lunes, 24 de julio de 2017

"La anarquía y el método del anarquismo".- Errico Malatesta (1853-1932)


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Peligro de cualquier gobierno

«Hasta aquí se ha considerado el gobierno tal como es, tal como ha de ser necesariamente en una sociedad fundada en el privilegio, en la explotación y en el despotismo del hombre por el hombre, en el antagonismo de intereses, en la lucha intersocial, en una palabra, en la propiedad individual.
  Se ha visto que el estado de lucha, lejos de ser una condición necesaria de la vida de la humanidad, es contrario a sus intereses, a los individuos y a la especie humana; se ha visto, asimismo, que la cooperación es la ley del progreso humano; y hemos deducido de todo ello que, aboliendo la propiedad individual y todo predominio del hombre sobre el hombre, el gobierno pierde toda su razón de ser y debe abolirse.
  "Pero -se nos podría decir- cambiando el principio en que hoy se basa la organización social, substituida la lucha por la solidaridad, la propiedad individual por la propiedad común, el gobierno cambiaría a su vez de naturaleza, y en lugar de ser protector y representante de los intereses de una clase, sería, porque ya no habría clases, el representante de todos los intereses de toda la sociedad. Tendría la misión de asegurar y regular, en interés de todos, la cooperación social, desempeñar los servicios públicos de general importancia, defender a la sociedad de las posibles tentativas de restablecimiento del privilegio y reprimir los atentados que cualquiera cometiese contra la vida, el bienestar o la libertad de cada uno y de todos.
  En la sociedad hay funciones demasiado necesarias, que requieren mucha constancia y gran regularidad, y no pueden ser abandonadas a la voluntad libre de los individuos sin peligro de que cada cosa tire por su lado:
 ¿Quién organizaría y quién aseguraría, de no ser un gobierno, los servicios de alimentación, de distribución, de higiene, de comunicación postales y telefónicas, de transporte, etc., etc.?
 ¿Quién cuidaría de la instrucción popular?
 ¿Quién emprendería los grandes trabajos de exploración, de bonificación, de aspecto científico, que transforman la faz de la tierra y multiplican las fuerzas humanas?
 ¿Quién atendería a la conservación y aumento del capital social para transmitirlo, mejorado, a la futura humanidad?
 ¿Quién impediría la devastación de los montes, la explotación irracional, y por consiguiente el empobrecimiento del suelo?
 ¿Quién tendría la facultad de prevenir y reprimir los delitos, los actos antisociales?
 ¿Y qué se haría con los que, faltando a la ley de la solidaridad, no quisiesen trabajar? ¿Y con los que esparciesen la infección en un país, negándose a someterse a las reglas higiénicas prescritas por los hombres de ciencia? ¿Y con los que, locos o cuerdos, intentasen prender fuego a las mieses, violar a las niñas o abusar de los más débiles por su fuerza física superior?
 Destruir la propiedad individual y abolir los gobiernos existentes, sin reconstituir luego un gobierno que organizase la vida colectiva y asegurarse la solidaridad social, no sería abolir los privilegios y dar al mundo la paz y el bienestar; sería romper todo lazo social, volver a la humanidad a la barbarie, al reino del cada uno para sí, que es el triunfo de la fuerza brutal primero y del privilegio económico después".
  He aquí las objeciones que nos hacen los autoritarios, aun cuando sean socialistas, es decir, aunque quieran la abolición de la propiedad individual y del gobierno de clase que de ella se deriva.
  Responderemos a esas objeciones.
  No es cierto, en primer lugar, que cambiando las condiciones sociales el gobierno cambie de naturaleza y de funciones. Órgano y función son términos inseparables. Quítese a un órgano su función, y o el órgano muere o la función se reconstituye. Métase a un ejército en un país en el cual no haya motivos ni asomos de guerra, interna o exterior, y ese solo hecho provocará la guerra, si dicho ejército no se disuelve. Una policía donde no haya delitos que descubrir ni delincuentes que aprehender, provocará, inventará delitos y delincuentes, o bien dejará de existir.
  Hay hace siglos en Francia una institución, actualmente agregada a la administración forestal -la lobetería-, cuyos empleados tienen a su cargo la destrucción de los lobos y demás animales dañinos. Nadie se sorprenderá al saber que precisamente a causa de esta institución hay en Francia lobos que en las estaciones rigurosas hacen mil estragos. El público se ocupa poco o nada de tales Fieras, porque los empleados de la administración son los que tienen a su cargo el ocuparse de ellas; y los tales empleados, organizan la caza de los lobos; pero la organizan, naturalmente, con inteligencia, respetando sus madrigueras y dando tiempo a la reproducción, para no exponerse a destruir una especie tan interesante.
  Bien es verdad que los campesinos franceses tienen ya muy poca confianza en estos cazadores de lobos, y los consideran más bien como conservadores de tales animales. Y se comprende que así ocurra: ¿qué harían los jefes de la institución si no hubiera lobos en el territorio de la república?
  Un gobierno, o lo que es lo mismo, un cierto número de personas encargadas de dictar las leyes y de valerse de la fuerza de todos para hacerlas respetar de cada uno, constituye ya una clase privilegiada y separada del pueblo. Tratará instintivamente como todo cuerpo constituido, de aumentar sus atribuciones, de substraerse a la dirección del pueblo, de imponer sus tendencias y de hacer predominar sus intereses particulares. Colocado en una posición privilegiada, el gobierno se encuentra ya en antagonismo con la masa de cuya fuerza dispone.
  Por lo demás, un gobierno cualquiera, hasta queriéndolo, no podría contentar a todos los gobernados y habría de limitarse a contentar sólo a unos cuantos. Tendría, pues, que defenderse de los descontentos y co-interesar, por consiguiente, a una parte del pueblo para que le prestase su apoyo. Y así comenzaría nuevamente la vieja historia de una clase privilegiada, formándose con la complicidad del gobierno y que, si de una vez no se hacía dueño del suelo, acapararía ciertas posiciones de favoritismo, creadas con tal intención, clase que no sería menos opresora ni menos explotadora que la clase capitalista de hoy.
  Los gobernantes, acostumbrados al mando, no querrían volver a confundirse con la masa, y si no podían conservar el poder en sus manos, se asegurarían por lo menos la posesión del privilegio para cuando tuviesen que depositar aquél en otros individuos. Recurrirían a los medios que da el poder para que los sucesores fuesen elegidos entre sus amigos, a fin de que éstos les apoyasen y protegiesen a su vez. De este modo el gobierno pasaría de unas manos a otras, siempre las mismas en realidad, y la democracia, que es el supuesto gobierno de todos, acabaría siempre en oligarquía, es decir, en el gobierno de unos pocos, de una clase.
  ¡Y qué oligarquía omnipotente, opresora y absorbente sería la que tuviese a su cargo, a su disposición, todo el capital social, todos los servicios públicos, desde la alimentación hasta la confección de alpargatas, desde las universidades hasta el teatro de opereta!»
 

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