IV
"La Rambla no parecía la misma de otros días así, con las tiendas cerradas y las aceras llenas de hombres y mujeres, todos muy elegantes, que paseaban despacio, entrando y saliendo de los cafés, de los espectáculos, de las salas de baile. También se veían chicas con pantalones y chicos con botas y mochila y gorros de colores, que volvían del campo, alegres y alborotados, con manojos de hierbas y de flores.
Una vez, tiempo atrás, Bernardo había estado en el campo igual que aquellos chicos y chicas. Fue con sus padres y pasaron allí el día entero y todo estaba muy verde y hacía buen sol y se respiraba bien. Los árboles crecían sueltos por el monte y no alineados como en la Rambla. Comieron sobre la hierba, como la otra gente que había salido al campo, y bebieron vino con gaseosa. Pero Ciriaco bebió demasiado vino con poca gaseosa y empezó a cantar y hacía cosas raras. Y Claudina se enfadó mucho y dijo que salidas como aquella no se iban a repetir. Esto pasó hacía ya mucho tiempo, al poco de llegar a Barcelona y, realmente, a partir de entonces, no volvieron al campo. Ahora Ciriaco bebía en el bar de abajo, con Patrach y los amigos, y se emborrachaba casi todos los domingos. Decía que no estaba para campos, que demasiado campos había visto en el pueblo.
El pueblo estaba en Murcia. Para llegar hasta allí se tomaba el tren y luego un autocar. Bernardo había nacido en el pueblo, pero lo dejó cuando aún era muy pequeño. Allí el cielo era de color azul fuerte y las casas blancas y él jugaba con los demás niños en la plaza de la iglesia, donde paraban los autocares. Los autocares llegaban envueltos en una nube de polvo y los niños corrían y chillaban en derredor, intentando subir a la escalerilla de atrás. Luego su hermano se quemó y como a Ciriaco no le iban bien las cosas, se fueron todos a Barcelona. Y tomaron el autocar y el tren. El tren olía mal y estaba muy lleno y durante el viaje Bernardo no hizo más que intentar dormir junto a Claudina, con ojos hinchados de sueño.
En Barcelona no tuvieron que entretenerse buscando habitación y trabajo. Antonio, el hermano de Claudina, se había encargado de todo. Antonio era un hombre joven que salió del pueblo cuando niño y ahora trabajaba en una gran fábrica de tejidos. Allí -explicó- difícilmente hubieran admitido a Ciriaco, que en su vida había visto un telar. "Toma lo de las obras -dijo- mientras buscas algo mejor. Estas son cosas que nada más puede hacerlas el interesado". Pero Ciriaco dijo que no importaba, que lo de las obras estaba muy bien y se puso a trabajar y en seguida hizo muchos amigos.
Al principio Antonio salía con ellos todos los domingos y les enseñaba la ciudad. Les explicó muchas cosas; hablaba del trabajo, de las condiciones de vida, de cómo podían mejorarlas. Pero Ciriaco parecía aburrirse y bostezaba mirando de reojo a los bares llenos de gente. "¿Por qué no entramos a tomar un chatito?", decía por fin. Y se iban los cuatro a una mesa y sólo entonces Ciriaco empezaba a divertirse. "Preocupado -decía-. Que eres un preocupado, Antonillo. ¿Cómo te puede sentar bien el vino? Mira por lo tuyo, y diviértete, hombre, ahora que eres joven". Luego comenzó a salir con sus nuevos amigos y Antonio ya nada más les visitaba de vez en cuando.
Claudina se ocupaba de la casa y, por las tardes, ganaba algún dinero lavando ropa en la pensión de la Viuda. Generalmente se llevaba con ella a Bernardo para que la ayudase a tender la colada. En la azotea, el sol pegaba que daba gusto y las palomas echaban a volar desde las tapias y las cornisas, haciendo sonar las alas. No bien podía, Bernardo escapaba al antepecho y, allí acodado, miraba a la calle y a los otros terrados, con sus alambres y antenas, sus palomares. Pero Claudina empezaba a gritar en seguida y el niño tenía que volver junto a la cesta. Sacaba la ropa mojada y Claudina la tendía de los alambres, soltando goterones que olían a limpio".
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