miércoles, 19 de junio de 2019

El libro de la madera. Una vida en los bosques.- Lars Mytting (1968)

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Capítulo 4: El tajo 

«"A la gente le encanta partir leña. Es una actividad en la que los resultados se ven de inmediato." Frase atribuida a Albert Einstein.
 El ruido de la motosierra ha cesado y tu espalda comienza a recuperarse poco a poco del esfuerzo de cargar troncos pesados hasta el remolque. Por ahora el trabajo ha sido más que nada una cuestión de árboles grandes y pequeños; motores de dos tiempos, desrame, correas de carga y herramientas pesadas. Pero ahora empieza otra fase interesante. Es ahora, hendiendo y rajando, cuando los troncos se convertirán en leña. El corte y el secado son una pequeña ciencia aparte, y cuando llegue el invierno marcará la diferencia entre la leña buena y mala.
 Mucha gente tiene sus momentos más contemplativos cuando está delante del tajo, cortando leña. Es una buena mezcla entre repetición y variación y a menudo es el primer trabajo que se hace al aire libre después de un largo invierno. Se desempolvan el hacha o la astilladora y empieza a oírse el gruñir de las sierras de los jubilados, que vuelven a sentirse útiles. El olor a savia y a resina fresca inunda el aire y por fin llega el momento de citar las palabras de Hans Borli en su libro Hacha y lira, sobre el aroma de una pila de leña: es "como si la vida misma pasara, descalza / y con rocío en el pelo", "El aroma de la leña fresca / pervivirá entre tus recuerdos últimos cuando caiga el velo".
 Hender la leña con el hacha es, para muchos, la mejor parte del trabajo con la madera. En una fracción de segundo ésta se transforma en leña. De un golpe seco, la leña se abre y nos muestra su resplandeciente y aromática superficie cortada.
 Además, partir leña a hachazos es uno de los trabajos más primitivos que quedan al alcance del hombre moderno -primitivo en tanto que realizamos el trabajo exactamente de la misma manera que los primeros hombres-. No tenemos muchas ocasiones de empuñar una herramienta pesada con todas nuestras fuerzas. La concentración que requiere el golpe, con constancia y precisión, con un objeto de acero forjado despeja las preocupaciones de la vida moderna. El leñador no puede pensar en  mucho más en aquel momento, si no quiere acabar con el hacha clavada en un tobillo.
 El trabajo permite aprovechar fuerzas -la fuerza bruta- para luchar contra algo. Cuántos leñadores habrán perjurado contra un leño de pino terco y nudoso que les obligaba a sacar lo mejor de sí mismos. Meses más tarde, con una mezcla de autocomplacencia y admiración por la resistencia del árbol, admiran satisfechos cómo se va reduciendo a cenizas en la estufa.
 Requiere mucho esfuerzo, sí, pero ¿acaso tuvimos nuestras mejores experiencias en momentos en los que todo resultaba sencillo? De hecho, ¿no es particularmente gratificante para el hombre moderno practicar un trabajo ascético que se ha realizado de la misma manera desde el inicio de los tiempos? Un trabajo manual y medio pesado procura una serenidad que raramente se encuentra en las profesiones de hoy día. En la vida, ya sea en el trabajo o en casa, uno siempre puede ir un poco más allá. Quizá te dé la impresión de que las cosas mejorarán si ese día trabajas hasta las ocho, o si contestas los mails después de que se acuesten los niños. Casi todo luciría mejor si te las ingeniaras para sacar un rato de trabajo durante el fin de semana. Y en la vida privada siempre se puede ser más considerado, pasar más rato con los niños, hablar más de los temas que por alguna razón se evitan...
 El trabajo físico da otro tipo de serenidad. Cuando la leña está partida, está partida. No hay que cambiarla o mejorarla. Las frustraciones diarias entran en la leña y más tarde en la estufa. Una de las cualidades más maravillosas de la madera es que se acabará quemando. Nunca la estudiará un comité, nadie la comparará con un leño de la competencia. En algún momento del invierno, los leños que quedaron mal cortados o que partiste con mano torpe arderán en la hoguera y darán idéntico calor que los perfectos, y además, ¿no resulta pero que muy gratificante quemar esa raíz de pino particularmente odiosa?
 Anne-Berit Tuft, una curtida líder sindicalista de Oslo, cuenta que, durante una época en que su empresa se vio involucrada en negociaciones de recortes de personal, en un arranque de disgusto y tristeza se marchó a su cabaña con un único objetivo en mente: cortar leña. Incluso los leños más torcidos y reticentes tuvieron que rendirse ante el fastidio que llevaba acumulado en aquel momento. Pocos días después, todo estaba partido y apilado, y Tuft volvió a la capital con las pilas renovadas y dispuesta a ponerse manos a la obra.

 La "edad de la leña"
 
 En los países nórdicos, no es raro que a los aficionados a la leña alguna vez se les diga que han llegado a la "edad de la leña", o han contraído la "enfermedad de la leña". Son calificativos para personas que con frecuencia han dejado atrás los sesenta y pasan todo su tiempo libre cortando leña. Por lo visto no se detienen hasta que mueren, o bien hasta que la propiedad y el garaje están llenos a rebosar. En Noruega existen pocos estudios antropológicos sobre el corte de leña entre particulares, pero una investigación que llevó a cabo la Universidad de Ciencias Agrícolas de Suecia en 2007 confirma que la "edad de la leña" es un estado perfectamente mensurable. Tras recolectar datos de 900 familias en el campo -el criterio era que tuviesen una estufa de leña-, los resultados no dejaban lugar a dudas: los que más tiempo le dedican a la leña son los hombres mayores de sesenta años; sólo el 29% de las mujeres se interesa por ella, y en tales casos la edad media es algo inferior a la de los hombres. La mayor parte del esfuerzo de las mujeres se invierte en el apilado.
 Los métodos de trabajo resultaron idénticos al margen de la edad -el aficionado medio cortaba con motosierra y partía con una astilladora hidráulica, aunque el 10% seguía usando la sierra manual y el 21% cortaba con hacha-. Las herramientas empleadas tenían, de media, trece años y las hachas más de quince. Otra respuesta que dejó estupefactos a los investigadores: más de un tercio de las 900 personas que participaron en el estudio no cambiaría sus herramientas aunque les ofreciesen piezas nuevas y mejores sin costes.
 Una de las principales conclusiones de este estudio afirmaba que el trabajo con leña manifiesta la voluntad de sustento de la gente. Los hombres jóvenes que aún no tenían familia apenas mostraban interés por la leña, pero al llegar a los treinta o cuarenta años empezaban a cortar cada vez más leña, y una vez que empezaban no se rendían hasta pasados los setenta. La culminación llegaba alrededor de la edad de jubilación. A esa edad los hombres dedicaban, de media, casi cien horas anuales a actividades relacionadas con la leña. La conclusión parece evidente: los pensionistas no sólo tienen más tiempo libre, sino que también necesitan un contexto en el que puedan realizar un trabajo útil.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Penguin Random House, 2016, en traducción de Kristina Solum y Antón Lado. ISBN: 978-84-204-2414-9.]
 

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