miércoles, 30 de diciembre de 2015

"El clan del oso cavernario".- Jean M. Auel (1936)


Resultado de imagen de jean m. auel
  VII

 "Y había gran diversidad de comestibles entre los cuales escoger.
 Truchas plateadas relampagueaban entre las salpicaduras blancas del torrente; se las podía atrapar con la mano y con una paciencia infinita mientras los imprudentes peces reposaban bajo raíces y rocas medio sumergidas en el agua. Esturiones y salmones gigantescos, llenos a veces de caviar negro o huevas de color rosa claro, acechaban cerca de la desembocadura de la corriente, mientras enormes peces-gato y bacalaos negros barrían el fondo del mar interior. Redes de arrastre, hechas con los pelos largos de animales, trenzados a mano para formar cuerdas, extraían del agua los enormes pescados que huían velozmente de los vadeadores que los perseguían empujándolos hacia la barrera de mallas anudadas. A menudo caminaban los más de diez kilómetros que los separaban de la costa del mar, y no tardaban en disponer de una reserva de pescado salado, que habían secado sobre sus hogueras humeantes. Recogían moluscos y crustáceos, útiles para hacer cucharones, cuencos y tazas, y también por constituir un bocado suculento. Los miembros del clan trepaban por riscos escarpados para recoger huevos en los incontables nidos de aves marinas que anidaban en los promontorios rocosos frente al agua, y de vez en cuando una piedra bien lanzada proporcionaba el deleite adicional de un alcatraz, una gaviota o un alca grande.
 Recolectaban raíces, hojas y tallos carnosos, calabazas, verduras, bayas, frutas, nueces y granos, cuando era la temporada de cada uno de ellos, a medida que avanzaba el verano. Ponían a secar hojas, flores y hierbas para hacer infusiones y aromatizar, y llevaban a la cueva terrones de sal arenosa, que habían quedado al descubierto cuando el gran glaciar septentrional absorbía la humedad y hacía retroceder las costas, para sazonar las comidas invernales.
 Los cazadores salían con frecuencia. Las estepas próximas, ricas en hierbas y forrajes y totalmente descubiertas, con excepción de algunos bosques de árboles atrofiados, abundaban en rebaños de animales herbívoros. Gigantescos venados recorrían las llanuras herbosas, con sus enormes cornamentas alzándose hasta tres metros en los ejemplares más grandes, junto a bisontes descomunales, con astas de dimensiones similares. Pocas veces llegaban tan al sur los caballos esteparios, pero asnos y onagros -la raza de burros intermedia entre caballos y asnos- recorrían las llanuras abiertas de la península mientras su robusto y macizo primo, el caballo selvático, vivía aislado o en grupos familiares poco numerosos, cerca de la cueva. Las estepas alojaban también grupos más pequeños y poco frecuentes de ese pariente de la cabra, que habita las tierras bajas: el antílope saiga.
 El terreno llano entre la pradera y los contrafuertes montañosos era el hogar del uro, un animal salvaje, de color oscuro o negro, antepasado de razas domésticas más apacibles. El rinoceronte selvático -emparentado con ulteriores especies tropicales de ramoneadores, pero adaptado a las selvas templadas frías- sólo se adentraba un poco en el territorio de otra variedad de rinocerontes que preferían la hierba del llano. Ambos, con sus cuernos de implantación nasal y más cortos y su cabeza horizontal, diferían del rinoceronte lanudo en que, junto con los mamuts lanudos, eran unos visitantes estacionales. [...]
 Una corta primavera mezclaba la escasa nieve con la capa superior del permafrost lo suficiente para que brotaran hierbas y pastos de fácil arraigo. Crecían rápidamente convirtiéndose en heno vivo, miles y miles de hectáreas de forraje para los millones de animales que se habían adaptado al frío helado del continente. [...]
 Además de los caballos y rinocerontes selváticos, encontraban su hogar en el paisaje arbolado cerdos salvajes y diversas variedades de venados". 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: