miércoles, 10 de junio de 2015

"El sonido y la furia".- William Faulkner (1897-1962)


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Seis de abril de 1928

 "-Ya sé que no tienes ninguno de los libros: sólo quiero saber lo que has hecho con ellos, si no es demasiada indiscreción. Claro que a lo mejor no tengo ningún derecho a preguntártelo -digo yo-. Sólo soy el que pagué los once dólares y sesenta y cinco centavos que costaron en septiembre pasado.
 -Madre es la que me paga los libros -dice ella-. Yo no gasto ni un centavo tuyo. Antes me muero de hambre.
 -¿De verdad? -digo yo-. Cuéntale eso a tu abuela y verás lo que te dice. Y no me parece que andes por ahí desnuda -digo-, aunque eso que te pones en la cara te tapa más que toda la demás ropa que te echas encima.
 -¿Acaso crees que me la he comprado con dinero tuyo o de ella? -dice.
 -Eso pregúntaselo a tu abuela -digo yo-. Pregúntale a ella qué ha sido de esos cheques. Ya viste cómo quemaba uno de ellos, me parece.
 Ni siquiera me escuchaba. Tenía la cara embadurnada de pintura y los ojos fijos como los de un perro.
 -¿Sabes tú lo que haría yo si creyera que esta ropa se pagó con dinero tuyo o de ella? -dice Quentin, señalándose el vestido.
 -¿Qué es lo que harías? -digo yo-. ¿Vestirte con un barril?
 -Me la quitaría y la tiraría a la calle -dice ella-. ¿No me crees?
 -Seguro que lo harías -digo yo-. Lo haces siempre.
 -Vas a ver si lo hago -dice ella. Se agarró el escote del vestido con las dos manos y trató de desagarrarlo.
 -Si rompes ese vestido -digo yo-, te daré una zurra aquí mismo de la que no te olvidarás en toda la vida.
 -Pues vas a ver -dice ella. Entonces vi que quería rompérselo de verdad, arrancárselo. Cuando conseguí detener el coche  y cogerle las manos ya había una docena de personas mirando. Eso me puso tan furioso que durante un momento estuve como ciego.
 -Vuelve a hacer una cosa así y haré que te arrepientas de haber nacido -digo yo.
 -Lo siento -dice ella. Se quedó quieta, luego sus ojos adquirieron una expresión extraña y yo me digo: si te echas a llorar aquí en el coche, en mitad de la calle, te pego. Te mato a palos. Por suerte para ella no lo hizo, así que le solté las muñecas y seguí conduciendo. Además, estábamos cerca de una calleja por la que podíamos dar un rodeo y pasar por una calle poco transitada y evitar la plaza. Ya estaban montando la carpa en el solar de Beard. Earl ya me había dado los dos pases por poner los anuncios en el escaparate. Ella estaba sentada con la cara vuelta mordiéndose los labios. -Lo siento -repite-. No sé por qué habré nacido.
 -Y yo conozco por lo menos a otra persona que tampoco lo sabe -digo yo-. Me detuve delante del colegio. La campana ya había sonado y estaban entrando las últimas. -Al menos, esta vez has llegado a la hora -digo yo-. ¿Piensas entrar y quedarte o quieres que te acompañe y que te obligue a quedarte? Se bajó y cerró la puerta de golpe. -Acuérdate de lo que te he dicho -digo yo-. Lo haré, no lo dudes. Como vuelva a enterarme de que te escapas y andas por los sitios oscuros con uno de esos malditos polloperas...
 Ante esas palabras se dio la vuelta.
 -Yo no me escapo -dice-. Desafío a cualquiera que diga que sabe lo que hago.
 -Pero si lo sabe todo el mundo -digo yo-. Toda la gente de este pueblo sabe lo que eres. Pero esto no va a seguir así, ¿me oyes? Personalmente, a mí no me importa lo que hagas -digo-, pero tengo una posición que mantener en este pueblo, y no voy a permitir que ningún miembro de mi familia ande por ahí como si fuera una negra. ¿Me oyes?
 -No me importa -dice ella-. Soy mala y voy a condenarme y no me importa nada. Prefiero estar en el infierno que en un sitio donde estés tú.
 -Como vuelva a oír que has faltado a una sola clase, ya lo creo que preferirás estar en el infierno -digo yo-. Se dio la vuelta y atravesó el patio corriendo. -Que no me entere, recuérdalo -digo-. No miró hacia atrás". 

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