domingo, 14 de junio de 2015

"Las nuevas noches árabes".- Robert Louis Stevenson (1850-1894)


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 El diamante del Rajá
II.- Historia del joven pastor
 "El reverendo Simon Rolles sobresalió desde muy temprano en el estudio de las ciencias morales; y los bien informados dejaban adivinar que el aprovechado y joven Rolles tenía planeada una obra de grandísima trascendencia  e interés sobre la autoridad de los Mandamientos. Estos elogios y aureola de erudición no lo ayudaron mucho respecto de su posición material, y estaba aún esperando su primer curato, cuando la casualidad lo llevó por un sitio apartado de Londres que ya conocemos, y la hermosura del jardín, aquella soledad tan propia para el estudio y la meditación y lo barato del precio, hicieron que fijara sus reales en la casa de Mr. Raeburn, a quien creo que no habrán olvidado mis lectores.
 Era su costumbre, después de siete u ocho horas de concienzuda labor sobre las grandes compilaciones de derecho, dar un paseo contemplativo por entre los hermosos rosales, y en esos momentos acudían a su mente las más felices inspiraciones. Pero ni el sincero amor a la ciencia ni el interés de graves problemas que esperan solución, bastan a veces para preservar la abstracción del filósofo del contacto de las mezquindades de este mundo. Cuando Mr. Rolles encontró roto y ensangrentado al secretario del general Vandeleur, y acompañado por su patrón, cuando los vio a los dos mudar de color y esquivar sus preguntas, y, sobre todo, cuando vio que el primero negaba su identidad con la mayor desfachatez, el interés de una curiosidad, eminentemente humana, lo hizo olvidarse de los Teólogos y Santos Padres.
 "Estoy seguro de que no me equivoco -pensó-. Éste es Mr. Hartley, no tengo duda, pero, ¿a qué viene a este sitio tan apartado? ¿Y por qué niega su nombre? ¿Y qué puede tener de común con este tunante de patrón?"
 Mientras andaba sumido en estas reflexiones, otra circunstancia le llamó la atención; Raeburn sacó la cabeza por una ventana del piso bajo, sus ojos tropezaron por casualidad con los del joven pastor, el patrón pareció desconcertarse e inmediatamente dejó caer la persiana, a pesar de que no daba el sol.
 "Puede que todo esto -pensó el filósofo- sea muy inocente, pero a mí no me lo parece; incertidumbre, mentiras, deseos de ocultarse, creo, ¡Dios me perdone!, que esta pareja está combinando alguna mala acción".
 El detective que duerme en todo inglés se despertó por completo en el pecho de Mr. Rolles; y con un paso ligero que no se parecía en nada a su reposada marcha habitual procedió a investigar el jardín, dando toda la vuelta. Al llegar al sitio por el que Harry los había escalado, sus ojos se detuvieron sobre los destrozados rosales y las marcas en la arena; levantó la vista y percibió algunos ladrillos fuera de su sitio y un jirón de tela flotando enganchado en un casco de botella. ¡Ésta había sido la manera con que había entrado en la finca el amigo de Mr. Raeburn! ¡Y ésta la afición que sentía dicho joven por las flores! El pastor procedió a examinar el suelo minuciosamente, y descubrió, por la profundidad de la huella, el sitio por donde Harry había saltado desde la tapia; también vio distintamente la marca del pie grande y mal calzado de su patrón, la irregularidad y amontonamiento de los pasos denotaba señales de lucha; una inspección aún más atenta lo hizo ver señal de dedos en la arena, como si se hubiese caído algo y lo hubieran estado recogiendo.
 "Palabra de honor -pensó Mr. Rolles-, la cosa se va haciendo interesante". 
 En este momento percibió un pequeño objeto casi enterrado entre la arena y que por esta razón había escapado a la rapacidad de Mr. Raeburn. Al recogerlo se convenció de que se trataba de un lindo estuche de cabritilla con broche dorado, lo abrió y lanzó una exclamación ahogada, quedándose atónito y casi aterrado. Porque allí, entre sus manos y ante sus ojos, descansando sobre el terciopelo verde del estuche, se hallaba un diamante de prodigioso tamaño y de las aguas más puras. Era del tamaño de un huevo, maravillosamente tallado, sin una falla, y al reflejarse en él un rayo de sol, esparció una luz tan viva que parecía eléctrica. [...]
 Miró con inquietud en torno suyo, y no vio más que el hermoso jardín florido y solitario, los frondosos árboles y la casa con todas las ventanas cerradas; en un instante cerró el estuche, se lo metió en el bolsillo y se apresuró a ganar su habitación con la rapidez de la culpa.
 El inteligente Simon Rolles había robado el diamante del Rajá".     

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