Capítulo IV
6
"Isabel, algo apaciguada, esperó a que continuara, y conocedor de que las mujeres siempre escuchan con agrado a quien habla del amor, proseguí así:
-Los moralistas pretenden convencernos de que el instinto sexual no tiene mucho que ver con el amor. Tienden a hablar de tal instinto como si fuera un epifenómeno.
-¡Válgame Dios! ¿Y qué es eso?
-Pues verás: hay psicólogos que creen que la conciencia acompaña a las funciones cerebrales y es por ellas determinada, pero que no ejerce influencia alguna sobre ellas. Algo así como lo que ocurre con la imagen de un árbol reflejada por el agua; no podría existir sin el árbol, pero no afecta al árbol ni poco ni mucho. A mí me parece una tontería decir que pueda existir el amor sin pasión; cuando dice la gente que puede perdurar el amor después de muerta la pasión, están pensando en algo distinto del amor: cariño, simpatía, comunidad de gustos e intereses, costumbre... Sobre todo, costumbre. Dos personas pueden continuar teniendo relaciones sexuales por fuerza de la costumbre, exactamente igual que sienten hambre a la hora en que están habituados a comer. Claro es que puede existir el deseo sin amor. Pero el deseo no es igual que la pasión. El deseo es la consecuencia natural del instinto sexual, y no tiene mayor importancia que cualquier otra función del animal humano. Por eso cometen un error las mujeres que se ponen por las nubes si sus maridos se entregan a una aventurilla casual cuando el momento y el lugar les son propicios.
-¿Y es eso aplicable sólo a los hombres?
Sonreí.
-Si me apuras, confesaré que, lógicamente, también debiera poder aplicarse a las mujeres. La única objeción sería que, mientras las emociones del hombre no resultan afectadas por una unión pasajera de esa índole, las de la mujer, sí.
-Depende de la mujer.
No iba yo a dejar que me interrumpiera.
-Si un amor no es pasión, no es amor, sino otra cosa; y la pasión no prospera siendo satisfecha, sino estorbada. ¿Qué supones que quiso dar a entender Keats al decir al amante representado en su urna griega que no sufriese? "Por siempre tú amarás, y eterna es su belleza". Porque jamás podría hacer suya a su amada, y por desalentadamente que la persiguiera, ella escaparía siempre. Porque ambos estaban plasmados en el inmóvil mármol de la que sospecho que era una obra de arte bastante mediocre. Vuestro amor, el tuyo por Larry y el que Larry te profesaba, era tan natural y sencillo como el de Paolo y Francesca, o el de Romeo y Julieta. Te casaste con un hombre rico, y Larry se dedicó a recorrer el mundo para escuchar los cánticos de las sirenas. Pero no hubo pasión alguna entre vosotros.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque la pasión no piensa las consecuencias. Dice Pascal que el corazón tiene razones que la razón no toma en cuenta. Si quiso decir lo que yo supongo, opinaba que cuando la pasión se apodera del corazón, inventa razones que no solamente parecen plausibles, sino convincentes, para demostrar que vale la pena perder el mundo por salvar un amor. Y nos convence de que vale la pena sacrificar el honor y de que no es precio caro el sentir oprobio y vergüenza. La pasión es destructora. Destrozó a Marco Antonio y Cleopatra, a Tristán e Iseo, a Parnell y a Kitty O'Shea. Y cuando no destroza, muere ella. Y entonces quizá se encuentre uno enfrentado con el desolador descubrimiento de haber malgastado los mejores años de su vida, de que se ha deshonrado uno con su conducta, soportado los terribles dolores de los celos, tragado las más amargas mortificaciones, que ha gastado toda su ternura, y vaciado todo el precioso contenido de la propia alma sobre una pobre ramera, un necio o un fantoche al cual buscamos vestir con nuestros ensueños, y que no valía ni lo que una pastilla de goma de masticar".
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