Capítulo III: Reglas relativas a la distinción entre lo normal y lo patológico
III
"Así pues, el crimen es necesario; está en relación con las condiciones fundamentales de la vida social y, por esa misma razón, es útil, pues esas condiciones, de las que es inseparable, son ellas mismas indispensables para la normal evolución de la moral y del derecho.
Hoy en día ya no es posible poner en duda no sólo que el derecho y la moral varían de un tipo social a otro, sino también que en un mismo tipo cambian si se modifican las condiciones de la existencia colectiva. Pero para que sean posibles esas transformaciones es preciso que los sentimientos colectivos que están en la base de la moral no sean refractarios al cambio y, por consiguiente, no tengan más que una energía moderada. Si fuesen demasiado fuertes carecerían de plasticidad. Toda ordenación es un obstáculo para una reordenación, y esto es tanto más evidente cuanto más sólida sea la primitiva ordenación. Cuanto más articulada es una estructura, tanto mayor resistencia opone a cualquier modificación, y esto vale tanto para las ordenaciones funcionales como para las anatómicas. Ahora bien, si no hubiese crímenes no se cumpliría esta condición, pues una hipótesis como ésta supone que los sentimientos colectivos habrían alcanzado un grado de intensidad sin parangón en la historia. Nada es bueno indefinidamente y sin medida. Es preciso que no sea excesiva la autoridad que se le confiere a la conciencia moral, pues de otro modo nadie se atrevería a levantar la mano contra ella y tomaría una forma inmutable con excesiva facilidad. Para que pueda evolucionar es preciso que pueda abrirse paso la originalidad individual; ahora bien, para que pueda manifestarse la del idealista que sueña con superar su época, ha de ser posible la del criminal, que está por debajo de la suya. Una no se da sin la otra.
Esto no es todo. Además de esta utilidad indirecta, el crimen desempeña a veces un papel útil en esta evolución. No sólo implica que sigue estando abierto el camino a los cambios necesarios, sino también que en ciertos casos prepara esos cambios directamente. Allí donde existe no sólo están en el estado de maleabilidad preciso para tomar una forma nueva los sentimientos colectivos, sino que además a veces contribuye a predeterminar la forma que tomarán. ¡Cuántas veces no es otra cosa que una anticipación de la moral venidera, un encaminarse hacia lo que será! Según el derecho ateniense Sócrates era un criminal y su condena era enteramente justa. Sin embargo, su crimen, esto es, la independencia de su pensamiento era útil no sólo a la humanidad sino también a su patria, pues servía para preparar una moral y una fe nuevas de las que tenían necesidad los atenienses, porque las tradiciones de que habían vivido hasta entonces ya no estaban en armonía con sus condiciones de existencia. Ahora bien, el caso de Sócrates no es un caso aislado; se reproduce periódicamente en la historia. La libertad de pensamiento de que actualmente disfrutamos nunca habría podido ser proclamada si las reglas que la prohibían no hubiesen sido violadas antes de ser derogadas solemnemente. En ese momento esta violación era un crimen, pues era una ofensa a sentimientos aún muy vivos en la generalidad de las conciencias. Y, sin embargo, ese crimen era útil pues con él se iniciaban ciertas transformaciones que cada día se iban haciendo más necesarias. La libre filosofía ha tenido por precursores a los herejes de todo tipo que el brazo secular ha castigado con justicia durante toda la Edad Media y hasta poco antes de la época contemporánea.
Desde este punto de vista los hechos fundamentales de la criminología se presentan a nosotros bajo una luz completamente nueva. Contra las ideas comúnmente aceptadas, el criminal ya no aparece como un ser radicalmente asocial, como una especie de elemento parásito o de cuerpo extraño o inadmisible introducido en el seno de la sociedad; es un agente regular de la vida social. Por su parte, el crimen ya no debe ser concebido como un mal al que no se podría contener en límites demasiado rigurosos; por el contrario, lejos de que haya razones para felicitarse de ello, cuando se da el caso de que desciende por debajo del nivel ordinario de modo claramente apreciable, podemos estar seguros de que ese aparente progreso se da al mismo tiempo que alguna perturbación social y depende de ella. Un ejemplo de lo que acabamos de decir es el del número de delitos en los que hay golpes y heridas, que nunca es tan poco elevado como en épocas de escasez. Al mismo tiempo y de rechazo resulta renovada, o, más bien, ha de ser renovada, la teoría del castigo".
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