Capítulo II: Posibilidad y realidad de la desesperación
«¿Es la desesperación una ventaja o un defecto? En un sentido puramente dialéctico es ambas cosas. Si nos aferráramos a la idea abstracta de la desesperación, sin pensar concretamente en ningún desesperado, de seguro que tendríamos que decir que la desesperación es una ventaja enorme. La posibilidad de esta enfermedad es la ventaja del hombre sobre el bruto, ventaja que nos caracteriza infinitamente más que la del andar vertical, ya que ella significa la infinita verticalidad o elevación que nos compete por el hecho de ser espíritu. La posibilidad de esta enfermedad es la ventaja del hombre sobre el bruto; caer en la cuenta de esta enfermedad es la ventaja del cristiano sobre el hombre natural; y estar curado de esta enfermedad es la felicidad del cristiano.
Por tanto, poder desesperar es una ventaja infinita; y, sin embargo, estar desesperado no solamente es la mayor desgracia y miseria, sino la perdición misma. No suele ser ésta de ordinario la relación entre la posibilidad y la realidad; pues, por lo general, si es una ventaja el poder ser esto o aquello, mucho más ventajoso será sin duda el serlo. Lo que significa que ser es más que poder ser. En cambio, por lo que atañe a la desesperación, ser un desesperado representa una caída respecto del poder serlo; y tan profunda es la caída, como infinita la ventaja de la posibilidad. Por consiguiente, respecto de la desesperación, lo más elevado es precisamente no estar desesperado. Sin embargo esta precisión denota todavía cierta ambigüedad. Porque eso de no estar desesperado no es lo mismo, por ejemplo, que no ser cojo o no estar ciego. Pues si no estar desesperado no significa más ni menos que no estarlo, entonces cabalmente lo cierto es que se está desesperado. No estar desesperado tiene que significar la destrucción de la posibilidad de estarlo; para que se pueda decir con toda verdad de un hombre que no está desesperado, es necesario que en cada momento esté eliminando la posibilidad. No suele ser ésta de ordinario la relación entre la posibilidad y la realidad. Si bien es cierto que los filósofos afirman que la realidad es la posibilidad eliminada, de suyo esto no es completamente exacto, ya que la realidad es la posibilidad cumplida, la posibilidad realizada. En cambio, en nuestro caso, la realidad -no estar desesperado- en cuanto también es, consiguientemente, una negación, equivale a la posibilidad desarmada y suprimida de raíz. Es decir, que por lo general la realidad suele ser una confirmación de la posibilidad, sin embargo aquí equivale a una negación de la misma.
La desesperación es una discordancia en una síntesis cuya relación se relaciona consigo misma. Sin embargo la síntesis no es la discordancia, sino meramente la posibilidad; o dicho de otra manera: en la síntesis radica la posibilidad de la discordancia. Si la misma síntesis fuese la discordancia, entonces no existiría en absoluto la desesperación, sino que ésta sería algo inherente a la naturaleza humana en cuanto tal, en una palabra, algo que no sería desesperación. Sería algo que le acontecería al hombre, algo que él padecería, poco más o menos como cualquiera de las enfermedades que contrae, o como la misma muerte que es el destino común. Pero no, el desesperar radica en el hombre mismo, y si el hombre no fuera una síntesis tampoco podría desesperar; y si esta síntesis no hubiese salido cabalmente armónica de las manos de Dios, entonces el hombre tampoco sería capaz de desesperar.
¿De dónde viene, pues, la desesperación? De la relación en que la síntesis se relaciona consigo misma, mientras que Dios, que hizo al hombre como tal relación, lo deja como escapar de sus manos; es decir, mientras la relación se relaciona consigo misma. Y en el hecho de que esta relación sea espíritu, sea un yo, radica precisamente la responsabilidad a que la desesperación está sujeta en todos y cada uno de los momentos de su duración, y esto por más que el desesperado, engañándose ingeniosamente a sí mismo y engañando a los demás, pretenda hablarnos de su desesperación como de una simple desgracia que le ocurre. De esta manera, el desesperado no hace más que confundir su situación con la anteriormente aludida de los vértigos, con los cuales aquélla, aunque cualitativamente diversa, tiene mucho en común; puesto que los vértigos equivalen dentro de la categoría "alma" a lo que la desesperación es bajo la categoría del espíritu, no siendo raro que aquéllos guarden innumerables analogías con la última.
Ahora bien, una vez que ha hecho acto de presencia la discordancia que constituye la desesperación, ¿será una mera consecuencia el que persista? De ninguna manera; no se trata de una mera consecuencia. Si la discordancia persiste, ello no hay que achacarlo a la discordancia misma, sino a la relación que se relaciona consigo misma. Esto significa que siempre que la discordancia hace acto en todos y cada uno de los momentos de su duración, hay que estar buscando el origen de su procedencia en la misma relación. Pongamos un ejemplo para aclarar por contraste este asunto. Supongamos que alguien ha atrapado una enfermedad cualquiera, y que la ha atrapado por imprudencia. La enfermedad, pues, está ahí y desde el mismo momento de declararse empieza a ser indudablemente una realidad cuyo origen es cada vez más remoto. Sería cruel e inhumano estar diciéndole sin cesar al enfermo: "en este mismo momento acabas de atrapar semejante enfermedad". Con ello se significaría que en cada momento se resolvía la realidad de la enfermedad en su correspondiente posibilidad. Es cierto que tal sujeto ha atrapado la enfermedad, pero lo hizo una vez, y la persistencia de la enfermedad no es más que una mera consecuencia del hecho de haberla atrapado aquella vez. Por eso no se le puede echar en todo momento la culpa del progreso de tal enfermedad; es verdad que la atrapó por imprudencia, pero no se puede afirmar que sigue atrapándola. Muy distinto es el caso de la desesperación. Cada uno de los instantes reales de la desesperación tiene que ser referido a la posibilidad de la misma, y del hombre desesperado se puede afirmar que en cada uno de los momentos de su desesperación duradera, la está atrapando.»
[El texto pertenece a la edición en español de Sarpe, 1984, en traducción de Demetrio G. Rivero. ISBN: 84-7291-671-5.]
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