Con el otoño a cuestas
Adiós
"Esta noche también he soñado contigo. Corrías sobre el césped del jardín, vivo y dichoso, abanderando el rabo. Corrías hacia mí, me reclamabas. Tu ladrido pequeño henchía la mañana. He alargado la mano, todavía dormido, buscando por la cama a tientas tu cabeza. Sin encontrarte, Troylo. He encendido la luz. No estabas, Troylo. No volverás a estar... Dicen que no se pierde sino lo que nunca se tuvo. Es mentira. Yo te tuve: te tuve y no te tengo. Al pie del olivo que juntos estrenamos, una calva en el césped indica dónde estás. El césped que plantamos hace nada para que tú corrieras, divertido, sobre él; para que tú, al venir la primavera y su templado soplo, te revolcarás jugando sobre él. Tú no tendrás más primaveras, Troylo. Ahora eres tú quien abona ese césped. En esto acaba todo. ¿Quién puede hacerse cargo de tal contradicción?
***
¿Pueden morir del todo alguna vez unos ojos que se han mirado tanto, se han entendido tanto, se han consolado tanto? Quizá tú ahora habitas con quien más has querido. Quizá tú ahora eres -si es que eres- más feliz que conmigo. Quizá tú trotas, moviendo la menuda grupa, por los verdes campos del Edén. Pero durante once años y medio anduviste enredado a mis piernas; arrebujaste tu lealtad a mi vera; me seguiste a dos pasos por este mundo que, sin ti, no es el mismo. Continuarán los pájaros y los amaneceres, la trama del olivo, el aterciopelado césped, el imparable trepar de la yedra y de la madreselva; florecerán, puntuales a su hora, glicinas y mimosas; el chorro de la fuente ascenderá en el aire, como la vida, sólo para caer. Pero no estarás tú, Troylo, compañero irrepetible mío. Nunca más, nunca más. Ya no habrá que sacarte a la calle tres veces cada día, ni tampoco habrá que sacarte las muelas de noviembre, ni acercarás resoplando el hocico a los respiraderos de los coches, ni te asomarás encantado por las ventanillas, ni me recibirás -enloquecido el rabo, ladrando y manoteando- a la puerta de la casa. Ya no habrá que secarte cuando llueva, ni cepillarte por la mañana al salir de la ducha, ni reñirte porque pides comida; ya no sabré qué hacer con el trocito último del filete... Nunca más. Y no me hago a la idea. ¿Qué es lo que has hecho, Troylo? Quiero dormir para soñar contigo, para jugar contigo y regañarte, para no comprobar que te he perdido.
Con la garganta apretada he mandado hoy retirar tus breves propiedades; tu toalla, tu manta, tu cepillo, tu peine y tus correas: tus propiedades franciscanas, "dulces y alegres cuando Dios quería". Las he mandado retirar, pero no lejos. Porque a lo mejor una mañana te veo regresar, alegre y frágil, cariñoso y sonoro. (Acaso esta pesadilla es una broma tuya, y se abrirá una puerta y tú aparecerás. De mis oídos no se quita el ritmo de tus pasos, ni la impaciencia de tu cascabel.) O a lo mejor soy yo el que se acerca una mañana a ti -quién sabe- y te silbo y te llamo y tú levantas la cabeza con el gesto de siempre. No te preocupes, Troylo: si nada dura -ni el amor-, tampoco la muerte durará. En donde sea, estaremos todos juntos de nuevo, riendo y bromeando. Si no, no habría derecho.
Mientras entró y salió la gente de mi vida -de nuestra vida-, tú permaneciste a mi lado, imperturbable, fiel, idéntico, amoroso. Juntos pasamos por la compañía y por la soledad. Llegaste, Troylo, a ser yo mismo de otro modo. El infortunio o el gozo, siempre lo compartimos. Quien a mí me dejó, te dejó a ti, y te quería quien a mí me quiso. Me hablaba yo, y era a ti a quien hablaba. La muerte se ha interpuesto en la conversación. Una vez más, la muerte. Ahora sí que envejezco. Ahora sí que estoy solo. Es la primera vez que te has portado de veras mal conmigo. Desde la ventana veo y veré el olivo, y a ti al pie del olivo, Troylo, amiguillo mío, interminablemente bajo el césped. La muerte ha interrumpido nuestras charlas. Descansa en paz, criatura, niño chico. Nadie jamás podrá sustituirte. Hasta luego. Hasta después".
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: