I
"Allí, de repente, el señor Tragy, padre, pregunta:
-¿Qué?
Y Tragy, el hijo, repite pacientemente:
-El último domingo.
-Sí -replica brevemente el inspector-. A quien no hay que aconsejar... -Pausa. Luego, añade-: Ve a quemarte las alas, ya verás lo que significa sostenerse por su propio pie. Bien, haz tu experiencia. No tengo nada en contra.
-Pero, papá -dice el joven con cierta vehemencia-, creo que todo esto ya lo hemos hablado bastantes veces.
-Pero yo sigo sin saber qué es lo que quieres realmente. No se va uno así, a lo que salga. Dime, por lo menos, ¿qué vas a hacer entonces en Munich?
-Trabajar -contesta Ewald con rápida decisión.
-Ya...¡Como si no pudieras trabajar aquí!
-Aquí.
Y el joven sonríe, pensativo.
El señor Von Tragy permanece del todo tranquilo.
-Pues, ¿qué te falta aquí? Tienes tu cuarto, estás mantenido, todos te quieren. Y, en fin, uno es conocido aquí, y si tratas como es debido a la gente, tendrás abiertas las mejores casas...
-La gente, siempre la gente -continúa el hijo en el mismo tono burlón-, como si eso fuera todo. Por mí, al demonio la gente... -con esa frase orgullosa se acuerda de la cuestión del sombrero, y nota que miente. Pero, por eso mismo insiste-: Serán buenos conmigo... la gente. ¿Qué son, dime? ¿Personas, acaso?
Ahora, toca sonreír al padre; con una sonrisa peculiar, no se sabe dónde en su fino rostro; no se puede decir si bajo el blanco bigote o en los ojos.
También ha vuelto a pasar. Pero el muchacho, con sus dieciocho años, no lo puede olvidar: se avergüenza y coloca grandes palabras sonoras delante de su vergüenza.
-En general -dice por fin, y hace un garabato impaciente con la mano por el aire-, parece que sólo conoces dos cosas, la gente y el dinero. Alrededor de eso gira todo en ti. Se pone uno a cuatro patas ante la gente, ése es el camino. Y se arrastra uno por el suelo por el dinero; ése es el objetivo. ¿No?
-Te harán falta las dos cosas todavía, hijo -dice el viejo señor, con paciencia-, y para no arrastrarse por el dinero hay que tenerlo siempre.
-Y si no se tiene, entonces...
El joven Tragy vacila un poco.
-¿Entonces? -pregunta el padre.
Y aguarda.
-Oooh -dice el otro, despreocupado.
Y acaba con un gesto. Le parece bueno empezar una nueva frase. Pero el viejo señor insiste:
-Entonces -concluye desconsideradamente-, se hace uno un miserable y se deshonra la limpieza del buen nombre.
-¡Qué ideas tenéis...! -dice el joven, completamente indignado.
-No somos unos advenedizos -dice el anciano señor-. Basta.
-Eso precisamente -triunfa Tragy, el hijo-, de no sé cuándo, del anno olim sois vosotros, empolvados, resecos, en absoluto...
-No grites -ordena el inspector.
Y se nota en él al antiguo militar.
-Pero tengo mucho derecho...
-¡Silencio!"
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