas aprenden en el bosque y saben muchas cosas hermosas que vosotros no sabéis. Anteayer todavía era un mendigo sucio; ayer besé a Kamala; y pronto seré un comerciante, y tendré dinero y todas las cosas que a ti te gusten.
 -Eso es cierto -respondió Kamala-. ¿Pero qué sería de ti si no fuera por Kamala? ¿Qué serías tú sin mi ayuda?»
 

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