miércoles, 12 de junio de 2019

Poesía.- Fray Luis de León (1527-1591)


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I.-Vida retirada

«¡Qué descansada vida / la del que huye el mundanal rüido,
y sigue la escondida / senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Que no le enturbia el pecho / de los soberbios grandes el estado,
ni el dorado techo / se admira fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado.
No cura si la fama / canta con voz su nombre pregonera,
ni cura ni encarama / la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
¿Qué presta a mi contento / si soy del vano dedo señalado?
¿Si en busca deste viento / ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?
¡Oh monte, oh fuente, oh río, / oh secreto seguro deleitoso!
Roto casi el navío / a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño, / un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño / vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.
 Despiértenme las aves / con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves / de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo, / gozar quiero del bien que debo al cielo
a solas sin testigo, / libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Del monte en la ladera / por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera / de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Y como codiciosa / por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa / una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.
Y luego sosegada, / el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada / de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.
El aire el huerto orea, / y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea / con un manso rüido,
que del oro y del cetro pone olvido.
Téngase su tesoro / los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro / de los que desconfían
cuando el Cierzo y el Abrego porfían.
La combatida antena / cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena / confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.
A mí una pobrecilla / mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla / de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.
Y mientras miserable- / mente se están los otros abrasando
con ser insaciable / del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.
A la sombra tendido, / de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído / al dulce son acordado
del plectro sabiamente meneado.

XVI.-Contra un juez avaro

Aunque en ricos montones / levantes el cautivo inútil oro,
y aunque tus posesiones / mejores con ajeno daño y lloro,
y aunque cruel tirano / oprimas la verdad, y tu avaricia
vestida en nombre vano / convierta en compra y venta la justicia,
y aunque engañes los ojos / del mundo a quien adoras, no por tanto
no nacerán abrojos / agudos en tu alma, ni el espanto
no velará en tu lecho / ni huirás la cuita, la agonía,
el último despecho, / ni la esperanza buena en compañía
del gozo tus umbrales / penetrará jamás, ni la Meguera
con llamas infernales, / con serpentino azote la alta y fiera
y diestra mano armada, / saldrá de tu aposento sola un hora;
y ni tendrás clavada / la rueda, aunque más puedas, voladora
del tiempo hambriento y crudo / que viene con la muerte conjurado
a dejarte desnudo / del oro y cuanto tienes más amado;
y quedarás sumido / en males no finibles y en olvido.»

   [Los textos pertenecen a la edición en español de Editorial Ebro, 1979, en edición de J.M. Alda Tesán. ISBN: 84-7064-089-5.]

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