viernes, 7 de julio de 2017

"La Europa de Hitler".- Arnold J. Toynbee (1889-1975)


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Parte primera: La estructura política de la Europa de Hitler
VI.-El trato alemán a los judíos

«Con la derrota total de Polonia se convirtieron en realidad sus peores temores. Al ir entrando los alemanes en una ciudad tras otra se vio alentada la violencia contra la población judía. Antes de terminar el año 1939 habían sido asesinados más de un cuarto de millón de judíos por el ejército alemán y las SS, por antisemitas indígenas y por elementos criminales de la población. Mientras tanto, las autoridades alemanas emprendieron una destrucción más sistemática con vistas a una evacuación total final de todos los judíos supervivientes de Europa a Madagascar.
 Al cabo de seis semanas, 57.000 habían sido deportados a Alemania para realizar trabajos forzados. En las ciudades polacas se establecieron ghetos -en Varsovia se hizo esto después de haber sacado dos millones de dólares a los judíos de la ciudad como soborno para evitar su establecimiento- y los habitantes se vieron obligados a trabajar en fábricas, en las carreteras y en todos los lugares donde obreros no especializados podían servir a la máquina de guerra alemana. Fueron introducidas las leyes de Núremberg, los judíos se vieron privados de todos sus derechos civiles; sus cartillas de abastecimiento fueron selladas y se limitó con gran severidad la distribución de raciones para ellos; los judíos que no eran "económicamente útiles" se vieron en algunos casos totalmente privados de toda clase de racionamiento; las sinagogas y las instituciones culturales judías que habían escapado a la destrucción durante los primeros excesos fueron confiscadas y destruidas; sus negocios fueron incautados y "arianizados" y se hicieron todos los esfuerzos precisos para azuzar a la población polaca contra ellos, difundiendo constantemente el rumor de que eran los judíos quienes habían causado la derrota de Polonia y la guerra y ofreciendo a los polacos propiedades o ropas que frecuentemente procedían de los robos de que eran víctimas los judíos.
 A finales de octubre se creó una reserva de cincuenta por sesenta millas de extensión en la región de Lublin y se anunció que allí serían enviados todos los judíos y que se les permitiría llevar una vida autónoma dentro de estos límites. Más de 30.000 judíos de Polonia, de Viena, de Checoslovaquia fueron enviados allí, amontonados en vagones de ganado, sin comida ni agua. Los que sobrevivieron al viaje se encontraron con que no se había hecho el menor preparativo para recibirles y que carecían de medios para ganarse la vida. Pronto fueron víctimas de epidemias y, como los alemanes temían el contagio, se vieron obligados, temporalmente, a abandonar este experimento.
 En lugar de la reserva proyectada, se intensificó el amontonamiento de judíos en los ghetos y en los campos de trabajo forzados. Al principio, los judíos eran simplemente capturados en las calles y puestos a trabajar; luego las autoridades judías se vieron obligadas a enviar diariamente cantidades determinadas de personas para las distintas clases de trabajos. Los que no podían trabajar eran abandonados para que se murieran de hambre. Durante este primer período los nazis introdujeron un sistema -extraordinario en vista de las necesidades de los transportes de guerra- de enviar simplemente a los judíos, amontonados en vagones de ganado, a largos viajes sin comida ni agua y sin más motivo aparente que el de que muriesen en el camino.
 Es muy natural que todos los judíos que vivían cerca de las fronteras tratasen de huir, pero la huida no era fácil. Los rusos habían ocupado toda la parte oriental de Polonia y, con muy pocas excepciones mantenían cerrada aquella frontera. En todas las demás direcciones era prácticamente imposible la huida, y si se intentaba, resultaba en vano. La mayoría de los que escaparon hacia el Este o hacia el Norte volvieron a ser capturados cuando los nazis avanzaron por Rusia y los Estados Bálticos en 1941, y sólo unos pocos judíos-polacos consiguieron marchar lo suficientemente hacia el Este para quedarse a salvo en los nuevos centros de municionamiento que la Unión Soviética había establecido al Este de los Urales y en Siberia.
 Entre abril y junio de 1940, las juderías de Dinamarca y Noruega, de Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Francia, con inclusión de muchos miles de refugiados de Alemania y Austria que no habían podido escapar más lejos, cayeron en manos de los nazis. En Dinamarca, donde los alemanes se habían abstenido de sustituir el régimen danés existente por una administración directamente suya, no consiguieron obligar a que aceptasen su política antijudía ni el heroico Rey ni el pueblo de aquel país. Cuando amenazaron con imponer la obligación de llevar la estrella judía, el Rey anunció que él y toda su Corte se pondrían también la estrella. Cuando trataron de abrir un abismo entre los judíos y los demás ciudadanos de Dinamarca, el Rey, acompañado de su Corte, asistió con todo el ceremonial a los servicios de los Días Santos en la sinagoga judía. En Noruega lograron colocar en el poder a Quisling, pero le resultó difícil imponer una legislación del modelo nazi a la Iglesia y al pueblo de aquel país. En Holanda y Bélgica, sus marionetas, Mussert y Degrelle, eran demasiado débiles para confiarles el poder y tuvieron que establecer sus propios gobiernos. Resulta irónico que en Francia, con su historial de tolerancia, bajo las órdenes del mariscal Pétain y de Pierre Laval, fuese donde Alemania consiguiese el mayo éxito en el establecimiento de un régimen antijudío que seguía de manera sustancial el modelo nazi.
 En todos esos países, en diversos grados, se reproduce el modelo usual. Primero fueron atacados los refugiados judíos y muchos miles de ellos fueron deportados a trabajos forzados y a campos de concentración de la Europa oriental, en las acostumbradas condiciones de barbarie. A las comunidades judías les sacaron enormes cantidades de dinero con diversos pretextos; fueron saqueadas las instituciones religiosas y culturales; las propiedades y los negocios fueron confiscados y a la población judía se la condenó a trabajos forzados, llevándola como un rebaño de un lugar a otro y privándola de los racionamientos normales. En toda la Europa central y occidental se creó un departamento para organizar el robo de las casas judías, para apoderase de sus tesoros artísticos y culturales, sus bibliotecas y cuadros, sus muebles, tapices, joyas y obras de arte.
 [...] En la misma Alemania, el primer año de guerra había acarreado una intensificación de las miserias de los judíos. Muchas ciudades pequeñas expulsaron por completo a su población judía y se proclamaban con orgullo júdenrein (limpias de judíos), y esto ocurrió de manera especial en los territorios anexionados de Polonia, a lo largo de la frontera oriental. Con frecuencia se les negaba el racionamiento o se les hacía imposible el conseguirlo. [...] Aparte de esto no había más que trabajo forzado, deportaciones absurdas, privación de raciones, expulsión de viviendas y humillaciones perpetuas. Ésta era la suerte de la población judía.
 En junio de 1941, Hitler invadió Rusia y aun antes de que comenzase la invasión se pudo percibir que ésta ofrecería nuevas oportunidades de brutalidad y violencia que incluso bajo la ocupación nazi eran impracticables en la Europa occidental y central. La decisión de completar la obra de aniquilación de los judíos de la Europa oriental fue adoptada por el mismo Himmler, siguiendo órdenes de Hitler, a mediados de junio. Se crearon escuadras especiales dentro de las SS a las que se confió esta tarea, y estas escuadras quedaron agregadas a los diversos ejércitos. Además, se tomaron medidas para extender los equipos de exterminio en masa, que ya existían en Treblinka, Belzek y Wolzek, al campo más grande de Auschwitz (Oswieçin).»
 

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