IV
«Dos días después la señora Morse despertó. Primero en un profundo estado de confusión, luego su entendimiento se fue recuperando, lo que le condujo a una congoja cada vez más profunda.
-¡Dios mío! ¡Dios mío! -lloraba, y las lágrimas que derramaba por ella y por su vida, surcaban sus mejillas.
Nettie entró nada más oírla. Durante dos días enteros se había encargado de la desagradable y continua tarea de hacer de enfermera; durante dos noches enteras no había logrado dormir unas pocas horas del tirón en el sofá del cuarto de estar. Nettie miró con frialdad a la mujer tumbada en la cama, corpulenta e hinchada.
-¿Qué es lo que quería hacer, señora Morse? -preguntó-. ¿Qué se proponía tomándose toda esa porquería?
-¡Dios mío! -continuaba sollozando la señora Morse, mientras intentaba taparse los ojos con los brazos; pero las articulaciones estaban rígidas y sin fuerza y comenzó a gemir por el dolor.
-Esa no es manera de hacer las cosas: tomarse las pastillas -dijo Nettie-. Debería dar las gracias al cielo por haberse curado. ¿Cómo está ahora?
-Bien, estoy bien -contestó la señora Morse-. Como una rosa -y comenzó a llorar con lágrimas calientes, de dolor, que parecía que no se iban a acabar nunca.
-Así no: llorar así no -exclamó Nettie-. ¡Después de lo que ha hecho! El médico ha dicho que podrían arrestarla por lo que ha hecho. Estaba muy cabreado.
-¿Por qué no me ha dejado en paz? -se quejó la señora Morse-. ¿Por qué demonios no lo ha hecho?
-Eso es terrible, señora Morse, hablar de esa manera. Después de lo que hemos hecho por usted. Llevo dos noches sin dormir y he tenido que dejar en la estacada a las otras señoras.
-Lo siento, Nettie -exclamó-. Eres un encanto. Siento haberte causado tantas molestias. No podía evitarlo: estaba hundida. ¿No se te ha pasado nunca por la cabeza...? Cuando sientes que la vida es un asco...
-Ni por asomo -protestó Nettie-. Tiene que animarse. Eso es. Todo el mundo tiene problemas.
-Ya, ya lo sé -dijo la señora Morse.
-Ha recibido una postal muy bonita -añadió Nettie-. Igual la alegra.
Le entregó a la señora Morse una postal. Ella tuvo que taparse un ojo con una mano para poder leer el texto escrito: sus ojos eran incapaces de enfocar.
Era de Art. En la parte de delante había una vista del Club Deportivo de Detroit, y detrás Art había escrito: "Saludos. Espero que se te haya pasado la tristeza. Anímate y déjate de bobadas. Te veo el jueves".
Dejó caer la postal al suelo. La embargó una sensación de angustia, como si estuviera en un callejón sin salida. Acudió a su mente la lenta sucesión de los días lentos que había pasado tumbada en su apartamento, de las noches en el bar de Jimmy, despreocupada y alegre, en las que se entregaba a la risa y los arrumacos de Art y del resto de hombres como Art. Vio una fila de caballos exhaustos, de mendigos ateridos de frío y de toda clase de seres abatidos, agobiados y tambaleantes. Sentía que sus pies latían con fuerza, como si los tuviera embutidos en unos zapatitos de color champán. Le parecía que su corazón crecía en su pecho y que estaba cada vez más rígido.
-Nettie -exclamó-, por el amor de Dios, prepárame una copa por favor.
La criada se quedó atónita.
-Pero, señora Morse -exclamó-, ha estado a punto de morir. No sé si el médico la va a dejar beber aún.
-Olvida eso -dijo-. Ponme una copa y tráeme la botella. Ponte otra para ti.
-Bueno -dijo Nettie.
Preparó un par de copas, con la deferencia de dejar la suya en el baño, para bebérsela a solas, y le acercó el otro vaso a la señora Morse.
La señora Morse miró dentro de la copa y el olor le produjo una náusea. Quizá le vendría bien. Quizá, cuando has estado fuera de combate durante unos días, la primera copa te devuelve a la vida. Quizá el whisky y ella volverían a ser buenos amigos. Rezó, pero no a Dios, sin fe alguna en ninguna divinidad, y pidió que, por favor, por favor, pudiera emborracharse, que estuviera siempre borracha.
Levantó el vaso.
-Gracias, Nettie -dijo-. A tu salud.
A la criada le entró una risa floja.
-Eso está mejor, señora Morse -exclamó-. Alégrese.
-Sí -dijo la señora Morse-. Seguro.»
[El texto pertenece a la edición en español de Nórdica Libros, 2013, en traducción de Jorge Cano. ISBN: 978-84-15717-35-5.]
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