Acto primero
"Balboa: La historia viene de lejos pero cabe en pocos minutos. Imagínese una gran familia feliz donde la desgracia se ensaña de pronto hasta dejar solos a los abuelos y un nieto. El miedo de perder aquello último que nos quedaba nos hizo ser demasiado indulgentes con él. esa fue nuestra única culpa. Amistades sospechosas, noches enteras fuera de casa, deudas de juego. Un día desaparecía una alhaja de la abuela. "Es un cabeza loca... no le digas nada." Cuando quise imponerme ya era tarde. Una madrugada volvió con los ojos turbios y una voz desconocida. Era apenas un muchacho y ya tenía todos los gestos del hombre perdido. Le sorprendí forzando el cajón de mi escritorio. Fue una escena que no quisiera recordar. Me insultó, llegó hasta levantar la mano contra mí. Y doliéndome en carne propia, yo mismo le crucé la cara y lo puse en la calle.
Mauricio: ¿No volvió?
Balboa: Nunca. Su única virtud era el orgullo. Cuando tratamos de encontrarlo se había embarcado como polizón en un carguero que salía para el Canadá. Hace de esto veinte años.
Mauricio: (Anota.) "Complejo de culpa". ¿Puedo anotar veinte años de remordimiento?
Balboa: No. Fue la noche peor de mi vida pero si volviera a ocurrir, cien veces volvería a hacer lo mismo. El tiempo se encargó de darme la razón.
Mauricio: ¿Tuvo noticias de él?
Balboa: Ojalá no las hubiera tenido. De la trampa de juego pasó al contrabando y a la estafa; de la pelea de barrio a los papeles falsos y la pistola en el bolsillo. Un canalla profesional. Naturalmente, la abuela sigue sin saber nada de esto, pero nuestra casa estaba destruida. Nunca me dijo una palabra de reproche, pero aquel piano cerrado, aquel sillón vuelto de espaldas a la ventana y aquel silencio tenso de años y años eran la peor de las acusaciones; como si yo fuera el culpable. Al fin un día llegó a sus manos una carta del Canadá.
Mauricio: (Impaciente.) ¿Pero en qué estaba usted pensando? ¿No pudo impedir que cayera en sus manos una carta así, que podía matarla?
Balboa: Al contrario: era la carta de la reconciliación. Mi nieto pedía perdón y llenaba tres páginas de hermosas promesas y de buenos recuerdos.
Mauricio: Disculpe; me había adelantado estúpidamente.
Balboa: No, ahora es cuando se está adelantando. Aquella carta era falsa; la había escrito yo mismo.
Mauricio: ¿Usted?
Balboa: ¿Qué otra cosa podía hacer? La pobre vieja se me iba muriendo en silencio día por día. Y con aquellas tres páginas el piano volvió a abrirse y el sillón volvió a mirar otra vez hacia el jardín.
Mauricio: Muy bien. Un poco elemental, pero eficaz. (Anota.) "Mentira piadosa". ¿Y después?
Balboa: Después no quedaba otro camino que seguir la farsa. La abuela contestaba feliz, y cada dos o tres meses, una nueva carta del Canadá para alimentar el fuego.
Mauricio: Comprendo; es la bola de nieve.
Balboa: Un día mi nieto se graduaba en la Universidad de Montreal; otro día, era un viaje en trineo por bosques de abetos y lagos; otro, abría su estudio de arquitecto. Después se enamoraba de una muchacha encantadora. Finalmente, por mucho que traté de prolongar el noviazgo, no tuve más remedio que casarlos. Y todo era poco; las mujeres siempre quieren más, más... Y ahora... (Le falla la voz emocionada.)
Mauricio: Vamos, ánimo. Algo ha venido a trastornar sus planes, ¿verdad?
Balboa: La semana pasada, al volver a casa, mi mujer salió a abrazarme loca de alegría, con un cablegrama. ¡Después de veinte años de ausencia su nieto anunciaba el regreso!
Mauricio: Disculpe, pero ahora sí que no lo entiendo. ¿Qué diablos se proponía con ese cable absurdo?
Balboa: Yo nada. Es que, de repente, la vida se metía en la farsa... Y el cable era verdadero.
Mauricio: ¿De su nieto?
Balboa: De mi nieto. Hace ocho días se embarcó en el "Saturnia".
Mauricio: ¡Diablo! Esto empieza a ponerse interesante. (Anota.) "La vuelta del nieto pródigo".
Balboa: ¿Se da cuenta de lo que habré pasado estas noches pensando en ese barco que se me venía encima? La cortina de humo iba a descorrerse y de nada valía ya cerrar los ojos."
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