viernes, 5 de junio de 2015

"Arrabal celebrando la ceremonia de la confusión".- Fernando Arrabal (1932)


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Laberinto trigésimo tercero: La leyenda

 "Vivían los dos cerca de mi casa, el alquimista y el poeta. El alquimista en el primer piso del viejo caserón, y el poeta en la planta baja. Las relaciones entre ambos eran distantes pero corteses.
 Al poeta se le veía trabajando hasta las tantas de la noche y madrugar para cuidar su huerto. Al alquimista era frecuente encontrarle en la playa borracho.
 La mujer del poeta era una cojita con un cerebro de niña. El poeta la paseaba por las mañanas por el parque con un viejo cochecito de niño y para divertirla hacía carantoñas y hasta le tocaba el tambor. La mujer del alquimista era una joven rubia muy bonita que se llamaba María.
 El alquimista pregonaba que estaba a punto de descubrir la piedra filosofal. Nadie le creía -ni su esposa-; no obstante, lograba vivir exclusivamente de lo que pedía prestado. El poeta era incapaz de pedir nada a nadie, cultivaba su huerto y criaba gallinas. Se decía que de madrugada iba al monte con unas tijeras a cortar hierbas para hacer ensaladas.
 Un día en que como de costumbre el alquimista estaba casi atontado por la bebida se puso a trabajar en el taller. Pretendía que el alcohol le permitía llegar a la lucidez genial. Tras múltiples mezclas el alquimista recogió en el almirez una piedrecita. La tomó con sus pinzas y saltó de emoción. Las pinzas de acero, al contacto con la piedrezuela, se habían vuelto de oro.
 Comenzó a gritar:
 -¡María, María! ¡He descubierto la piedra filosofal!
 Entre la borrachera que tenía y la emoción, todo se volvían saltos de alegría, piruetas. Entró en la cocina pero no encontró a su mujer, se dirigió hacia el dormitorio y en este momento tropezó sobre un peldaño y cayó al suelo. Las pinzas se le escaparon y con ellas la piedrecita.
 La piedra rodó hasta la huerta del poeta, sin que el alquimista se diera cuenta. Durante horas el alquimista y su mujer la buscaron por toda la casa, sin éxito.
 La piedra filosofal había caído junto a una de las gallinas del poeta, que sin pensarlo más se la tragó.
 Horas después, al despuntar el alba, el poeta fue a buscar su provisión de huevos, y se halló ante un espectáculo increíble: una de sus gallinas había puesto un huevo de oro.
 Observó a la gallina durante una semana: todos los días la gallina puso un huevo de oro. Muy contento el poeta dijo a su mujer:
 -Seremos ricos, Julieta, he encontrado la manera.
 Y la cojita rió, y no porque comprendiera lo que le decía su marido, sino porque siempre que le veía sonreír ella hacía lo mismo.
 Y en efecto, el poeta se hizo millonario gracias al libro que escribió La leyenda de las gallinas de los huevos de oro, del que se hicieron traducciones en libro de bolsillo en el mundo entero, mientras que su vecino genial moría maldito y olvidado". 

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