jueves, 4 de junio de 2015

"En busca de un personaje".- Graham Greene (1904-1991)


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"Febrero 5, Yonda

 Día muy nublado. La ausencia del sol despabilador hace que muchos lleguen tarde al trabajo.
 Mientras me afeito, pasa un trabajador con sandalias especialmente diseñadas para sus pies sin dedos; últimamente esto no me impresiona más que el canto del leproso que en estos momentos se encuentra pintando el exterior de mi puerta. El hombre sin dedos camina como si golpeara el suelo, para nivelarlo, con pisones de hierro.
 En una región completamente extraña siempre resulta deprimente, al principio, saber que pasarán semanas antes de retornar a lo familiar; pero transcurridos los primeros días (aguantarse y esperar que pasen) uno construye lo familiar en el propio corazón de lo extraño. Es tan fácil acostumbrarse a la rutina como al placer: afeitarse después del desayuno, escribir una carta, tal vez una anotación en el diario y luego bajar hasta el Congo con un libro para leer en el viejo bote metálico... retornar; otra carta, un libro, y, probablemente, como ayer, una visita al dispensario, pues será hora de almorzar con el doctor... luego una siesta, otra vuelta por el Congo, un trago de whisky al atardecer, cena con los padres y a la cama. Otro día desvanecido rápidamente. Resulta casi molesto que hoy mi rutina se vea alterada; las comidas invertidas (almuerzo con los curas), visita a Coq, para ponerme una inyección y planear mi viaje por la selva, y tragos con el gobernador.
 La risa del africano. ¿En qué lugar de Europa se puede oír tanta risa, como entre estos trabajadores leprosos? Pero lo contrario también es verdad: la profunda sensación de desesperanza que uno advierte en ellos cuando se sienten enfermos o desgraciados. (Recuerdo algo muy similar entre mis porteadores, en Liberia y mis mozos, en Sierra Leona.) La vida es un momento. Así ven ellos la eternidad.
 Ayer, en el dispensario, cuando los niños lloraban alborotando demasiado, ocurrió la siguiente escena: el doctor llamó a su asistente y le ordenó que pusiera los niños al pecho; orden que, según contó, se puede escuchar frecuentemente en misa. Por cierto, el silencio se produjo al instante.
 Suficientemente nublado como para caminar. Llegué hasta el dispensario principal y el nuevo laboratorio que están construyendo. L. me mostró un complicado aparato para medir, con una precisión de un vigésimo de segundo, las reacciones nerviosas. Sin embargo, lo que más le gustaba era un aparato de escaso valor, que toma simultáneamente la temperatura de la piel en veinte lugares diferentes. Parece que las manchas tienen una temperatura más alta, y él espera poder detectar en un niño la formación de una mancha, y comenzar el tratamiento antes de que ésta aparezca. Con el mismo procedimiento intentará prevenir la mutilación en los dedos.
 El hombre con elefantiasis en el dispensario: sus pies y pantorrillas, retorcidas y nudosas como el tronco de un viejo árbol al que hubieran tallado, en un extremo, enormes dedos.
 Si X fue un distinguido arquitecto, ¿no es posible que haya perdido la vocación? El amor por su arte sigue el mismo camino que su amor por la mujer: una especie de agotamiento sensual.
 Después del almuerzo me dirigí a Coq con la familia de L. y recibí mi segunda dosis de TB, más bien dolorosa, en el Servicio de Salubridad. Me contaron que un empleado llama todas las noches a la Sûreté diciendo que hay congoleños en los alrededores de su casa con el propósito de asesinarlos a él y a su esposa. Actualmente, hay mucha gente en Coq que duerme con el revólver al lado...Lo que se teme es que el miedo provoque un incidente.
 Visité al Obispo. Un bellísimo hombre con modales del siglo dieciocho... o tal vez de un caballero Eduardiano. Tratará de prestarme un bote para mi viaje por la selva.
 Tragos en la casa del Gobernador: una pareja sencilla y amable, exenta de vicios coloniales".

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