viernes, 19 de junio de 2015

"Epigramas".- Marco Valerio Marcial (40-104)


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  Libro V, XIII (Marcial es pobre, pero famoso)

  Soy pobre, lo confieso, y siempre lo he sido, Calístrato; pero no soy un caballero desconocido y poco considerado, sino que leído por muchos en todo el mundo y, al verme, dicen “éste es”. Y lo que la muerte concede a muy pocos, a mí me lo ha dado la vida. Por tu parte, tu casa se apoya  sobre cientos de columnas y tu arca encierra riquezas propias de un liberto, y siembra para ti una gran parte de la tierra de Silene, la del Nilo, y Parma de la Galia te esquila rebaño sin cuento. Esto somos tú y yo: pero lo que yo soy tú no puedes serlo; lo que tú eres puede serlo cualquiera del pueblo.

 Libro IV, LV (Nombres celtibéricos que a Marcial suenan a gloria)

 Lucio, gloria de tus tiempos, que no dejas que el viejo Moncayo y que nuestra Tajo ceda al elocuente Arpino. Que el poeta engendrado entre las ciudades argivas cante en sus poemas a Tebas o a Mecenas o a la luminosa Rodas, o las palestras de Leda de la libidinosa Lacedemonia; nosotros, nacidos de celtas e iberos, no nos avergoncemos de hacer resonar en gratos versos los nombres un tanto ásperos de nuestra tierra: a Bílbilis, la mejor por sus crueles espadas, que vence tanto a los cálibes como a los nóricos; a Plátea, que resuena por su hierro, a la que con su escaso pero inquieto caudal circunda el Jalón, que templa las armas; a Tudela y a los coros de danzas de Rixamas, y a los festivos banquetes de Carduas, y a Péteris, rojo por sus guirnaldas de rosas, y a Rigas, el antiguo teatro de nuestros padres, y a los silaos, certeros con sus ligeros dardos, y a los lagos de Tugonto y de Turasia, y a los vados purísimos de la pequeña Tuetonisa, y al encinar sagrado de Buradón, por el que anda incluso un viajero perezoso, y a los campos de la ondulada Vativesca, que cultiva Manlio con sus fuertes toros. ¿Te ríes, delicado lector, de estos nombres tan rústicos? Puedes reírte: prefiero estos nombres tan rústicos a Butuntos.
 
 
Libro X, LXII (¡Vacaciones!)

 Maestro de escuela, deja descansar a tu inocente cuadrilla. Ojalá que, a cambio, numerosos melenudos oigan tus lecciones y se encariñen de ti los que hacen coro a tu delicada mesa y que ningún contable ni un rápido escribiente se vean rodeados por un corro mayor. Los días luminosos se abrasan con los fuegos del León y el ardiente julio cuece las mieses ya tostadas. El cuero escítico, erizado de horribles correas, con el que fue azotado Marsias de Celenas, y las tristes palmetas, cetro de los pedagogos, que descansen  y duerman hasta los idus de octubre: en el verano, los niños, si están sanos, bastante aprenden.

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