martes, 4 de junio de 2019

El conde Lucanor.- Don Juan Manuel (1282-1348)


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Quinta parte del Libro del conde Lucanor y de Patronio

«Pero antes de hablar de estas dos cosas, cómo se debe el hombre guardar de hacer malas obras para evitar las penas del infierno y hacerlas buenas para ganar la gloria eterna, diré algo de cómo los sacramentos son verdaderamente lo que nos enseña la Santa Iglesia Romana. [...]
 Hablaré primero del cuerpo de Dios, que es el sacramento de la Eucaristía, que se consagra en el altar. Comienzo por él por ser el sacramento más difícil de creer, y probándose éste con buenas razones se prueban todos los demás. Y desde que hubiera probado éste con ayuda de Dios, probaré los otros de tal manera que cualquier persona, aunque no sea cristiana, con sólo la luz de la razón y con su buen entendimiento comprenderá que están bien probados. Aunque para los cristianos no es necesario apelar a la razón, ya que están obligados a creerlo, pues son verdad y la Iglesia los manda creer; y aunque esto debería bastarles, no les estorba el conocimiento de las razones con que se prueban. [...]
 En lo que se refiere al bautismo, todo hombre que tenga buen entendimiento debe comprender que este sacramento tenía que ser instituido y era muy necesario, pues, aunque el matrimonio también haya sido instituido por Dios, y sea uno de los sacramentos, como en el acto de la generación no se puede excusar el deleite, por ventura no tan ordenado como sería de desear, a causa de ello todos los hombres que han nacido y que nacerán por ayuntamiento de hombre y mujer vienen al mundo marcados por el pecado del deleite en que los engendraron. A este pecado llamó la Escritura "pecado original", que quiere decir pecado en el que se incurre sólo con nacer; y como el hombre que está en pecado no puede ir al cielo, quiso Dios en su misericordia disponer la manera de limpiar el pecado original. Con este fin ordenó el Señor en la ley de Moisés la circuncisión, y aunque mientras duró su vigencia no dejó de hacerse, entenderéis mejor que todo lo que fue dispuesto en aquella ley era como figura de la santa ley que ahora profesamos, si os fijáis en las ventajas del bautismo, pues el circuncidar sólo a los hombres era como anuncio que de otra manera habría de borrarse el pecado original. Bien comprendéis que de este sacramento necesitaban hombres y mujeres y que la circuncisión sólo podía hacerse a los hombres. Si nadie podía salvarse del pecado original sino por medio de la circuncisión, cierto era que las mujeres, que no pueden ser circuncidadas, no se libraban del pecado original. Y así entended que la circuncisión fue figura de la manera de limpiarlo que Nuestro Señor Jesucristo ordenaría al fundar la religión católica. Cuando instituyó este santo sacramento había recibido el anterior de la circuncisión, pues, como él decía, no había venido a abrogar la ley sino a cumplirla; por eso cumplió la primera ley al ser circuncidado, y la segunda, que él estableció, al recibir el bautismo de otro, como él lo recibió de S. Juan Bautista.
 Y para que comprendáis que el sacramento del bautismo que él instituyó, está derechamente ordenado a limpiar el pecado original, meditad sobre ello y entenderéis con cuánta razón ha sido ordenado. Ya os dijimos antes que en el acto de la generación no se puede excusar el deleite de que se acompaña; contra tal deleite y contra la mancha que nos deja se usa el más limpio de los elementos y el más a propósito para limpiar, pues las más de las cosas, cuando no están limpias, se limpian con agua. Por eso al bautizar a la criatura dicen: "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", y lo meten en el agua. Pues ved si este santo sacramento ha sido bien instituido, que cuando se dice "yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" se invoca a toda la Santísima Trinidad y se apela al poder del Padre y al saber del Hijo y a la bondad del Espíritu Santo, y se pide que por ellos tres, que son Dios y que están en Dios, quede limpia aquella criatura del pecado original en que nació; y las palabras llegan al agua, que es uno de los elementos, y las dos cosas juntas se convierten en sacramento. Este santo sacramento que Jesucristo instituyó es igual para todos, pues lo pueden recibir y lo reciben tanto las mujeres como los hombres. Y así, pues este santo sacramento fue tan necesario y había tanta razón para instituirlo, y lo instituyó Jesucristo, que lo podía hacer como verdadero Dios, no podría nadie decir con razón que este sacramento no sea tal y tan perfecto como lo tiene la Santa Madre Iglesia Romana.
 En lo que se refiere a los otros cinco sacramentos, que son el de la penitencia, el de la confirmación, el del matrimonio, el del orden sacerdotal y el de la extrema unción, bien os diría tantas y tan buenas razones sobre cada uno de ellos que comprenderíais que eran suficientes, pero lo dejo por dos cosas: una, por no alargar mucho el libro, y otra, porque sé que vos y cualquier otra persona que oiga esto comprenderá que con tanta razón se prueba lo uno como lo otro.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Castalia, 1990, en versión española moderna de Enrique Moreno Báez. ISBN: 84-7039-024-4.]

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