domingo, 17 de agosto de 2025

La ley.- Francisco de Vitoria (1482-1546)

Los efectos de la ley
Lectura 122 repetida
Artículo primero: Si el efecto de la ley es hacer buenos a los hombres

 «1.-Responde que la intención de cualquier legislador es hacer buenos a los hombres. La segunda conclusión es que cual sea la ley tal será la bondad en los súbditos.
 Una sola dificultad hay aquí. La cuestión está en cómo ha de entenderse la primera conclusión, es decir, que la ley hace buenos a los hombres, si ha de entenderse en sentido universal de toda ley. Acerca de la ley natural no hay duda, ni tampoco de la divina positiva, ni de la eclesiástica divina, pero sí hay duda acerca de la civil, si la intención del rey deba ser el hacer buenos a los hombres o más bien hacerlos ricos o sanos.
 Hay que notar que, como ha dicho antes el Doctor, lo que hace a los hombres buenos simplemente es sólo la virtud moral. Por eso un gran filósofo no se dice con propiedad que sea bueno simplemente, sino buen filósofo; de un teólogo, buen teólogo, etc. Por consiguiente, preguntarse si la intención del legislador es hacer buenos a los hombres es exactamente lo mismo que preguntarse si debe inducir a los hombres a las virtudes morales.
 2.-Hay algunos que piensan que no, y si lo hace será en cuanto hombre bueno, no porque eso sea de su competencia, pues los legisladores son como los artistas, que no pretenden la bondad moral sino la artística. La finalidad del rey es la misma que la de la ciudad y la de la república, ya que éstas son su fin; porque un hombre solo no se basta a sí mismo, por eso los hombres no andan vagando por los montes como las fieras, porque cada uno necesita de los demás y uno solo no puede hacer todas las cosas. De aquí que no pueda un hombre vivir solo, sino que es necesario que los hombres se ayuden mutuamente. Parece, por consiguiente, que los hombres no se congregan en una ciudad por el bien moral sino a causa de esa indigencia del hombre. Ahora bien, el fin de la ciudad y el del legislador es el mismo; luego, el fin y la intención del legislador no es inducir a los hombres al bien moral, sino al bien natural y a liberarse de esa indigencia.
 Esto se confirma porque la facultad civil no se distinguiría de la eclesiástica, ya que el fin de la eclesiástica es hacer a los hombres buenos simplemente; ahora bien, todas las facultades se distinguen por el fin; luego... Se confirma además porque se seguiría que correspondería a la facultad civil instituir los sacramentos de la Iglesia. Está claro, porque los sacramentos son necesarios para que los hombres sean buenos simplemente; y así el rey tendría la facultad de hacer leyes eclesiásticas, lo cual es falso. Y se confirma también por el tercer argumento de santo Tomás: aunque alguien sea malo para sí mismo, puede ser bueno en orden al bien común y puede observar todas las leyes civiles, como, por ejemplo, el que fornica no obra contra ninguna ley civil, ni el que jura en falso, ni el que mata a su mujer por causa de fornicación. Y, sin embargo, no son buenos simplemente; luego...
 A esto hay que responder que uno puede obrar bien en orden al bien común y obrar mal en orden a sí mismo; pero esto se niega porque, si uno es envidioso, avaro o ladrón, no obra bien; pues el bien común se compone de los bienes particulares, del mismo modo que es imposible hacer una buena casa con malos materiales.
 3.-Santo Tomás, en la solución a la tercera dificultad, responde con una palabra que parece echar por tierra todo lo que hemos dicho. Dice, en efecto, que el bien común puede darse perfectamente si al menos los príncipes son buenos. Con lo que parece conceder que aunque los demás sean malos puede perfectamente darse el bien común, porque puede ser que uno sea un buen ciudadano y no un hombre bueno.
A esta cuestión respondo que sin duda la intención del rey es hacer a los hombres buenos simplemente, e inducirlos a la virtud. Esto se prueba de la siguiente manera. La intención del legislador, como el último fin de la ley, según ha dicho y probado el Doctor antes, es el bien común. De donde se sigue que es necesario que la ley mire, sobre todo, al bien común, que es la felicidad. Así Aristóteles dice que las leyes justas producen la felicidad. Otros filósofos pusieron la felicidad en la virtud, pero Aristóteles sostiene que la esencia de la felicidad consiste en la virtud; concede, sin embargo, que las cosas que para otros son indiferentes, como las riquezas, ayudan a la felicidad. Por consiguiente, estando la mayor parte de la felicidad en la virtud, no pueden ser buenos ciudadanos, aunque sean ricos, si no son amantes de la virtud. Se prueba esto por la autoridad de la Sagrada Escritura: "Todos han de estar sometidos a las autoridades superiores, pues no hay autoridad sino bajo Dios". Luego, el fin también viene de Dios.  Y "el que resiste a la autoridad resiste a la disposición de Dios". Ahora bien, si las leyes no hacen otra cosa que dar el bienestar natural, ¿por qué quien resistiera al rey iba a resistir al orden de Dios? De aquí se deduce que "se atraen sobre sí la condenación. ¿Quieres vivir sin temor a la autoridad? Haz el bien..."; luego el legislador intenta hacer buenos a los hombres simplemente. Muchas cosas dice Pablo a este propósito. Y también Pedro. "Someteos a toda institución humana por amor de Dios".
 Se prueba también porque la república misma tiene autoridad para inducir a los hombres a la virtud, puesto que la tiene para inducirlos al bien útil y delectable que son bienes menores. Y no ejerce la autoridad si no es por medio de la ley; luego, la intención de la ley es..., etc. Asimismo el padre de familia debe procurar hacer honrados a sus hijos; ahora bien la familia es una parte de la república; por consiguiente mucho más la república misma...
 Se prueba, por último, porque los príncipes han dado leyes que pertenecen al orden moral, como, por ejemplo, prohíben la blasfemia, la sodomía, etc.; luego, las leyes deben referirse a los actos de las virtudes. De lo contrario no valen para nada. Y aunque a alguno le parece que miran al bien privado, como, por ejemplo, los tributos, pertenecen, sin embargo, al bien común.»

 [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Tecnos, 2009, en edición de Luis Frayle Delgado, pp. 21-25. ISBN: 978-84-309-4860-4.]

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