martes, 25 de junio de 2019

El juramento de Lagardère.- Paul Feval (1816-1887)


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X.-El diario de Aurora

«Don Miguel sacó una bolsa y la vació sobre la mesa, indicando a su sobrino que hiciera lo propio, ante la mirada llena de estupor de Enrique. Por mi parte, incapaz de resistir la tensa situación que se vivía en aquella habitación, corrí a refugiarme en mi alcoba, aunque dejando la puerta entreabierta.
 Los dedos de don Miguel removieron el oro y continuó:
 -Nunca llegaréis a reunir una suma tal trabajando con el cincel en casa de maese Cuenca... No hablo con intención de ofenderos, caballero, ni estamos aquí para saber por qué el gran Lagardère practica ese oficio tan bajo que deforma vuestras manos y debilita vuestro pecho. Si hemos dado este arriesgado paso es para revelaros un secreto de familia y proponeros un negocio.
 -Hablad -contestó lacónico Enrique, tomando asiento.
 -Mi sobrino, caballero, es algo corto de genio. Yo, que soy su tío, no me avergüenzo en confesarlo. Ese gran defecto suyo le hizo perder a una hermosa joven, que prefirió a otro galán. Y no es que mi sobrino sea necio ni que le falten escudos, pero como, no obstante, es muy obstinado, no se resignó a olvidarla y aún trata de ganarse el amor de esa dama. Tampoco el otro galán quiere cedérsela, y así llegó lo que tenía que llegar: un par de bofetadas que mi sobrino recibió en pleno rostro. ¡Y esto es algo que no se puede tolerar! Es lícito llevarse una mujer, pero no abofetear al rival. ¡Hemos decidido lavar esa injuria con sangre! ¿Entendéis ahora cuál es nuestro interés? Mi sobrino, el pobre, no se ve capacitado para borrar esa ofensa que pesa como una losa sobre nuestra familia. En cuanto a mí, son ya muchos años que me incapacitan para cometer una locura. ¿Vais comprendiendo?
 Y la mirada de don Miguel se paseó por las tentadoras onzas, mientras su rostro adquiría una expresión radiante.
 Enrique, asimismo, miraba al oro, seguramente pensando que con aquella fortuna podrían remediarse muchas cosas.
 -Lo comprendo bien y podéis contar conmigo -fueron sus palabras.
 -¡Espléndido! -exclamó don Miguel, frotándose las manos-. ¡Sois un verdadero caballero!
 Incluso el rostro del sobrino perdió por un momento su inexpresividad asomando a sus ojos un atisbo de entusiasmo.
 -¡Estaba seguro de que cooperaríais! -prosiguió don Miguel-. El villano que ha escarnecido a nuestra familia se llama Ramiro Núñez, un tipo pequeño, que usa barba y es más bien rechoncho...
 -Obviad los detalles -le cortó Enrique.
 -No es prudente. A veces, se cometen burdos errores. En cierta ocasión, el sacamuelas me extrajo una muela sana en vez de la dañada. Lo achaqué a una insuficiencia de explicaciones por mi parte. No quisiera pecar de lo mismo en esta ocasión.
 La frente de mi amigo se ensombreció.
 -El que paga tiene derecho a exigir que le sirvan a su gusto -continuó don Miguel-. El pelo de don Ramiro es rojo. Se cubre con un sombrero gris con plumas negras. Debéis saber que a las siete de la noche pasa cada día por delante de la posada de "Los tres moros".
 -¡Ya basta, caballero! -exclamó en aquel punto Enrique-. Creí haberlo entendido antes, pero veo que no es así. Supuse que se trataba, en suma de dar unas lecciones de esgrima a vuestro sobrino.
 Sin dejarles pronunciar una palabra más, les obligó a tomar su dinero y le condujo a la puerta, donde los despidió con estas palabras:
 -Esta clase de negocios no le cuadran al caballero Lagardère.
 Aquella noche sólo cenamos pan. Enrique no tenía un céntimo.
 Aunque yo era muy pequeña para entender el significado de aquella escena, recuerdo que la actitud de mi amigo me conmovió. ¡Nunca olvidaré la mirada que Enrique lanzó sobre el montón de onzas!
 Todavía tardé algún tiempo en conocer la fama que envolvía el mágico nombre de Lagardère. [...]
 He descubierto que yo cambié el rumbo de su vida. Hoy no es ni sombra de lo que fue. Cuando decidió adoptarme, empezó para él una nueva existencia, olvidándose de sus antiguos libertinajes.
 No es orgullo lo que me impele a hablar así. Estoy convencida de que mi presencia le ha hecho ser bueno y cariñoso.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Editors, S.A. ISBN: 84-7561-292-X.]
 

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