lunes, 17 de julio de 2017

"La explosión demográfica. El principal problema ecológico".-Anne (1933) y Paul Ehrlich (1932)


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X. Conexiones y soluciones: I

«¿Por qué no hay más gente exigiendo acción para poner fin a la explosión demográfica? ¿Por qué los periódicos no publican más artículos sobre demografía: cuántas personas existen en el mundo y cómo se hallan repartidas, las tasas de natalidad, de mortalidad y composición por edades? ¿Por qué prácticamente ningún programa de televisión informa sobre estos temas, o los factores sociales determinantes o las consecuencias de la decisión de tener un hijo o no tenerlo, o sobre las normas de uso de métodos anticonceptivos y la investigación que se lleva a cabo para inventar otros nuevos? ¿Por qué no se enseña a todos los escolares la historia de la explosión demográfica, puesto que es la más importante, asombrosa y decisiva del siglo XX? ¿Por qué, incluso a los científicos como nosotros, acostumbrados a ocuparnos de temas relacionados con la población, los recursos y el medio ambiente, nos cuesta trabajo comprender que la habitabilidad de la Tierra se está deteriorando a pasos agigantados? ¿Por qué resulta tan difícil percibir las conexiones entre la presión demográfica y otros aspectos de la problemática humana?
 Nuestro impedimento evolutivo
 El motivo fundamental es la historia evolutiva de nuestra especie que ha configurado decisivamente la percepción general que los seres humanos tenemos sobre el mundo. En primer lugar, la evolución biológica nos ha convertido en "animales visuales". Hace treinta millones de años, nuestros antepasados saltaban de árbol en árbol. Es más fácil apreciar la distancia entre las ramas con los ojos que por medio del olfato o el oído. La selección natural favoreció a aquellos de nuestros antepasados que disfrutaban de una buena vista, y ésta se ha convertido así en nuestro sentido principal. Nuestros sistemas de percepción sólo captan una milmillonésima parte de los estímulos que nos rodean, primando los que se detectan por la vista. Por consiguiente, nos impresiona más ver montones de basura decorando el paisaje que la delgada capa de veneno, inodoro e insípido, que recubre la fruta que comemos; si fuéramos la clase de animales que se guía principalmente por el olfato, como los perros, nuestras preocupaciones serían muy otras.
 En segundo lugar, nuestra evolución biológica ha diseñado nuestros sistemas sensoriales para reaccionar al "acontecimiento": el ataque de un león, el chasquido de una rama al partirse, la atractiva imagen de una posible pareja. Para que estos importantes sucesos destaquen nítidamente, nuestra evolución parece haber dotado también a nuestra mente de la percepción del entorno medioambiental como algo constante.
 La mayoría de nosotros experimentamos un sobresalto cuando, de repente, percibimos un fuerte cambio en nuestro entorno habitual. Cuando visitamos a un amigo periódicamente, nos parece que éste no cambia. Como tampoco cambia la persona a quien saludamos todas las mañanas en el espejo del cuarto de baño. Pero cuando descubrimos una foto nuestra, con nuestro amigo, tomada hace veinte años, nos sobresaltamos. ¿Es posible que yo tuviera ese aspecto tan juvenil? ¡Hay que ver cómo iba vestido!
 Estas características de nuestro sistema nervioso resultaban muy útiles en el viejo mundo habitado por la humanidad en otras épocas. En aquel mundo no había motivo para llenar nuestra mente (que evolucionó como un instrumento para ayudarnos a sobrevivir y potenciar nuestra reproducción) de datos extraños y "sin sentido". ¿Por qué habría de notar un australopiteco, o un emperador romano, que estaba cambiando el clima? Ni podían impedirlo, ni podían hacer nada en caso de producirse un cambio. Era mejor mantenerse alerta para detectar los pasos de un leopardo o la imagen de un atractivo individuo que podía convertirse en una buena pareja.
 Por otra parte, nuestra historia evolutiva nos ha preparado principalmente para sobrevivir como individuos en grupos reducidos. Cuando los miembros de un grupo se comportaban de forma inadecuada, acababan muriendo de hambre o aniquilados por los depredadores. Cuando la inadecuada conducta de un individuo representaba una amenaza para el grupo, era eliminado. Se desconocía la existencia de otros grupos, salvo los amigos o enemigos cercanos.
 Pero en las últimas décadas la humanidad ha penetrado en  un mundo nuevo, en el que los cambios que se desarrollan lentamente, como la alteración climática y el crecimiento demográfico, suponen amenazas más graves que los depredadores. La humanidad, con su increíble aumento de población, se ha convertido en el organismo predominante del planeta, capaz de modificar dramáticamente la Tierra. En consecuencia, la bonificación para la supervivencia está en detectar las tendencias "graduales" que se van instalando a lo largo de las décadas. Hoy, además, la conducta inadecuada de los grupos amenaza a toda la humanidad, como lo demuestra la agresión al medio ambiente mundial perpetrada por las naciones industrializadas, o el tratamiento de los bosques pluviales del Amazonas por parte de Brasil.
 Pero los seres humanos, aparte de detectar las tendencias actuales, se resisten a reconocer que tienen que adaptar su estilo de vida para acomodarlo a las necesidades de más de cinco mil millones* de conciudadanos, cuya inmensa mayoría vive a miles de kilómetros de distancia. El hecho de que todos debemos modificar nuestra conducta para que el resto de los habitantes del planeta pueda vivir dignamente, no es una idea que nuestra evolución nos haya preparado para aceptar fácilmente. nada tiene de extraño que el Homo sapiens hay aportado su vieja mentalidad al nuevo mundo. A fin de cuentas, la evolución biológica necesitaría miles de generaciones para adaptar el arcaico aparato perceptivo a las nuevas situaciones y los problemas a escala mundial sólo han aparecido en las dos últimas generaciones.»
 
*Población mundial estimada por el año 1992. Hoy, la población mundial ronda los 7.250 millones de personas.

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