martes, 16 de junio de 2015

"La romana".- Alberto Moravia (1907-1990)


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Capítulo II
 
 "-No soy una princesa... Hago de modelo para vivir como usted hace de chófer.
 -¿Qué es eso de que hace de modelo?
 -Voy a los estudios de los pintores, me desnudo y los pintores pintan o dibujan mi cuerpo.
 -¿Y usted tiene madre? -preguntó con énfasis.
 -Claro... ¿Por qué?
 -¿Y su madre le permite ponerse desnuda delante de unos hombres?
 Nunca había pensado que en mi oficio hubiera algo malo, como efectivamente no lo había, pero me gustaba que aquel hombre tuviera aquellos sentimientos que denotaban seriedad y sentido moral. Como ya he dicho, yo deseaba una vida normal, y él, en su falsedad, había intuido perfectamente (aun ahora ignoro cómo pudo comprenderlo) qué cosas debía decirme y cuáles debía callarse. No pude por menos de pensar que cualquier otro se hubiera burlado de mí o hubiese manifestado no sé qué excitación a la idea de mi desnudez. Así, la primera idea que su mentira me había sugerido se me modificó sin darme cuenta y pensé que, al fin y al cabo, debía ser un buen muchacho, serio y honesto, precisamente como en mis sueños veía al hombre que deseaba como marido.
 Le dije con sencillez:
 -Pues es mi madre quien me ha conseguido este trabajo.
 -Esto significa que no la quiere mucho.
 -No -protesté-. Mi madre me quiere, pero también ella, de joven, hizo de modelo... Y, además, le aseguro que no hay nada malo en ello... Muchas otras como yo hacen el mismo oficio y son chicas serias.
 Movió la cabeza, con un gesto como de imprecación y después, poniendo una mano en la mía, dijo:
 -Sepa que me ha gustado mucho conocerla...
 -A mí también -dije con ingenuidad.
 En aquel momento experimenté una especie de impulso que me llevaba a él y casi esperé que me besara. Estoy segura de que, si me hubiese besado, yo no habría protestado pero dijo con voz seria y protectora:
 -Desde luego, si dependiera de mí usted no sería modelo.
 Me sentí un poco víctima y experimenté un sentimiento de gratitud hacia él.
 -Una chica como usted -siguió diciendo- debe estar en casa y si es necesario trabajar... pero un trabajo honesto, que no la ponga nunca en situación de sacrificar su propio honor... una chica como usted debe casarse, poner un hogar, tener hijos y estar con su marido.
 Eran precisamente las cosas que pensaba yo y no sé decir lo contenta que estaba de que él pensara, o pareciera pensar, lo mismo.
 -Tiene razón -dije-. Pero aún así no debe pensar mal de mi madre... Ha querido que fuera modelo porque me quiere bien.
 -Pues nadie lo diría -repuso con una seriedad entre apiadada e indignada.
 -Sí, me quiere bien. Usted no puede comprender ciertas cosas.
 Seguimos hablando así, sentados tras el cristal del parabrisas en el coche parado en la carretera. Recuerdo que era mayo, con un aire suave y las sombras juguetonas de los plátanos sobre la carretera hasta perderse de vista. No pasaba nadie, excepto algún coche a gran velocidad, de vez en cuando; también estaba desierto el campo en derredor, verde y lleno de sol. Por último, Gino miró el reloj y dijo que iba a llevarme a la ciudad. En todo aquel tiempo no me había tocado más que una mano una vez. Yo había esperado que, por lo menos, intentara besarme, y me sentí al mismo tiempo desilusionada y satisfecha de su discreción. Desilusionada, porque me gustaba y no podía menos de mirar una y otra vez su boca roja y fina, y satisfecha, porque me confirmaba en la idea de que era un joven serio como yo deseaba que fuese".

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