Libro II
VII.-Discurso de Pericles en loor de los muertos
«Muchos de aquellos que antes de ahora han
hecho oraciones en este mismo lugar y asiento, alabaron en gran manera esta
costumbre antigua de elogiar delante del pueblo a aquellos que murieron en la
guerra, mas a mi parecer las solemnes exequias que públicamente hacemos hoy son
la mejor alabanza de aquellos que por sus hechos las han merecido. Y también me
parece que no se debe dejar al albedrío de un hombre solo que pondere las virtudes
y loores de tantos buenos guerreros, ni menos dar crédito a lo que dijere, sea
o no buen orador, porque es muy difícil moderarse en los elogios, hablando de
cosas de que apenas se puede tener firme y entera opinión de la verdad. Porque
si el que oye tiene buen conocimiento del hecho y quiere bien a aquel de quien
se habla, siempre cree que se dice menos en su alabanza de lo que deberían y él
querría que dijesen; y por el contrario, el que no tiene noticia de ello, le
parece, por envidia, que todo lo que se dice de otro es superior a lo que
alcanzan sus fuerzas y poder. Entiende cada oyente que no deben elogiar a otro
por haber hecho más que él mismo hiciera, estimándose por igual, y si lo hacen
tiene envidia y no cree nada. Pero porque de mucho tiempo acá está admitida y
aprobada esta costumbre, y se debe así hacer, me conviene, por obedecer a las
leyes, ajustar cuanto pueda mis razones a la voluntad y parecer de cada uno de
vosotros, comenzando por elogiar a nuestros mayores y antepasados. Porque es
justo y conveniente dar honra a la memoria de aquellos que primeramente
habitaron esta región y sucesivamente de mano en mano por su virtud y esfuerzo
nos la dejaron y entregaron libre hasta el día de hoy. Y si aquellos
antepasados son dignos de loa, mucho mas lo serán nuestros padres que vinieron
después de ellos, porque además de lo que sus ancianos les dejaron, por su
trabajo adquirieron y aumentaron el mando y señorío que nosotros al presente
tenemos. Y aun también, después de aquellos, nosotros los que al presente
vivimos y somos de madura edad, lo hemos ensanchado y aumentado, y provisto y
abastecido nuestra ciudad de todas las cosas necesarias, así para la paz como
para la guerra. Nada diré de las proezas y valentías que nosotros y nuestros
antepasados hicimos, defendiéndonos así contra los bárbaros como contra los
griegos, que nos provocaron guerra, por las cuales adquirimos todas nuestras
tierras y señorío, porque no quiero ser prolijo en cosas que todos vosotros sabéis;
pero después de explicar con qué prudencia, industria, artes y modos nuestro
imperio y señorío fue establecido y aumentado, vendré a las alabanzas de
aquellos de quienes aquí debemos hablar. Porque me parece que no es fuera de
propósito al presente traer a la memoria estas cosas, y que será provechoso oírlas
a todos aquellos que aquí están, ora sean naturales, ora forasteros; pues tenemos
una república que no sigue las leyes de las otras ciudades vecinas y comarcanas,
sino que da leyes y ejemplo a los otros, y nuestro gobierno se llama democracia,
porque la administración de la república no pertenece ni está en pocos sino en
muchos. Por lo cual cada uno de nosotros, de cualquier estado o condición que
sea, si tiene algún conocimiento de virtud, tan obligado está a procurar el
bien y honra de la ciudad como los otros, y no será nombrado para ningún cargo,
ni honrado, ni acatado por su linaje o solar, sino tan solo por su virtud y
bondad. Que por pobre o de bajo suelo que sea, con tal que pueda hacer bien y
provecho a la república, no será excluido de los cargos y dignidades públicas.
Nosotros, pues, en lo que toca a nuestra república
gobernamos libremente; y asimismo en los tratos y negocios que tenemos
diariamente con nuestros vecinos y comarcanos, sin causarnos ira o saña que
alguno se alegre de la fuerza o demasía que nos haya hecho, pues cuando ellos
se gozan y alegran, nosotros guardamos una severidad honesta y disimulamos
nuestro pesar y tristeza. Comunicamos sin pesadumbre unos a otros nuestros
bienes particulares, y en lo que toca a la república y al bien común no
infringimos cosa alguna, no tanto por temor al juez, cuanto por obedecer las
leyes, sobre todo las hechas en favor de los que son injuriados, y aunque no lo
sean, causan afrenta al que las infringe. Para mitigar los trabajos tenemos
muchos recreos, los juegos y contiendas públicas, que llaman sacras, los
sacrificios y aniversarios que se hacen con aparatos honestos y placenteros,
para que con el deleite se quite o disminuya el pesar y tristeza de las gentes.
Por la grandeza y nobleza de nuestra ciudad, traen a ella de todas las otras
tierras y regiones mercaderías y cosas de todas clases; de manera que no nos servimos
y aprovechamos menos de los bienes que nacen en otras tierras, que de los que
nacen en la nuestra.
En los ejercicios de guerra somos muy
diferentes de nuestros enemigos, porque nosotros permitimos que nuestra ciudad
sea común a todas las gentes y naciones, sin vedar ni prohibir a persona
natural o extranjera ver ni aprender lo que bien les pareciere, no escondiendo
nuestras cosas aunque pueda aprovechar a los enemigos verlas y aprenderlas;
pues confiamos tanto en los aparatos de guerra y en los ardides y cautelas,
cuanto en nuestros ánimos y esfuerzo, los cuales podemos siempre mostrar muy
conformes a la obra. Y aunque otros muchos en su mocedad se ejercitan para
cobrar fuerzas, hasta que llegan a ser hombres, no por eso somos menos osados o
determinados que ellos para afrontar los peligros cuando la necesidad lo exige.
De esto es buena prueba que los lacedemonios jamás se atrevieron a entrar en
nuestra tierra en son de guerra sin venir acompañados de todos sus aliados y
confederados; mientras nosotros, sin ayuda ajena, hemos entrado en la tierra de
nuestros vecinos y comarcanos, y muchas veces sin gran dificultad hemos vencido
a aquellos que se defendían peleando muy bien en sus casas. Ninguno de nuestros
enemigos ha osado acometernos cuando todos estábamos juntos, así por nuestra
experiencia y ejercicio en las cosas de mar, como por la mucha gente de guerra
que tenemos en diversas partes. Si acaso nuestros enemigos vencen alguna vez
una compañía de las nuestras, se alaban de habernos vencido a todos, y si, por
el contrario, los vence alguna gente de los nuestros, dicen que fueron
acometidos por todo el ejército.
Y en efecto: más queremos el reposo y sosiego
cuando no somos obligados por necesidad que los trabajos continuos, y deseamos
ejercitarnos antes en buenas costumbres y loable policía, que vivir siempre con
el temor de las leyes; de manera que no nos exponemos a peligro pudiendo vivir
quietos y seguros, prefiriendo el vigor y fuerza de las leyes al esfuerzo y ardor
del ánimo. Ni nos preocupan las miserias y trabajos antes que vengan. Cuando
llegan, los sufrimos con tan buen ánimo y corazón como los que están
acostumbrados a ellos.
Por estas cosas y otras muchas, podemos tener
en grande estima y admiración esta nuestra ciudad, donde viviendo en medio de
la riqueza y suntuosidad, usamos de templanza y hacemos una vida morigerada y filosófica,
es a saber, que sufrimos y toleramos la pobreza sin mostrarnos tristes ni abatidos,
y usamos de las riquezas más para las necesidades y oportunidades que se pueden
ofrecer que para la pompa, ostentación y vanagloria. Ninguno tiene vergüenza de
confesar su pobreza, pero tiénela muy grande de evitarla con malas obras. Todos
cuidan de igual modo de las cosas de la república que tocan al bien común, como
de las suyas propias; y ocupados en sus negocios particulares, procuran estar
enterados de los del común. Sólo nosotros juzgamos al que no se cuida de la república,
no solamente por ciudadano ocioso y negligente, sino también por hombre inútil
y sin provecho. Cuando imaginamos algo bueno, tenemos por cierto que consultarlo
y razonar sobre ello no impide realizarlo bien, sino que conviene discutir como
se debe hacer la obra, antes de ponerla en ejecución. Por esto en las cosas que
emprendemos usamos juntamente de la osadía y de la razón, más que ningún otro
pueblo, pues los otros algunas veces, por ignorantes, son más osados
que la razón requiere, y otras, por quererse fundar mucho en razones, son tardíos
en la ejecución.
Serán tenidos por magnánimos todos los que
comprendan pronto las cosas que pueden acarrear tristeza o alegría, y juzgándolas
atinadamente no rehúyan los peligros cuando les ocurran.
En las obras de virtud somos muy diferentes de
los otros, porque procuramos ganar amigos haciéndoles beneficios y buenas obras
antes que recibiéndolas de ellos; pues el que hace bien a otro está en mejor
condición que el que lo recibe, para conservar su amistad y benevolencia,
mientras el favorecido sabe muy bien que con hacer otro tanto paga lo que debe.
También nosotros solos usamos de magnificencia y liberalidad con nuestros
amigos, con razón y discreción, es decir, por aprovechar sus servicios y no por
vana ostentación y vanagloria de cobrar fama de liberales.
En suma, nuestra ciudad es totalmente una
escuela de doctrina, una regla para toda Grecia, y un cuerpo bastante y
suficiente para administrar y dirigir bien a muchas gentes en cualquier género
de cosas. Que todo esto se demuestra por la verdad de las obras antes que con
atildadas frases, bien se ve y conoce por la grandeza de esta ciudad; que por
tales medios la hemos puesto y establecido en el estado que ahora veis;
teniendo ella sola más fama en el mundo que todas las demás juntas. Sólo ella
no da motivo de queja a los enemigos aunque reciba de ellos daño; ni permite
que se quejen los súbditos como si no fuese merecedora de mandarlos. Y no se
diga que nuestro poder no se conoce por señales e indicios, porque hay tantos,
que los que ahora viven y los que vendrán después nos tendrán en grande
admiración,
No necesitamos al poeta Homero ni a otro
alguno, para encarecer nuestros hechos con elogios poéticos, pues la verdad
pura de las cosas disipa la duda y falsa opinión, y sabido es que, por nuestro
esfuerzo y osadía, hemos hecho que toda la mar se pueda navegar y recorrer toda
la tierra, dejando en todas partes memoria de los bienes o de los males que
hicimos.
Por tal ciudad, los difuntos cuyas exequias
hoy celebramos han muerto peleando esforzadamente, que les parecía dura cosa
verse privados de ella, y por eso mismo debemos trabajar los que quedamos
vivos. Esta ha sido la causa porque he sido algo prolijo al hablar de esta
ciudad, para mostraros que no peleamos por cosa igual con los otros, sino por
cosa tan grande que ninguna le es semejante, y también porque los loores de
aquellos de quienes hablamos fuesen más claros y manifiestos. La grandeza de
nuestra ciudad se debe a la virtud y esfuerzos de los que por ella han muerto y
en pocos pueblos de Grecia hay justo motivo de igual vanagloria. A mi parecer,
el primero y principal juez de la virtud del hombre es la vida buena y
virtuosa, y el postrero que la confirma es la muerte honrosa, como ha sido la
de estos. Justo es que aquellos que no pueden hacer otro servicio a la república
se muestren animosos en los hechos de guerra para su defensa; porque haciendo
esto, merezcan el bien de la república en común que no merecieron antes en particular
por estar ocupados cada cual en sus negocios propios; recompensen esta falta
con aquel servicio, y lo malo con lo bueno. Así lo hicieron estos, de los
cuales ninguno se mostró cobarde por gozar de sus riquezas, queriendo más el
bien de su patria que el gozo de poseerlas; ni menos dejaron de exponerse a
todo riesgo por su pobreza, esperando venir a ser ricos, antes quisieron más el
castigo y venganza de sus enemigos que su propia salud; y escogiendo este
peligro por muy bueno han muerto con esperanza de alcanzar la gloria y honra
que nunca vieron, juzgando por lo que habían visto en otros, que debían
aventurar sus vidas y que valía más la muerte honrosa que la vida deshonrada.
Por evitar la infamia lo padecieron, y en breve espacio de tiempo quisieron
antes con honra atreverse a la fortuna que dejarse dominar por el miedo y
temor. Haciendo esto, se mostraron para su patria cual les convenía que fuesen.
Los que quedan vivos deben estimar la vida, pero no por eso ser menos animosos
contra sus enemigos, considerando que la utilidad y provecho no consiste solo
en lo que os he dicho, sino también, como lo saben muchos de vosotros y podrán
decirlo, en rechazar y expulsar a los enemigos. Cuanto mas grande os pareciere
vuestra patria, mas debéis pensar en que hubo hombres magnánimos y osados que,
conociendo y entendiendo lo bueno y teniendo vergüenza de lo malo, por su
esfuerzo y virtud la ganaron y adquirieron. Y cuantas veces las cosas no sucedían
según deseaban, no por eso quisieron defraudar la ciudad de su virtud, antes le
ofrecieron el mejor premio y tributo que podían pagar, cual fue sus cuerpos en
común, y cobraron en particular por ellos gloria y honra eterna, que siempre
será nueva y muy honrosa esta sepultura, no tan sólo para sus cuerpos, sino
también para ser en ella celebrada y ensalzada su virtud, y que siempre se
puede hablar de sus hechos o imitarlos.
Toda la tierra es sepultura de los hombres
famosos y señalados, cuya memoria no solamente se conserva por los epitafios y
letreros de sus sepulcros, sino por la fama que sale y se divulga en gentes y
naciones extrañas que consideran y revuelven en su entendimiento mucho mas la grandeza
y magnanimidad de su corazón que el caso y fortuna que les deparó su suerte.»
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