Sfumato
«Es imposible saber exactamente en qué época empezó el comercio de seres humanos. Si consideramos que sólo se necesita la experiencia de tres personas, debe remontarse muy lejos en la historia de las poblaciones. En un libro sin ningún interés que leí hace unos años, me topé con esta frase: "La primera herramienta que utilizó el hombre fue otro hombre". Imagino que no debió pasar mucho tiempo hasta que se fijara un precio a dicha herramienta y se comercializara. Podríamos estimar que el comercio de seres humanos empezó en ese momento. A fin de cuentas, después del proxenetismo, que es una de sus ramificaciones, es el segundo oficio más antiguo del mundo. No cabe duda de que estábamos perpetuando una tradición muy antigua. Por mi parte, me bastaba con sudar y ejecutar lo mejor posible las órdenes de mi padre. En cualquier caso, el pasaje siempre ha sido la espina dorsal del comercio de seres humanos. Sin los pasadores, seguramente este comercio no habría existido. Es la fase más arriesgada de todo el proceso. Comparado con ella, encerrar a los clandestinos en los sótanos, hacerles trabajar en la confección de bolsos falsificados dieciocho horas al día, amontonarlos en compartimentos infames, violarles de todas las formas posibles, era como un juego de niños. En el sector del comercio de los seres vivos, nosotros teníamos las peores condiciones de trabajo. Para empezar, siempre estábamos bajo presión. Siempre nos acosaban los que mandaban la mercancía, los destinatarios y los transportistas. Al mínimo desliz, venían a pedirnos cuentas. Se nos echaba el tiempo encima y lo que parecía ir como la seda de repente se volvía una catástrofe. De hecho, el trabajo no era complicado, pero como en toda actividad ilegal, nadie confiaba en nadie y uno debía ir con tiento, como en una tienda de porcelana.
La mercancía llegaba tres veces al mes después de haber cruzado la frontera con Irán - a veces venía también de Iraq o de Siria-, lo juntaban todo y nos lo expedían. Habitualmente llegaban en TIR (Transporte Internacional por Carretera), cambiando de vez en cuando de camión. A veces la mercancía estaba repartida entre varios vehículos, camiones, camionetas o minibuses. Era un tal Aruz quien los hacía entrar y los ponía en camino. Trabajaba en nombre del PKK* como "Jefe del Comité de regulación del Consejo de coordinación de la Libre circulación de individuos entre los Estados mediante una retribución destinada a asegurar los gastos ligados al tren de vida de la directiva y aumentar los recursos de la guerra democrática para eternizar el progreso y llevar a cabo la unidad indivisible del Kurdistán". A cambio de la libre circulación, se establecía un precio a voluntad según el corazón de cada uno. Se podía igualmente dar un corazón o un riñón, más los gastos, claro está... Según parece, Aruz era uno de los ministros del PKK responsables del contrabando. Pero sólo se ocupaba del paso de clandestinos. Eran otros ministerios los que se encargaban del tráfico de narcóticos, carburantes, cigarrillos o armas. Resultaba indispensable separar las competencias. Por supuesto, nadie quería reavivar la confusión suscitada en Turquía por un ministerio con un nombre tan insólito como el del ministerio de la Guerra y la Paz: el ministerio de la Cultura y del Turismo. Cuando dos competencias contradictorias como ganar dinero y dar subvenciones están juntas en un mismo ministerio, la cultura se vuelve un bolígrafo promocional que ha dejado de escribir y el turismo se limita al logo medio borrado de un hotel de cinco estrellas anunciado en ese mismo bolígrafo. ¿Pero quién se preocupaba por eso? ¡Seguro que Aruz no! Aruz, competente tanto en materia de violencia como de comercio, tenía otra concepción del turismo. Para empezar, dirigía su imperio por teléfono, agencia de viajes ilegales. Se comía el teléfono, así lo decía yo, puesto que era difícil entender el farfullo de su voz de hipopótamo. Yo le repetía: "Le beso las manos, ¡Aruz amca**!" o a falta de otros recursos, le decía para irritarlo: "¿Cómo va Felat?" Escuchando el nombre de ese niño que no se parecía en nada al hijo de sus sueños, montaba en cólera y empezaba a balbucear como una ballena, y justo después, por lo general, emitía un gruñido de mamut que parecía una explosión de risa, eso quería decir que le tenía que pasar a mi padre. Al menos eso era lo que yo interpretaba. Mi padre y Auz tenían una relación de amor-odio. Podían hablar por teléfono durante horas enteras. Es verdad que un poco por necesidad. Mientras hablaban, no podían engañarse mutuamente. El engaño venía después, sobre la cantidad de mercancía. Yo sabía que mi padre no hacía salir a todos los clandestinos y que a algunos los expedía a Estambul. Los vendía como esclavos en fábricas textiles o a redes de prostitución. Acto seguido, informaba a Aruz en un tono lastimoso, como si hubiera pasado de fiscal a inculpado, que nos había acontecido una desgracia y que la mercancía no había llegado completa. Durante una media hora, Aruz hacía sus cuentas refunfuñando como un rinoceronte, mientras mi padre le aseguraba que era imposible encontrar a un camionero más seguro, entonces él profería vagas amenazas y le colgaba el teléfono. Un día, para prevenir ese tipo de percances, decidió tatuar un número en el talón de cada clandestino y archivar las fotografías. Cuando faltaba alguien, llamaba para preguntar: "¡Dime su número!" Estaba tan satisfecho de la idea que había tenido que un día llamó a mi padre y le dijo: "¡Encuéntrame al número 12!" Mi padre cogió el brazo del número 12 y leyó la inscripción: "Somoslosmejores", Aruz se puso a reír como un elefante recién nacido. El mensaje se refería al equipo de fútbol que Aruz financiaba, siendo mi padre hincha de un equipo contrario. El hombre que había servido de papiro para el mensaje era un uzbeco de veinte años. No sé muy bien por qué, a él también le hizo gracia. Creo que estaba majara. De hecho, creo que todos estaban majaras. Todos esos uzbecos, afganos, turkmenos, malienses, kirguises, indonesios, birmanos, pakistaníes, iraníes, malayos, sirios, armenios, asirios, kurdos, kazajos, turcos, todos. Hay que estar loco para soportar todo esto. Cuando digo todo esto, me refiero a nosotros: Aruz, mi padre, los hermanos Harmin y Dordor, comandantes de los barcos que llevaban a los clandestinos a Grecia, la mano de obra que aumentaba y disminuía según las mareas, y todos aquellos enfermos mentales más o menos anónimos que hacían miles de kilómetros para pasar la mercancía humana...Sobre todo los hermanos Harmin y Dordor. Eran los seres más extraordinarios que jamás he conocido y les tenía una gran estima. Con ellos, la vida no era nada. Sin someterse a ninguna regla, ella, la vida, se evaporaba y se disipaba en el aire. No quedaba nada más, ni tiempo, ni moral, ni mi padre ni mi miedo.»
*PKK: Partido de los Trabajadores del Kurdistán. Organización armada creada en 1978 que combate por la independencia de los territorios de mayoría kurda del sureste de Turquía.
** Amca: significa "tío" y se usa también como tratamiento de respeto.
[El texto pertenece a la edición en español de editorial Catedral, 2017, en traducción de Guillem Serrahima. ISBN: 978-84-16673-36-0.]
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