lunes, 7 de diciembre de 2015

"Leyendas y narraciones".- Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)


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Maese Pérez, el organista

IV
 "Había transcurrido un año. La abadesa del convento de Santa Inés y la hija de maese Pérez hablaban en voz baja, medio ocultas entre las sombras del coro de la iglesia. El esquilón llamaba a voz herida a los fieles desde la torre, y alguna que otra rara persona atravesaba el atrio silencioso y desierto esta vez, y después de tomar el agua bendita en la puerta, escogía un puesto en un rincón de las naves, donde unos cuantos vecinos del barrio esperaban tranquilamente que comenzara la Misa del Gallo.
 -Ya lo veis -decía la superiora-, vuestro temor es sobremanera pueril; nadie hay en el templo; toda Sevilla acude en tropel a la catedral esta noche. Tocad vos el órgano, y tocadle sin desconfianza de ninguna clase; estaremos en comunidad... Pero..., proseguís callando sin que cesen vuestros suspiros. ¿Qué os pasa? ¿Qué tenéis?
 -Tengo... miedo -exclamó la joven con un acento profundamente conmovido.
 -¡Miedo! ¿De qué?
 -No sé...; de una cosa sobrenatural... Anoche, mirad, ya os había oído decir que teníais empeño en que tocase el órgano en la Misa, y, ufana con esta distinción, pensé arreglar sus registros y templarle, a fin de que hoy os sorprendiese... Vine al coro..., sola..., abrí la puerta que conduce a la tribuna. En el reloj de la catedral sonaba en aquel momento una hora, no sé cuál...; pero las campanadas eran tristísimas y muchas..., muchas; estuvieron sonando todo el tiempo que yo permanecí como clavada en el umbral, y aquel tiempo me pareció un siglo.  La iglesia estaba desierta y oscura... Allá lejos, en el fondo, brillaba, como una estrella perdida en el cielo de la noche, una luz moribunda, la luz de la lámpara que arde en el altar mayor... A sus reflejos debilísimos, que sólo contribuían a hacer más visible todo el profundo horror de las sombras, vi..., le vi, madre, no lo dudéis, vi un hombre que en silencio y vuelto de espaldas hacia el sitio en que yo estaba, recorría con una mano las teclas del órgano, mientras tocaba con la otra a sus registros...; y el órgano sonaba; pero sonaba de una manera indescriptible. Cada una de sus notas parecía un sollozo ahogado dentro del tubo de metal, que vibraba con el aire comprimido en su hueco y reproducía el tono sordo, casi imperceptible, pero justo.
Y el reloj de la catedral continuaba dando la hora, y el hombre aquel proseguía recorriendo las teclas. Yo oía hasta su respiración.  El horror había helado la sangre de mis venas; sentía en mi cuerpo como un frío glacial, y en mis sienes fuego... Entonces quise gritar, pero no pude. El hombre aquel había vuelto la cara y me había mirado...; digo mal... no me había mirado, porque era ciego... ¡Era mi padre!
 -¡Bah!, hermana, desechad esas fantasías con que el enemigo malo procura turbar las imaginaciones débiles... Rezad un "Pater Nóster" y un "Ave María" al arcángel San Miguel, jefe de las milicias celestiales, para que os asista contra los malos espíritus. Llevad al cuello un escapulario tocado en la reliquia de San Pacomio, abogado contra las tentaciones, y marchad, marchad  a ocupar la tribuna del órgano; la Misa va a comenzar y ya esperan con impaciencia los fieles... Vuestro padre está en el cielo, y desde allí, antes que daros sustos, bajará a inspirar a su hija en esta ceremonia solemne para él objeto de tan especial devoción.
 La priora fue a ocupar su sillón en el coro en medio de la comunidad. La hija de maese Pérez abrió con mano temblorosa la puerta de la tribuna para sentarse en el banquillo del órgano y comenzó la Misa.
 Comenzó la Misa, y prosiguió sin que ocurriese nada de notable hasta que llegó la consagración. En aquel momento sonó el órgano y, al mismo tiempo que el órgano, un grito de la hija de maese Pérez...
 La superiora, las monjas y algunos de los fieles corrieron a la tribuna.
 -¡Miradle, miradle! -decía la joven fijando sus desencajados ojos en el banquillo, de donde se había levantado asombrada para agarrarse con sus manos convulsas al barandal de la tribuna.
 Todo el mundo fijó sus miradas en aquel punto. El órgano estaba solo y, no obstante, el órgano seguía sonando..., sonando como sólo los arcángeles podrían imitarlo en sus raptos de místico alborozo".    

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[ Clicando en el enlace, puedes escuchar estos poemas de G.A. Bécquer: "Volverán las oscuras golondrinas"; "Del salón en el ángulo oscuro"; "Tu pupila es azul y cuando ríes"; "¿Qué es poesía? dices, mientras clavas"; "Por una mirada, un mundo".]



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