sábado, 8 de junio de 2019

El olor humano.- Ernö Szép (1884-1953)


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Hitler

«La discusión había surgido con la pregunta de por qué Hitler llevaba tanto tiempo sin dirigirse a la gente.
 Alguien abrió un paréntesis.
 -¿Pero acaso el monstruo ese está todavía con vida?
 Esta cuestión no deja de inquietar a la gente desde el verano pasado. Aquí todos apuestan a que todavía vive, aunque se avergüenza de dirigirse al pueblo; hay quien sostiene que no le dejan acercarse al micrófono, que le han privado de todo el poder; un tercero cree que ya no vive, que una bomba lo hizo volar por los aires en julio y desde el atentado fotografían a un actor con la máscara de Hitler.
 Un caballero le replica:
 -Me importa un bledo que esté con vida o no, lo principal es que acaben de una vez con los teutones.
 Un cuarto caballero:
 -Prefiero que esté con vida, tiene que pagar por todo lo que ha hecho, el salvaje.
 Un quinto, entre risas:
 -¿Y cómo lo vas a castigar? ¿Es que se puede castigar a un tipo como ése? ¿Existen tantos infiernos?
 Un sexto:
 -Mira, hay que ahorcarlo tantas veces como vidas se han perdido por su culpa. Es una antigua ley china. Los asaltadores eran colgados tantas veces como personas habían matado. En el último momento cortaban la soga y los llevaban de vuelta a la cárcel. Nunca podían saber cuándo los iban a ahorcar definitivamente.
 Habló de nuevo el cuarto:
 -Hijo, yo no sé cuántos millones de veces habría que llevar a Hitler a la horca. Iba a durar años.
 -Le quedará tiempo. No va a tener otra cosa que hacer.
 Luego empezó a hablar un tipo humilde, de baja estatura y voz ronca:
 -Señores, yo lo que haría es meterlo en una jaula y llevarlo al zoo de Londres. Y lo exhibiría en un lugar especial, en una caseta, por ejemplo, y cobraría entradas. Cada visitante podría escupirle a la cara. Lo alimentarían a la fuerza para evitar que pereciera. La cantidad de dinero que se recaudara sería para los judíos que lo han perdido todo y para los pobres de todas las naciones a los que ese canalla ha arruinado.
 (Tengo que observar que la idea de la jaula no era de ese buen hombre, sino que circulaba por ahí desde hacía años.)
 Alguien, cuya cara no veo, lo corrige:
 -No hay que llevarle a Londres, caballeros, sino de gira por todo el continente, hay que llevarlo incluso a América, a Australia, a todas partes. Como lo hacía Barnum en mi infancia, que recorría el mundo con un artista ayunador y un ruso con cabeza de perro. Yo mismo vi el circo Barnum en Makó.
 A continuación habló el señor J., director de orquesta, un hombre canoso y larguirucho, con un rostro a lo Don Quijote. Había sido expulsado de un teatro de la ópera en Alemania. Siempre sonreía lánguido y afligido.
 -Permítanme, señores, que les cuente qué castigo me he imaginado para esa persona cuyo nombre no suelo mencionar. Si es que está con vida y no consigue quitársela antes de que lo capturen. Me parece, caballeros, que este sería el único castigo que tal vez sea capaz de vengar las atrocidades que ha cometido este tipo.
 -¿Y qué es? ¡A ver! ¿Qué ha imaginado? Chss, por favor, silencio.
 -Que viva eternamente, que nunca muera, nunca, jamás.
 Alguien dijo entre risas:
 -¡Vaya!
 -Sí, querido señor, que viva para siempre. Que no lo maten las balas, ni lo ahogue el agua, ni le haga ningún daño el veneno cuando quiera suicidarse. Que nadie lo toque ni con un dedo. Pasarán mil años, cien mil, otros cien mil, la Tierra se enfriará un día, no quedará ni una brizna de hierba, ningún ser vivo, solo él, el único. Que quede él solo en el mundo, en tinieblas y en el más absoluto silencio. Dios también puede morir un día, pero que él siga viviendo, y que no se vuelva loco, que recuerde para siempre.
 Reina el silencio durante medio minuto quizá; oí a alguien cerca de mí susurrar:
 -Escalofriante.
 De la boca del señor director de orquesta se escapó una leve risa. Dijo:
 -¿Ven? Lo inventé la noche en la que encerraron en un vagón a mi madre, de setenta y nueve años.
Todos se sumieron de nuevo en el silencio. [...]
 Y oí además:
 -Es curioso, señores, que el nombre de Hitler empiece con H, como el de Hamán, o como homicida, hecatombe u horca.
 Alguien añadió:
 -¡Y como hiena!
 De repente escuché la voz de un exprofesor de la Universidad de Halle (hasta el momento había estado conversando con alguien en voz queda):
 -No importa la persona ni el nombre, ni hay que buscar ninguna personalidad. Yo, caballeros, no lo considero un hombre, no es como nosotros. Para mí es un gólem, recuerden cómo anda, lo han visto en las imágenes del noticiario. ¡Menudas facciones!, señores, no hay nada humano en ellas; son de arcilla, y él es una máquina, un títere, o considérenlo un muñeco de nieve, fabricado de nieve aplastada. Los que lo han construido, caballeros, ha sido Treitschke, Hegel, Liszt, Gobineau, no me apetece retroceder hasta Federico el Grande, ¿cuántos más quieren que enumere?, en fin, al parecer ese muñeco no se ha formado de copos de nieve sino de bacilos alemanes: la prepotencia germana, la estupidez, las supersticiones y la crueldad de la plebe.
 Cuando el señor profesor acabó su discurso todos callamos.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Gallo Nero Ediciones, 2017, en traducción de Eszter Orbán y José Miguel González Trevejo. ISBN: 978-84-16-52944-5.]

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