Anotación número 3.
Síntesis: La falda. El muro. La Tabla de las Leyes.
"Pero, estimado lector, trate de reflexionar sólo unos instantes: toda la historia que conocemos de la humanidad es la historia de la transición del estado nómada a un sedentarismo progresivo. De ello se deduce que la forma vital del sedentarismo más estable y persistente (la nuestra) es también la más perfecta.
Solamente en tiempos remotos, cuando existían todavía las naciones, las guerras y el comercio, cuando se descubrió más de una América, los hombres solían trasladarse sin sentido alguno, sin una razón, de un extremo al otro del mundo. Pero, ¿para qué? ¿Quién precisa de ello en la actualidad?
Confieso que la costumbre de este sedentarismo no se consiguió enseguida ni sin esfuerzo. Durante la Guerra de los Doscientos Años, cuando todas las carreteras quedaron destruidas y cubiertas por la vegetación, había de ser bastante desagradable tener que residir en unas ciudades separadas e incomunicadas entre sí por unos desiertos selváticos. Pero, ¿qué importancia podía tener esto?
[...] Cada mañana, nosotros, una legión de millones, nos levantamos como un solo hombre, todos a una misma hora, a un mismo minuto. Y a un mismo tiempo, todos, como un ejército de millones, comenzamos nuestro trabajo y al mismo instante lo acabamos.
Y así, fusionados en un solo cuerpo de millones de manos, llevamos todos al unísono, en un segundo determinado por la Tabla de las Leyes, la cuchara a los labios, y al mismo segundo paseamos, nos reunimos en torno a los ejercicios de Taylor en los auditorios y nos acostamos...
Quiero ser absolutamente sincero: la solución definitiva, absoluta, del problema de la dicha, es decir, de la felicidad, no la hemos hallado aún: dos veces por día, de las 16 a las 17 horas y de las 21 hasta las 22 horas, el gigantesco organismo se divide en células individuales... Éstas son las horas fijadas por la Tabla de las Leyes para el asueto personal, las horas personales. Durante estas horas, usted podrá observar el siguiente panorama: unos están sentados en sus habitaciones, detrás de las cortinas cerradas; otros pasean al compás metálico de la marcha por las avenidas y otros aún están detrás de sus escritos, como yo en estos instantes. Pero creo..., no importa que me llamen un idealista o un fantasioso; creo firmemente que cierto día, tarde o temprano, hallaremos también un lugar para estas horas en la fórmula general y que entonces la Tabla de las Leyes abarcará la totalidad de los 86.400 segundos del día.
He leído y oído muchas cosas inverosímiles de aquellos tiempos en que los hombres, todavía en libertad, vivían sin estar organizados, como los salvajes. Pero siempre me resultó incomprensible que el Estado, por imperfecto que fuese, pudiera tolerar que las gentes viviesen sin unas leyes comparables a las de nuestra Tabla de las Leyes: sin unos paseos obligatorios, sin unas horas de comida exactamente fijadas; que se levantaran y acostasen cuando quisieran; algunos historiadores cuentan, incluso, que entonces las farolas permanecían encendidas en las calles durante toda la noche y que las gentes merodeaban por la ciudad hasta que se cansaban.
Me resulta imposible concebirlo. Por limitada que fuese su inteligencia, habían de darse cuenta de que esta clase de vida era un suicidio, un suicidio lento. El Estado (la humanidad) prohibía matar a una persona y, en cambio, no prohibía asesinar a millones de ellas. Matar una significa reducir en 50 años la suma de todas las existencias humanas, y esto es un delito, pero reducir la misma suma en 50 millones de años no lo era. ¿No resulta ridícula esta manera de pensar? [...]
¿No resulta absurdo que el Estado de aquellas épocas (¡y aquel conglomerado osaba llamarse Estado!) tolerara la vida sexual sin el menor control? Los hombres podían divertirse en el momento que se les antojara y engendraban hijos de la misma forma irracional que los animales, con ciego placer, sin preocuparse de las doctrinas de la ciencia.
¿No es ridículo? Conocían la horticultura, la avicultura, la piscicultura (tenemos unas fuentes históricas de absoluta autenticidad) y, sin embargo, no fueron capaces de escalar el último peldaño de esta escala lógica: la puericultura. No haber pensado nuestras Normas Maternas y Paternas".
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