La burbuja
"Levián pasóse la lengua por los labios y prosiguió:
-Esto para citarle un ejemplo. Ya usted comprenderá mi desazón. Metido en ese mundo de ideas, en esas metafísicas geniales, encontraba grandes desacuerdos, profundas aberraciones cuando me llegaba a este otro mundo de las cosas que brota la tierra. Quizá a usted le haya acontecido igual. ¿Nunca le ha sublevado esa especie de obstáculo, que eternamente va aplastando el empuje humano? ¿Nunca ha tenido la sensación de que algo extraño e irracional se oponía a su obra condenándolo a una terrible uniformidad? La naturaleza, señor, no es ciega; nada de lo creado sobra, ni nada carece de razón de ser. En el universo debía existir una fuerza superior que fuese la pauta y la armonía que rige las relaciones, que doblega las fuerzas y que fuese el instrumento y la causa, a un tiempo mismo, de todas las cosas. Este instrumento era la X terrible que buscaba mi inquietud. Y digo que buscaba porque creo que ya la he encontrado. ¿Sabe usted lo que es ese algo misterioso? Pues, sencillamente, la voluntad.
Yo volví el rostro a Valdobos y él lo volvió a mí, nuestras dos miradas se encontraron interrogantes, abstraídas, frías.
-Señor mío -dije dirigiéndome a Levián, que había tornado a beber-, señor mío perdóneme que me atreva a objetarle. Comprendo que la voluntad sea la mayor fuerza del individuo, aun le concedo que sea la única; pero ya extenderla del individuo al mundo me parece exagerado, atrevido diría, el mundo lo mueve Dios y Él es la causa.
A lo que respondió Levián perezosamente y con cierta ironía:
-Me ha repetido usted exactamente lo que me han dicho todos. ¿Qué quiere? El apego a los vocablos. La influencia del filósofo bilioso. Sabe usted, Dios es una patraña, una mentira, un espantapájaros que los cobardes han colocado en la linde del pensamiento para alejar el vuelo de los atrevidos. La fuerza del mundo fue una, la que lo hizo, y una vez creado todo esto, ¿qué fue de aquella fuerza? Pues se refugió en el alma de los individuos, como un gas comprimido en una cámara de acero. A esa cámara no le conocemos más que una válvula pequeñita y miserable, que tan sólo deja escapar una pequeña cantidad de la potencia interior, y es ésta, precisamente, la voluntad ordinaria de los hombres. Pero ¿cree usted que ésta es la única salida? Quia... Hay otro escape mayor y mucho más potente, que se ha guardado de señalar el filósofo bilioso, el que una vez abierto obra el milagro y hace lo imposible y lo inverosímil.
¿Ha valuado usted la fuerza del "quiero", del quiero puro? Digo puro porque es necesario desligarlo de toda duda y de toda sombra. ¿Me comprende? Si hubiese un ser capaz de desligar la sombra material, el freno absurdo de la duda hasta el punto de anularlo y quedar limpio el momento fuerte del deseo, sólo él obraría el milagro, ése hendería el aire como un pájaro, detendría el empuje de las fuerzas de la naturaleza y aventaría a lo lejos el dolor y la muerte. Me diréis, señor, que es utopía y sueño, que lo que digo no pasa de ser una hermosa fábula, pero echad la vista atrás y os tropezaréis con el Cristo. Nuestro Señor. Sabéis que fue milagroso como, en verdad, nunca hubo uno igual. Además, y aquí viene en fuerza de mi teoría, los evangelios cuentan que cuando hizo algo maravilloso siempre dijo al beneficiado: "Tu fe ha obrado el milagro", y cierto que decía bien, porque era su fe, su fuerza, su voluntad, la que obró lo sobrenatural. Y su Padre, aquello que él llamaba su Padre, era la universal fuerza creadora que dentro de él vibraba escapando por la gran válvula abierta.
Pero para obrar el milagro hay que matar la duda, hay que creer con una fe inaudita, enorme; y qué difícil, señor, es desarraigar las ideas que se han mamado, he allí la fuerza del filósofo bilioso. Pero si usted lograse arrojarlas lejos, con violencia, como un pedrusco que se lanza al agua, vería brotar del fondo de ellas pura, magnífica, inmaculada la burbuja del ideal que asciende límpidamente del légamo terroso a los cristales de la superficie. He aquí la fuerza nuestra, señor, en la burbuja..., pero ¡qué difícil es desprenderla...!"
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