viernes, 11 de diciembre de 2015

"Una tragedia americana".- Theodore Dreiser (1871-1945)


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 Capítulo II

 "Pues a los quince años, e incluso un poco antes, Clyde comenzó a darse cuenta de que su educación, así como la de sus hermanas y hermano, había sido lamentablemente descuidada. Y le sería más bien difícil superar esta inferioridad, viendo que otros muchachos y muchachas, con más dinero y mejores hogares, eran aleccionados para distintas clases de trabajos. ¿Cómo iba uno a arrancar en tales circunstancias? Ya cuando a la edad de trece, catorce y quince años, empezó a hojear los periódicos que, por ser demasiado mundanos, nunca habían sido admitidos en casa, se dio cuenta de que se necesitaba casi siempre mano de obra especializada o que eran solicitados muchachos para entrar en comercios por los que de momento no se sentía muy interesado. Porque lo cierto era que con respecto a la norma general de la juventud americana, o a la actitud normal americana hacia la vida, él se sentía a sí mismo por encima del tipo de labor que fuese puramente manual. ¿Cómo? ¡Darle vueltas a una máquina, apilar ladrillos, llegar a ser carpintero, o albañil, o fontanero, cuando muchachos no mejores que él eran oficinistas y dependientes de ultramarinos y contables y ayudantes en bancos o empleados municipales, era demasiado poco! ¿No era indigno y tan miserable como la vida que había estado llevando hasta entonces el tener que ponerse ropas viejas y levantarse por la mañana temprano y hacer todas las cosas ordinarias que esa gente tiene que hacer?
 Pues Clyde era tan vano y orgulloso como pobre. Era uno de esos individuos interesantes que se miran a sí mismos como una cosa aparte, nunca del todo compenetrado y mezclado indisolublemente con la familia de que era un miembro, y nunca sintiéndose ligado por profundas obligaciones a quienes eran responsables de su llegada al mundo. Por el contrario, se sentía inclinado a estudiar a sus padres, no demasiado amarga o duramente, sino concediéndoles un ancho margen en cuanto a cualidades y aptitudes. Y, sin embargo, por más que se ocupara de tales pensamientos, nunca se sintió capaz -al menos hasta que alcanzó los dieciséis años- de formular ninguna política con respecto a sí mismo, y para eso sólo de una manera torpe y tanteante.
 Incidentalmente, por aquel tiempo, la llamada o atractivo del sexo había empezado a manifestarse y el muchacho se sentía ya intensamente interesado y turbado por la belleza del sexo opuesto, por las atracciones de éste hacia él y por la atracción que él mismo pudiera ejercer personalmente. Y, de una manera natural y coincidente, la cuestión de sus trajes y de su apariencia física había empezado a turbarle no poco; el aspecto que él tenía y el que tenían otros muchachos. Ahora le resultaba penoso tener que pensar que sus vestidos no estaban nada bien; que no era tan guapo como podría haberlo sido, ni tan interesante. ¡Qué cosa más mísera era el haber nacido pobre y no tener a nadie que hiciera nada por uno y no ser tampoco capaz de no hacer mucho por uno mismo!
 Exámenes casuales de sí mismo en los espejos que hallaba al paso tendían más bien a darle la seguridad de que no era tan mal parecido; una nariz recta y bien dibujada, frente alta y blanca, cabello ondulado, brillante y negro, ojos muy oscuros y en ocasiones ligeramente melancólicos. Sin embargo el hecho de que su familia era la infelicidad en persona, que él nunca había tenido verdaderos amigos, ni podría tenerlos, a su parecer, a causa del trabajo y de la conexión de sus padres, todo eso estaba tendiendo ahora más y más a inducir una especie de depresión mental o de melancolía que no auguraba cosas muy buenas para su futuro. Todo ello contribuía a hacer de él un rebelde y después a sumirle en ocasiones en un estado letárgico. A causa de sus padres, y a pesar de su propio aspecto personal, que era realmente agradable y más llamativo que el de la generalidad, se sentía inclinado a interpretar torcidamente las miradas interesadas que en ocasiones le eran lanzadas por muchachas jóvenes de vida muy diferente a la suya; la forma despreciativa y, sin embargo, más bien invitadora con que ellas le miraban para ver si estaba o no interesado, si era valiente o cobarde.
 Y, no obstante, aun antes de que hubiese ganado un solo céntimo con su propio esfuerzo, siempre se había dicho a sí mismo que toda la diferencia consistiría en tener únicamente un cuello mejor, una camisa más bonita, zapatos más elegantes, un buen traje, un abrigo suntuoso tal como los tenían otros muchachos. ¡Oh, los hermosos trajes, las bellas mansiones, los relojes, anillos, alfileres que algunos muchachos ostentaban, los jóvenes pisaverdes que no eran mayores que él! Algunos padres de muchachos de su edad llegaban incluso a dejarles sus propios coches para que se montasen en ellos. Podía vérseles por las calles principales de Kansas City revoloteando aquí y allí como agitadas moscas. Y con ellos bonitas muchachas. Y él no tenía nada. Y nunca lo había tenido.
 Y sin embargo el mundo estaba tan lleno de tantas cosas por hacer, había tanta gente tan feliz y triunfante. ¿Qué iba a hacer él? ¿Qué camino tomar? Había que agarrarse a algo y dominarlo, algo que le llevase a alguna parte. No podía decir el qué. No lo sabía exactamente. Y estos peculiares padres suyos no estaban en forma alguna equipados para aconsejarle".   

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