viernes, 12 de junio de 2015

"La oscuridad visible".- William Golding (1911-1993)


Resultado de imagen de golding 

7
 "Ésta fue la primera vez que Sophy notó que a veces las cosas se comportaban ciñéndose a un "Por supuesto". Ella tenía algunos conocimientos, aunque no muchos, sobre el arte de arrojar piedras. Ahora -y aquí era donde intervenía el elemento "Por supuesto"-, ahora había un guijarro de grandes dimensiones al alcance de la mano entre la hierba y el lodo semiseco, donde no tenía por qué haber ningún guijarro a menos que interviniera el "Por supuesto". A Sophy le pareció que no hacía falta buscar el guijarro. Le bastó mover el brazo que utilizaba para arrojar objetos y la palma de su mano se cerró cómodamente sobra la forma lisa, ovalada. ¿Cómo era posible que una piedra lisa y ovalada descansara allí, no debajo del lodo ni siquiera debajo de la hierba sino encima de todo, donde el brazo que utilizaba para arrojar objetos podía encontrarlo sin buscar? Allí estaba la piedra, amoldada al hueco de su mano mientras ella escudriñaba por encima de los cremosos puñados de ulmarias y divisaba a la madre y los polluelos que nadaban afanosamente aguas abajo por el arroyo.
 Para las niñas pequeñas, el lanzamiento es un deporte difícil que, en términos generales, no practican como entretenimiento, hora tras hora, como los varones. Pero incluso más adelante, antes de aprender a desembarazarse de las complicaciones, Sophy nunca pudo entender muy bien cómo previó lo que iba a ocurrir. Fue un hecho como cualquier otro en virtud del cual ella vio la trayectoria que seguiría la piedra, vio el punto hacia el que se adelantaría el último polluelo mientras la piedra estuviera describiendo su parábola. ¿"Estuviera" o "estaba"? Porque además, y esto era sutil, cuando recapacitó más tarde le pareció que apenas se aprehendía que este futuro se hacía inevitable. Pero, inevitable o no, nunca entendió -por lo menos no hasta una época en que el hecho mismo de entender se convirtió en algo superfluo- cómo pudo, con el brazo izquierdo estirado lateralmente, con el brazo derecho rotando hacia atrás desde la altura del codo y pasando su oreja izquierda en una posición de lanzamiento femenina e infantil, cómo pudo, sí, no sólo proyectar el brazo derecho hacia adelante sino también arrojar la piedra en el momento exacto, con el ángulo y la velocidad precisos, cómo pudo dejarla partir sin que la obstaculizara la articulación de un dedo, una uña, la región tenar de la mano, cómo pudo seguirla -y realmente sin proponérselo del todo- seguirla en esa fracción y fracción de fracción de segundo como si fuera una alternativa elegida entre dos posibles, ambas propuestas de antemano, ambas predestinadas, los polluelos, Sophy, la piedra en la mano, como si la totalidad de todo se hubiera sintetizado en ese punto... seguir la trayectoria por el aire, el polluelo que se adelantaba nadando velozmente hasta ese punto, último de la fila pero obligado a estar allí, una especie de tácito haz lo que te ordeno; después, la materialización completa del hecho, el chapuzón restringido, la madre que se disparaba sobre el agua, volando a medias con un chillido que sonaba como pavimentos triturados, los polluelos que desaparecían misteriosamente, todos menos el último que ahora era un remanente de plumón entre las ondas que se dilataban más y más, con una pata estirada al costado y ligeramente trémula, y el resto inmóvil si se exceptuaba el vaivén del agua. Y a continuación el placer más dilatado, la contemplación lograda del remanente del plumón que giraba plácidamente a medida que el arroyo lo arrastraba fuera del campo visual.
 Fue a buscar a Toni y se irguió entre las ulmarias sintiendo cómo los altos ranúnculos le rozaban los muslos.
 Sophy nunca volvió a arrojar piedras a los somormujos y entendió perfectamente por qué no lo hacía. Fue una percepción clara, aunque sutil. Sólo una vez podías dejar que la piedra se amoldara a la mano predestinada, a la trayectoria predestinada, y sólo una vez un polluelo cooperaba y se desplazaba inevitablemente para compartir su destino contigo. A Sophy le pareció que entendía todo esto y más, y sin embargo comprendió que las palabras eran inútiles cuando se trataba de transmitir ese "más", de compartirlo, de explicarlo".   

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: