viernes, 21 de junio de 2019

Todo Ubú.- Alfred Jarry (1873-1907)


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Confesión de un hijo del siglo
(Personajes: Padre Ubú, su Conciencia)
En el dormitorio del Padre Ubú.

«Padre Ubú: ¿El siglo? ¿Pero no comenzó el año pasado? ¡Oh, cómo pasa el tiempo! Ahora recuerdo que el año pasado como no me encontraba con ganas de moverme, pensé que mi vagancia adelantaba.
 Conciencia: Y de ese modo, por culpa vuestra, montones de gentes que no admiten otra verdad que la que sale de vuestra boca, todavía no saben si fue con el año pasado, o con éste, cuando comienza el siglo XX. ¿No os da vergüenza, Padre Ubú?
 Padre Ubú: Nunca sentimos vergüenza, señor conciencia mía. En primer lugar, por cuestión de principios. Así que contened vuestra lengua. Esas gentes a que os referís no son más que idiotas; sé muy bien lo que me digo. Por mis conocimientos de meteorología, y porque así me viene en gana, puedo asegurar que hoy es cuando empieza el siglo XX. Pero si tal cosa no me placiera, afirmaría que mi reloj de siglos retrasa y que, cuando ocurrió, fue el año pasado. Además, sea como fuere, ello no impide que este despertador secular haga el mismo ruido todos los años. Mas como no tiene garantía más que para dos, sabré tener paciencia. Espero que el año que viene no funcione ya y me deje tranquilo de una vez.
 Conciencia: Padre Ubú, ¿os habéis preparado para lo que tenéis costumbre de hacer cada comienzo de siglo?
 Padre Ubú: ¿A qué os referís? ¿A cambiarme de camisa? Pienso que sería hacerlo con demasiada frecuencia.
 Conciencia: No. No hablaba de la colada de los revestimientos de vuestra panza, Padre Ubú, sino del lavado de vuestra alma. No descuidéis este último. ¿Quién puede atreverse a asegurar que vivirá cien años más?
  Padre Ubú: Nada en absoluto comprendo de lo que me estáis diciendo, señor.
 Conciencia: Tiempo es de que hagáis vuestro examen de conciencia, la recapitulación de todo lo bueno y lo malo que habéis vivido durante la última centuria. Sobre todo, porque pocas aventuras hay en que no os hayáis visto mezclado, aunque no os importara un comino su meollo. En el fondo, sois responsable de todo lo que ha ocurrido, y así el mundo va como va.
 Padre Ubú: Como va de bien, querréis decir, señor. Pues si dirigimos el mundo al revés, como si se tratase de un río que fluye hacia su manantial, es, precisamente, para conseguir que cada vez esté más lejos de su fin. En cualquier caso, de acuerdo. Consentiré en darme bombo en vuestra presencia, señor conciencia mía. De mis últimas hazañas no me acuerdo demasiado bien. Es decir, de cuando era Napoleón o Faraón y hacia admirar a mis soldados los siglos encaramados en lo alto de las pirámides... Bueno, pero no importa. Todo ello quedó ya impreso para hacer creer que ocurrió y para que sirva para la educación de los niños. Y eso fue en  tiempos prehistóricos, es decir, cuando ni siquiera había aparecido nuestro anterior Almanaque, que, dicho sea de paso, tenía menos páginas que el presente, porque yo era pequeño.
 Conciencia: ¿Os habéis acercado a la Exposición Universal, Padre Ubú?
 Padre Ubú: Teniendo en cuenta que ninguna manifestación de la industria humana nos debe resultar ajena, sí, señor, nos hemos acercado.
 Conciencia: ¿Cuántas veces?
 Padre Ubú: ¡Oh, mucha es vuestra indiscreción...! La verdad es que no me acuerdo... ¡Ah, sí! Una vez nada más, como máximo. Entré por una puerta y salí por la otra, cosa que no fueron capaces de hacer las miríadas de pasmarotes atrapados en aquel recinto como en una ratonera. Si mi designio hubiera sido ver a los visitantes, podría haberlos visto en su medio natural en los bulevares de la ciudad de cada uno. Y en cuanto a las casetas alineadas y demás barracones, en absoluto me han interesado. Ninguna gana tenía de contemplar alguna de las curiosidades que pregonaban mostrar, pues por "curiosidad" entiendo yo algún objeto que descubro solo y por mí mismo, en el curso de mis expediciones particulares a territorios bárbaros... ¡Sí! Prefiero que se me deje descubrir por mis propios medios. El más hermoso objeto de arte acaba por banalizarse si es puesto al alcance de la mayoría... No me entretuve en la Exposición por la misma causa por la que no acostumbro leer manuales de divulgación, ni a cubrir mi barriga si no es con ropa de encargo, ni a montar en ómnibus.
 Conciencia: Dado que os gusta no hacer nada como los demás, os imagino muy interesado por la reforma de la ortografía...
 Padre Ubú: Más bien poco, señor. Y me sorprende que se atreva a fatigarme la inteligencia interrogándome sobre tal inepcia.
 Conciencia: Sin embargo, Padre Ubú, en modo alguno podéis negar que, por ejemplo, preferís escribir oneja y phinanza...
 Padre Ubú: ¿Tendrá eso algo que ver? Los individuos que quieren cambiar la ortografía no tienen idea de nada y yo sí. Ellos trastornan la total estructura de las palabras y, so pretexto de simplificación, las destrozan. Por mi parte, las perfecciono y embellezco a mi imagen y semejanza. Escribo phinanza y oneja porque pronuncio phinanza y oneja y, sobre todo, para subrayar que se trata de phinanzas y de onejas especiales, personales, en cantidad tal y con tales cualidades, que nadie dispone de ellas sino yo. Y si a la gente le parece mal, empezaré a escribir honejas y fimpanzas a partir de ahora, y el que siga reclamando caerá de cabeza en mi saco.
 Conciencia: Os estáis pasando de la raya, padre Ubú. Nos veremos obligado a presentar una demanda ante el señor Magnaud.
 Padre Ubú: ¡Oh! En absoluto nos da miedo ese pobre magistrado. Incluso es amigo nuestro. Hemos tenido la bondad de halagarle escribiendo en algún sitio que es el culo de la carrera judicial. Y ello a fin de actuar como válvula de seguridad en un momento en que la justicia estuvo a punto de tener una indigestión de injusticia. Como se trata de un individuo desprovisto de escrúpulos y que hace tabla rasa de su propia conciencia, no dejamos de tenerle afecto, y hemos concebido el proyecto de valernos de él para llevar a buen puerto nuestra más importante reivindicación feminista, es decir, servicio militar no para todos, sino para todas. De tal modo, será la Madre Ubú quien se vaya a la guerra.
 Conciencia: Escogéis mal el momento, Padre Ubú. De sobra sabéis que incluso se está llegando a hablar demasiado de despoblamiento. Hay que dejar que las mujeres fabriquen hijos.
 Padre Ubú: Descuidad. Los seguirán fabricando sólo con que los hombres las ayuden de vez en cuando. Por mi parte, no me importaría dar ejemplo ayudándolas tantas veces como les pareciera bien.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Bruguera, 1980, en traducción de José-Benito Alique. ISBN: 84-02-07380-8.]

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