domingo, 13 de diciembre de 2015

"El cero y el infinito".- Arthur Koestler (1905-1983)


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Segundo interrogatorio

 "Rubashov se frotó los lentes con la manga y los miró con sus ojos miopes:
 -¡Qué revoltijo, qué confusión hemos hecho de nuestra edad de oro! -dijo.
 -Puede ser -replicó Ivanov, sonriendo con satisfacción-. Hasta ahora todas las revoluciones las han hecho diletantes moralistas. Recuerda a los Gracos y a Saint-Just, y a la Comuna de París. Todos iban de buena fe, y perecían a causa de su diletantismo. Por primera vez, somos consecuentes...
 -Sí -dijo Rubashov-, tan consecuentes que en interés de una justa distribución de la tierra dejamos deliberadamente morir de hambre, en un año, a cinco millones de campesinos y sus familias. Tan consecuentes nos mostramos en la liberación de seres humanos de la explotación industrial, que enviamos diez millones de personas a ejecutar trabajos forzados en las regiones árticas y en las selvas del Este, en condiciones similares a las de los antiguos galeotes. Tan consecuentes, que para zanjar una diferencia de opinión no conocemos más que un argumento: la muerte, sea en materia de submarinos, de abonos agrícolas o de la línea del Partido en Indochina. Nuestros ingenieros trabajan con la amenaza constante de que un error en los cálculos pueda significar la prisión o el patíbulo; los altos funcionarios de nuestra administración inutilizan y destrozan a sus subordinados, porque saben que serán culpados por el más leve descuido y serán destruidos ellos mismos; nuestros poetas resuelven sus discusiones sobre el estilo literario mediante denuncias a la policía secreta, puesto que los expresionistas consideran a los naturalistas contrarrevolucionarios y viceversa. Así, diciendo actuar en nombre de las generaciones venideras, hemos infligido tales privaciones a la presente, que la vida humana se ha acortado en una cuarta parte. Para asegurar la existencia del país, hemos tenido que tomar medidas de excepción y adoptar leyes transitorias que son, en todo sentido, contrarias a los fines de la Revolución; las condiciones de trabajo son más duras, la disciplina más inhumana y la reglamentación más depresiva y dañosa que en los países coloniales con mano de obra indígena; hemos rebajado el límite de edad para aplicación de la pena capital hasta los doce años; nuestras leyes sexuales son más restrictivas que las inglesas del periodo victoriano, y la adoración a nuestro Caudillo es más bizantina que en las dictaduras reaccionarias.
 En nuestras escuelas y por nuestra prensa se cultivan el chauvinismo, el militarismo, el dogmatismo, el conformismo y la ignorancia. El poder arbitrario del gobierno es ilimitado hasta un extremo que carece de ejemplo en la historia. La libertad de prensa, la de opinión y de asociación han sido exterminadas tan completamente como lo estaban antes de la proclamación de los Derechos del Hombre. Hemos organizado un gigantesco aparato policíaco, con delatores a quienes se considera como una institución nacional, y con el más refinado sistema científico de tortura física y mental. Azotamos a las sufridas masas del país hacia una futura felicidad teórica que solamente nosotros somos capaces de avizorar. Pero las energías de esta generación están agotadas; se gastaron en la Revolución; además han sido sangradas copiosamente y sólo queda una masa quejumbrosa, estúpida, apática, de carne dispuesta al sacrificio. Esos son los resultados de nuestra autosuficiencia. Tú llamas a todo esto moralidad de vivisección. A mí algunas veces me parece como si los vivisectores hubiesen desarrollado a la víctima dejándola en pie con los tejidos, músculos y nervios al descubierto...
 -Bueno, ¿y qué con eso? -dijo Ivanov con satisfacción-. ¿No lo encuentras maravilloso? ¿Se ha hecho alguna vez algo más estupendo en la historia? Estamos desollando a la humanidad para que eche piel nueva, y eso no es ocupación para los que tengan nervios débiles; además, hubo un tiempo en que eso te llenaba de entusiasmo. ¿Qué te ha cambiado, hasta volverte más delicado que una solterona vieja?
 Rubashov deseó contestarle: "He cambiado desde que oí a Bogrov gritar mi nombre", pero se dio cuenta de que esta respuesta carecía de sentido. En vez de eso repuso:
 -Para continuar con la misma metáfora: veo el cuerpo desollado de esta generación, pero no veo trazas de la piel nueva. Todos creíamos que podíamos manipular la historia como si se tratase de un experimento de física, y la diferencia está en que en un laboratorio puede repetirse cuantas veces se quiera el experimento, pero en la historia puede hacerse sólo una vez. Danton y Saint-Just subieron al cadalso sólo una vez y aunque se llegase a demostrar que los submarinos de gran tonelaje eran los mejores, no por eso volvería a la vida el camarada Bogrov". 

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